Capítulo 11

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—Promete que no volverás a hacerlo —le insistí a Samuel por quinta vez, mientras le limpiaba con un algodón el pequeño corte justo debajo de uno de sus profundos ojos verdes.

Samuel permanecía en un silencio tenso, como si librara una batalla interior de la que nadie más podía ser parte.

—Por favor —volví a decirle, esta vez con la voz cargada de una súplica que me desgarraba por dentro.

Él me miró, y en ese instante me golpeó la tristeza en sus ojos. Solté el algodón, dejando de lado la pretensión de sanarlo físicamente, y lo rodeé con mis brazos. Samuel se estremeció un momento, pero después cedió, devolviéndome el abrazo con la fuerza de quien se aferra a un ancla en plena tormenta.

—No tienes idea de lo que significas para mí —le susurré con la voz rota—. No puedo soportar verte así.

—No deberías quererme tanto —murmuró en un tono amargo, casi inaudible.

—Claro que debería. Eres mi mejor amigo.

—Pero nunca escribes sobre mí en tu diario.

Me aparté de su abrazo para mirarlo, y noté cómo en sus labios comenzaba a formarse una sonrisa. Era una sonrisa que podría robar el aliento a cualquiera, pero yo había aprendido a verla de otra manera, a no dejar que me tocara en lo más profundo. Desde siempre, su corazón pertenecía a Amélie. Yo, por mi parte, aún no sabía lo que era enamorarme realmente. Quizás en mi pasado había habido alguien, algún novio, pero esos recuerdos se desvanecían entre las sombras de mi memoria.

—Prometo que escribiré sobre ti —le aseguré—. Pero tienes que prometerme que no volverás a lastimarte.

—No puedo prometer eso… —respondió, desviando la mirada hacia el suelo. Le acaricié el cabello desordenado.

—Al menos intenta hacerlo. ¿Sí?

Samuel asintió, dejando ver una sonrisa tan brillante que podría haber iluminado toda la habitación.

—Ahora cuéntamelo todo.

Lo miré, alzando una ceja.

—¿A qué te refieres?

Su expresión se tornó pícaramente curiosa. Sabía a lo que se refería; la impaciencia lo consumía. Necesitaba saberlo todo, incluso los detalles más ínfimos, sobre mi encuentro nocturno.

Suspiré, resignada a que no iba a dejarme en paz hasta que le contara algo sobre Alexander.

—Hablamos hasta la madrugada… Compartimos una botella de vino. No sé de dónde la sacó.

Samuel abrió los ojos, devorando cada palabra. Aquel lugar no nos daba muchas alegrías, y cualquier novedad, por pequeña que fuera, era como un soplo de vida.

—¿Se besaron?

—¿Qué? Claro que no…

Samuel sonrió, y el brillo volvió a sus ojos.

En ese momento, Omar entró en la habitación y se acercó a nosotros, observando las heridas en el rostro de Samuel. Recordó sus gritos de la noche anterior, aunque en ese momento no le habían permitido consolarlo.

—¿Estás bien? _le preguntó Omar con la voz impasible—. ¿Quieres que te lleve a la enfermería?

Samuel lo miró con una mezcla de desconfianza y algo más, quizás una especie de desafío silencioso. Nunca se habían llevado del todo bien, pero trataban de mantener la paz, ya que Omar era quien nos conseguía el acceso a las reuniones nocturnas y otras pequeñas libertades que los demás residentes no tenían.

Recuerdos Perturbados Donde viven las historias. Descúbrelo ahora