Capítulo 5

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En la mañana siguiente, nos convocaron a almorzar juntos en el comedor para la presentación oficial de Alexander, una tradición arraigada en el sanatorio para dar la bienvenida a los nuevos residentes.

Me llevó quince minutos elegir la vestimenta adecuada, cambiarme, colocarme mis anteojos y, por primera vez, sentí la necesidad de proyectar una imagen atractiva. La sensación de nerviosismo que me invadía era desconcertante.

Busqué un espejo en el baño, los armarios y la mesita de noche, pero mis esfuerzos resultaron inútiles. ¿Por qué no había un espejo disponible? Quizás Samuel podría prestarme alguno. Era sorprendente cómo, en tan corto tiempo, comenzaba a percatarme de aspectos que antes pasaban desapercibidos. ¿Había transcurrido siete meses en este lugar sin contemplar mi propio reflejo? ¿Cuál era el color de mis ojos? Un sentimiento de inquietud y ansiedad se apoderó de mí.

Salí en busca de la habitación de Samuel cuando me topé con Omar en el pasillo.

—¿A dónde vas tan a prisa? —inquirió con curiosidad.

—Voy a buscar un espejo, quizás Samuel pueda prestarme uno —respondí decidida.

—Maya, es hora de tus medicamentos —señaló con seriedad.

—Solo necesito encontrar un espejo —insistí.

—No puedes, ahora mismo regresaremos a tu habitación para que tomes las pastillas —afirmó con firmeza.

Me erguí, con las manos en las caderas, y lo miré con determinación, sintiendo la tentación de salir corriendo, aunque sabía que eso acarrearía consecuencias.

Una risa espontánea brotó de mis labios, desconcertando a Omar. Sin embargo, en cuestión de segundos, su gesto se transformó en una sonrisa y, con delicadeza, me condujo hacia la habitación.

—Quiero estar presente en la bienvenida al nuevo chico —expresé una vez que entramos al cuarto.

—Está bien, toma la medicación y te acompañaré al salón —asintió Omar.

Con gentileza, Omar depositó dos cápsulas naranjas en mis manos y me ofreció un vaso de agua. Las ingerí con premura, ansiosa por encontrarme con Samuel y compartir mis inquietudes del espejo con él.

Cuando llegamos ya todos estaban en sus lugares. El comedor de la institución era un espacio amplio y luminoso. Grandes ventanas dejaban entrar la luz natural, suavizando el ambiente y proporcionando vistas al jardín bien cuidado del exterior. Las paredes estaban pintadas con colores suaves y relajantes, y habían obras de arte creadas por los propios pacientes, añadiendo un toque personal y creativo al espacio.

Las mesas y sillas estaban dispuestas en un patrón ordenado, proporcionando suficiente espacio para que los jóvenes se movieran con facilidad. Cada mesa estaba cubierta con manteles limpios y habían flores frescas en los centros de mesa, creando un ambiente acogedor y hogareño.

En el centro del comedor, había un mostrador de autoservicio donde los presentes podían seleccionar de una variedad de comidas saludables y equilibradas.

En una esquina, había un grupo de profesionales supervisando discretamente, asegurándose de que todos estuvieran cómodos y seguros.

Samuel me hizo un gesto para que me sentara a su lado y no dudé en hacerlo. Una vez que Omar nos dejó a solas, recordé el espejo.

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