Capítulo 08

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Me resulta imposible el decir, o siquiera tener el más vago recuerdo, de cuándo comenzó toda mi historia con María.


A veces pienso que es porque nunca tuvimos un comienzo en concreto.

Todo comenzó con las pequeñas cosas, con las sonrisas, con las palabras, los torpes coqueteos o los pequeños e inmaduros celos, la busca del tacto de la otra, la busca de las miradas, la búsqueda hacia la otra.

De pequeñas, fuimos esa clase de mejores amigas que nunca se separan, que juegan todo el día con las barbies o a hacerse peinados. Una de las cosas que más nos encantaba, era jugar que nosotras éramos princesas o adolescentes, donde la mayoría de las veces actuábamos de pareja románica, claro, en la inocencia de la niñez.

Los abrazos.

Los abrazos en esa etapa de nuestra relación eran indispensables. Nos abrazábamos todos los días, al saludarse, al despedirse, al ver una película, al jugar, al... todo.

Me fascinaba el abrazar a María. No sabía porqué, o si siquiera era posible, pero abrazarla no se sentía igual que abrazar a otras amigas, inclusive a mi mamá dónde sentía esa seguridad y confort. Con María las emociones se aglopaban de una manera dulce, única y especial.

De una manera tal como la misma María.

Después, al cambiarse de escuela, nos distanciamos hasta el punto de no saber más nada de la otra, no hablamos, ni siquiera nos cruzamos una vez en las calles de San Rosita. Lo que era de sorprender teniendo en cuenta la cantidad de años que pasaron y lo pequeño que es el pueblo.

Sin embargo, yo no la había olvidado. Eso era imposible hasta para ese entonces. Siempre su nombre o una vaga imagen de ella me venía a la cabeza, y con ella, un suave revoloteo en el estómago.

Pronto, con la llegada de la adolescencia y con ella de la secundaria, me enteré que María tampoco me había olvidado.

Nos encontramos en primer año, en los pasillos de la escuela. Cuando me reencontré con su mirada celestina, recuerdo haber sentido todo detenerse: el disturbio de los nuevos estudiantes, el alboroto de los padres, las risas y charlas de los alumnos más grandes; mis miedos y temores al enfrentarme a esta nueva etapa en mi vida. Nos abrazamos, y charlamos de todo un poco, no tardamos en darnos cuenta que nos habían designado en una división diferente.

Queríamos compartir salón todos los días, ser compañeras, amigas, volver a tener a nuestra mejor amiga. Asi que fuimos a la dirección y hablamos con los directivos. Ese mismo día, a ambas nos cambiaron a otro salón donde seríamos compañeras.

Lo demás es historia.

Pero, lamentablemente, todas las historias tienen un final.

De la misma manera que, aún en la actualidad, hay noches que sufro de insomnio debido a las dudas de cómo comenzó toda nuestra historia; también tengo noches de sin sueño por preguntarme cómo terminó todo.

Quizá fue mi culpa, quizá la de esos hombres, o quizá la de María. O quizá la de ambas.

Lo que me da más pesar, es que a pesar de todas las noches en vela pensando en el tema, todavía no he sido capaz de darle una respuesta a mis dudas.

***

Hace doce años y medio.

—Creo que nunca entenderé esto.

Bajé la mirada de mi teléfono a mis piernas, más específicamente, a María.

Estábamos recostadas en el sofá de su casa. Era una de esas vacaciones donde no había nada qué hacer, ni ningún chisme ni novedad para comentar, o al menos no más allá que el de alguna celebridad.

En esas tardes solíamos juntarnos...

a) En mi casa, que lo hacíamos mayormente en la noche de pijamadas o para ver alguna película, o intentar cocinar algo.

O, b) La casa de María, que lo hacíamos para pasar las tardes, almorzar, escuchar música y, básicamente, usar su red Wi Fi.

Ese día en particular, era uno de los días que se clasificaría como b. Cada una estaba viendo videos en sus celulares, o memes, o lo que fuere. Las únicas veces que nos hablábamos era para mostrar algún meme o video divertido, o para probar algún filtro compartido.

Este caso no entraba en ninguno de los nombrados.

—¿Qué cosa? —bajé mi móvil hasta mi pecho, María estaba recostada en el sofá, con su cabeza en mi regazo.

—O sea —dejó su teléfono al lado de mi cabeza—, literalmente tooooooodos los cantes en tooodas sus canciones dicen "baby", literalmente. Y, o sea, ¿por qué, literalmente, en todas las canciones, deben decir eso? Para empezar, ¿Qué significa Baby? Es una palabra fea, seguro que ni siquiera significa algo, y, en serio, ¿literalmente a toooodo el mundo el gusta ese apodo? A mi me parece horrible.

Sin poder evitarlo, solté una risotada.

María en esos tiempos estaba un tanto obsesionada con el alargar palabras —de una manera más graciosa que ridícula—, y decir literalmente.

No sabía qué había sido más gracioso de todo su comentarios. Quizá había sido un poco de todo.

—¿Cómo es que pasaste a segundo de secundaria sin saber lo que significa baby? Es inglés básico, amiga.

Las mejillas de María se tiñeron de un suave color sonrosado.

—Ja, ja... ya, dime ¿Qué significa?

Bebé. Y a muchos les gusta el apodo, porque, no sé. Bah, ni siquiera sé si a la gente les gusta ese apodo, quizá solo lo dicen para que quede bien con la canción...

—¿Tú lo crees? —arrugó aniñada y adorable su entrecejo.

Sentí un revoloteo darse en mi estómago. Una sonrisa se formó en mis labios.

—Claro. Los gustos son subjetivos, Mary. Cada persona tiene gustos distintos.

—¿Subjetivos?

—Únicos —respondí, <<como tú>> agregué en un murmuro que María no fue capaz de oír.

—Oh, ¿a tí te gustan los apodos?

—Tú me dices Bonita, ¿no?

—Sí —soltó una risa nerviosa, apartando la mirada.

Sonreí.

—¿Y a ti, Mary? ¿Te gustan los apodos? ¿Te gustaría que te digan Baby?

—Eh... no lo sé.

Ella, aún con timidez y cobardía, no era capaz de devolverme la mirada. Sus manos se afianzaban con fuerza de su teléfono.

Estaba nerviosa.

No sabía porqué, pero me gustaba la idea de ser yo quién la había puesto nerviosa.

—Entonces serás mi Baby hasta que lo sepas.

Y sus mejillas pasaron de un suave sonrosado a un color carmesí.

—O-ok.

Sonreí todavía más para mis adentros, escuchando la melodía que tocaba mi corazón con sus erráticos latidos; y disfrutando de la vista que tenia enfrente: a la chica más linda que había tenido la dicha de conocer alguna vez, nerviosa y sonrojada por mis palabras, recostada en mi regazo.

En ese preciso momento, no creía que podía experimentar mayor felicidad.






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