Capítulo 20

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Actualidad

Con pesar, abro los ojos. Lo primero que visualizo es la imagen de María frente a mí, con los ojos cerrados y tarareando una canción que no reconozco; nuestras piernas están entrecruzadas, su mano acaricia mi espalda y parte de mi cabello, mi brazo la rodea por encima de las sábanas, fudiéndonos en un abrazo íntimo y cálido. Nuestros rostros están de frente, a una muy corta distancia.

No puedo evitar la sonrisa que crece en mis labios ante la imagen y el sentimiento cálido en mi pecho.

Y, como si mi involuntaria sonrisa hubiera pedido el despierte de María, ella abre los ojos, su mirada celestina y brillante se encuentra con la mía castaña, me sonríe, deteniendo de esa manera sus tarareos; un leve sonrojo se hace paso en sus mejillas.

—Buenos días, Bonita —me susurra.

A través de la puerta de madera de nuestra habitación, se escuchan voces, de seguro provenientes de los primeros de mi familia en levantarse, o por los primeros invitados en hacer acto de presencia.

Decido ignorarlos a todos, al menos por ahora, al menos hasta que siga teniendo a María frente mío con esa expresión somnolienta y ese sonrojo adorable.

—Buenos días —sonrío—. ¿Hace cuánto estás despiertas?

De manera nerviosa y sospechosa, el rubor en las mejillas de mi acompañante se incrementa. Suelto una suave risa.

—Eh, no, no hace mucho. Hace dos segundos.

Mi suave risa se transforma en una carcajada. María nerviosa y en modo mentirosa da mucha gracia.

Al despertar, María no está en sus cinco sentidos, casi siempre se queda medio tonta hasta que desayuna. Así que si tuvo la intención de mentirme, significa que lleva despierta desde hace un buen rato, o bien que no durmió en toda la noche.

Me escondo en su pecho. En el momento en que lo hago, siento sus brazos rodearme.

—Eres una tarada —me burlo en un susurro.

—Entonces podrías dejar de abrazar a esta tarada —también bromea, con una sonrisa casi tácita, y pasando sus ambas manos por mi espalda baja. Posa su cabeza por encima de la mía, ambas quedando de esa manera en una unión muy íntima, pero sobretodo, melosa.

—Claro que no... tarada.

Mary suelta una leve risa, yo sonrío contra su pecho.

Había extrañado tanto esto, la confianza, las palabras, los abrazos, el tacto y las bromas con María. La había extrañado tanto...

Siento los ojos algo hinchados, los párpados pesados. Culpo de eso a las lágrimas que derramé anoche, dudo que María esté en mejor condiciones.

De manera repentina, la puerta de madera se abre.

—¡Ay! —suelta María un gritito chillón, no es la más valiente por las mañanas.

Me siento con rapidez, María al verme hace lo mismo. Mi mano busca la suya, la rodea.

Frente a nosotras se encuentra Martín de pie, frente a la puerta y con una sonrisa pícara en labios.

BonitaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora