Capítulo 6

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La oscuridad me envolvía como una manta húmeda. La luna, un pálido ojo en el cielo nublado, apenas iluminaba el arroyo que serpenteaba frente a mí. En mis manos, la fotografía se sentía cálida y familiar. Los ojos oscuros del hombre me miraban fijamente, como si pudieran leer mis pensamientos más profundos. Cerré los ojos, inhalando el aire húmedo y viciado. La imagen se volvió más nítida, más real. Sentí sus brazos alrededor de mí, su aliento cálido en mi cuello. Sus labios rozaron mi oreja: "Recuerda".

Abrí los ojos de golpe. Estaba sola. El hombre había desaparecido. Me levanté y me acerqué al borde del arroyo. El agua estaba turbia, casi negra. Me incliné para mirarme el reflejo, pero solo vi una silueta borrosa. De repente, sentí un tirón en el tobillo.

—¡No! —grité, pero mi voz se ahogó en el agua fría que me arrastraba hacia abajo.

Luchaba con todas mis fuerzas, pero era inútil. El fango se me metía en la boca, en la nariz. La oscuridad me envolvía cada vez más, y con ella, un miedo atroz. Era como si estuviera cayendo por un pozo sin fondo, y no hubiera nada que pudiera hacer para detenerme.

Imágenes borrosas destellaban en mi mente: caras distorsionadas, gritos ahogados, un destello de metal. Y siempre, la misma sensación de caída, de vacío.

De pronto, una mano gélida me agarró del brazo. Me arrastraron hacia abajo, hacia las profundidades del arroyo. Antes de perder el conocimiento, vi reflejado en los ojos de aquella criatura una imagen que me heló la sangre: un cuchillo ensangrentado, clavado en mi pecho.

Salté en la cama con un grito ahogado, el corazón latiéndome en el pecho como un pájaro enjaulado. La respiración se me hizo rápida y superficial, y comencé a hiperventilar, sintiendo que el pánico me envolvía como una niebla espesa.

En ese momento, una mano firme se posó sobre mi hombro, deteniendo mi agitación.

—Shhh... solo es un sueño, estás a salvo, tranquila —susurró una voz cercana, con un tono suave y reconfortante.

Un espasmo de miedo recorrió mi estómago, y por un instante creí que el personaje de mi pesadilla se había materializado frente a mí. Pero al abrir los ojos, me encontré con unos ojos azul profundo, llenos de confusión y una leve preocupación que me tranquilizó.

Alex, el chico que había conocido el día anterior, se había sentado a mi lado en la cama. Su mirada se posó en la mía, con una intensidad que me hizo sentir vulnerable, pero a la vez, protegida.

—¿Tienes pesadillas con frecuencia? —preguntó con delicadeza, sus dedos acariciando suavemente mis manos.

Negué con la cabeza en silencio, incapaz de articular palabra. La inquietud me invadía, la sensación de estar con un desconocido, con un extraño a mi lado, me llenaba de confusión. ¿Qué hacía en mi habitación? ¿En qué momento me había quedado dormida?

—Vine por la cerveza, pero no había nadie más aquí —me dijo, intentando una sonrisa que no llegaba a sus ojos. Su voz era reconfortante, como si estuviera hablando con alguien que ha perdido la razón.

—Si prefieres que me vaya, puedo hacerlo... —añadió, levantándose de mi lado al notar mi agitación.

—Yo también tengo pesadillas a veces... —intentó explicar mientras se acercaba a la puerta. Antes de abrirla, detuvo su mano en el picaporte, como si implorara que lo retuviera.

Recuerdos Perturbados Donde viven las historias. Descúbrelo ahora