Las margaritas

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Correr con Angelo es... sorprendentemente bueno, no hablamos demasiado, tampoco hay  mucho de que hablar. Él oculta sus secretos, yo los míos, pero el hecho de compartir algo por primera vez en la vida se siente bien.

Es sábado en la mañana, me preparo para un día de "playa" aunque en realidad es la fiesta de siempre, en el lugar de siempre, la única diferencia es que decidieron hacerla un sábado en la mañana y en las afueras del lugar. Pre si no lo sabían, el lugar es un club de campo, o como yo prefiero llamarle, lugar para codearse entre personas come mierda.

–Deberías de comenzar a vestirte como se te pegue la gana. –dice Angelo respecto a mi vestido suelto pero muy rosado, algo que jamás usaría de no ser por mamá, quien se asegura de vestirme "de acuerdo a la ocasión."

–Lo dice quien va vestido como turista. Esa camisa te queda horrible, por si no lo sabías.

Suelta una carcajada, y por un breve instante, la tensión que  siempre nos precede se desvanece. Por un mísero instante, siento que somos dos hermanos completamente normales y que no llevamos años sin tener una conversación normal.

Ese momento desaparece en cuanto mamá y papá entran al salón, con sus miradas frías e insólitas.

–Bonita camisa. –dice papá en cuanto ve a Angelo con algo de sarcasmo

–No lo es –quiero que adivinen quien es el que habla –Es muy inapropiada. –la respuesta es mamá, por si no se han dado cuenta. –¿Nos vamos?

El viaje en auto es incómodo para variar. Nadie habla, simplemente se mantienen en total silencio, cada uno dentro de su propio mundo. Normalmente no tengo ningún problema cob eso, exepto que no tengo mi móvil y me doy cuenta de lo triste que es tener una familia así de fría.

Cuando llegamos, mi mirada inevitablemente busca Luca entre la multitud. El día es bonito, el sol cegaba por completo a cualquiera que intente mirarlo. Las familias de siempre, hablan como siempre, con las personas de siempre. Tan predecible como una película que has visto desde pequeño.

–¿Recuerdas la promesa que mi hiciste de darle una oportunidad a Brad? –pregunta Angelo junto a mí a la vez que nos abrimos paso a unas tumbonas del complejo. –Hoy tienes que cumplirla.

–Eres tan desesperante. –me coloco unas gafas de sol y me tiro a tomar sol, aunque considerando todo el que tomo en el año, esa no debería ser ni mi mayor preocupación. –Pues cuando llegue, que me busque.

–Pues ya llegó, y te está mirando... –en efecto, ahí estaba.

Brad junto a su familia caminan alrededor del lugar, él me observa con media sonrísa. Mi estómago se voltea por algún motivo, y no de la forma linda que lo hace con Luca, si no de la forma que te hace querer vomitar en alguna esquina. Su mirada es como la de un cazador buscando su presa, imperturbable y fría.

–Creo que me estoy comenzando a arrepentir.

–Debíste de pensarlo antes de aceptar.

–Voy a vomitar.

Angelo se ríe a la vez que me pasa la cubeta de hielo derretido que hay en la mesita junto a la tumbona.

–Necesito un trago.

Me levanto, alejandome lo suficiente de todas estas personas que me ponen de los nervios. Ya en la barra (por suerte hay barra libre) pido una margarita. Antes de siquiera verlo, lo siento llegar junto a mí.

–Lo mismo que haya pedido la señorita, por favor.

Quien sirve los tragos nos observa con una ceja enarcada, como intentando decifrar lo que está ocurriendo.

Otra historia de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora