Enigmas de un Principe

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La luz de las velas brillaba desde su posición elevada, provocando reflejos en los utensilios que habrian hecho salivar a expertos pocionistas.

El cielo de la noche era azul oscuro con sombras de púrpura que se trazaban a través de las nubes que se cernían sobre Hogwarts, la rica tinta plateada a la que llamaban lago reflejaba la vista de las estrellas y la pálida luna.

Mientras tanto, en lo profundo del espacio del ala este donde una vez hubo mazmorras gélidas un hombre hacía sonar el mismo y viejo adagio mientras los dedos delgados bailaban sobre las teclas de un piano.

Sev, cuando no quede nadie que te escuche tocar el piano ¿Podras seguir tocando? ¿Crees poder?

Había sido una noche difícil. Era la mejor explicación para narrar el porque su garganta ardía, porque había sentido aquel dolor en su pecho y porque sus ojos picaban. No se le ocurria una forma mas espontanea de hacerlo.

Severus Snape definitivamente se había ganado el título de viejo murciélago aún teniendo menos de treinta y cinco años. Sus ojos oscuros, fríos y de vacío abismal le daban un porte tétrico entretanto la elegancia de la túnica negra junto a su nariz ganchuda le daban un aspecto siniestro e inolvidable.

El estilo con el que tocaba había pasado hacia mucho del tocar las teclas negras al puro estilo escocés antes de tornarse un melancólico despliegue de notas abrumadas por la soledad de un alma en pena.

Un suspiro anhelante, un parpadeo, los dedos golpearon las teclas con un aire de finalidad reprimida. El hombre se puso de pie en toda su altura, labios temblequeando antes de inhalar y exhalar...

Sus pasos rápidos hicieron que el viento agitará suavemente su ropa cómo una capa.

Los rumores de sus andanzas cómo Mortífago del Círculo Secreto a la orden de Lord Voldemort en la guerra con los Siete aún no se habían apaciguado. Muchos seguían susurrando sobre su participación y cuestionando si era digno de la confianza del director de Hogwarts.

Pocos sabían sin embargo lo roto que estaba y cómo ocultaba en la oscuridad en la que había nacido la luz otorgada por ella para liberarla cuando la última era débil.

El Señor Oscuro ya sabía, sabía que le había traicionado. Pero no sé arrepentía, dudaba mucho poder hacerlo.

No, Señor Oscuro o Señor Tenebroso no. Su nombre escogido era otro, se obligó a pensar, recordando las palabras de Albus, las palabras de Lily. Incluso la risotada arrogante de Black y la mirada estúpidamente prepotente de James Potter. De ellos dos habian muerto y el tercero era un traidor.

Voldemort.

El sólo pensar su nombre invocó el viejo tabú y envío un ligero escalofrío por su columna vertebral. Casi esperó el dolor repentino que desgarrara sus musculos o la aparición de la oscuridad misma con un rayo de luz mortífero que lo derribará o que el suelo se abriera y se lo tragara, incluso inferi llameantes apretando sus tobillos y clamando por su alma.

Pero no hubo nada. Lo único que percibía eran sus movimientos y el único ruido que escuchaba era el que hacían sus propios pies.

Su mirada se fijo en los pasillos con rapidez e incluso lanzó hechizos no verbales de rastreo con un sólo pensamiento, dirigiéndose entre pasadizos y escaleras cambiantes antes de pararse frente a la pared que ocultaba la Sala de los Menesteres.

No es paranoia cuando quieren hacerte daño, decia Moody antes de ladrar: ¡Vigilancia constante!

Una vuelta, una segunda. Dejó caer sus escudos de oclumancia y a la tercera, el contorno de una habitación se dibujo sobre los muros encantados.

Sharingan: El Poder del CaleidoscopioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora