Capítulo 18

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Hace ocho años.

—María, ¿Qué haces aquí? Vete, no quiero verte.

Era doce de febrero. Un día como ese, hace tres años, le había pedido a María ser mi novia. Un día como ese, tan especial como nuestra misma relación, era nuestro aniversario.

Cumplíamos tres años juntas.

Sin embargo, no tenía ganas de festejarlo con María, no tenía ganas de nada en realidad, no tenía las fuerzas ni para levantarme. Solo quería estar recostada en mi cama y encogida hecha una bolita.

De todas maneras, tampoco es como que mis padres me hubieran dejado salir si quisiera. Estaba castigada, me dijeron, al menos y hasta que sea el momento de irme a la universidad.

<<No tiene sentido>> pensé.

¿Qué hacía María en mi casa? ¿Quién la había dejado pasar?

—Hey, hey, ¿Qué pasa, Bonita? —preguntó ella, acercándose a la cama donde me veía envuelta, dejando en su paso y sobre mi escritorio, un pomposo ramo de flores amarillas, tulipanes de papel hechas delicadamente por la misma María.

Me encogí en mi lugar. No quería que se me acerque, no quería que nadie lo haga.

<<Fue su culpa>> me dije <<Todo lo que me pasó fue culpa suya>>

María llegó a mi cama, se sentó en la orilla más cercana a mí. Sentí cada extremidad de mi cuerpo tensarse, y la alarma de "peligro" gritando con todas sus fuerzas en mi cabeza.

—Vete —pedí, casi sin voz, sintiendo un nuevo nudo en la garganta y escozor detrás de mis ojos. No quería a nadie cerca, quería estar sola—. Vete, María.

—Bonita, no entiendo qué pasó, yo... ¿hice algo malo? ¿Te lastimé? —la muy idiota inquirió también con la voz ya afectada y los ojos llorosos. Una vez me dijo, que se le hacía imposible verme llorar, sin llorar ella misma a la vez. Siempre fue una idiota.

Sentí su mano acercarse dirección mis sábanas, con la que me cubría el cuerpo y todas las marcas en él.

—No me toques —supliqué en un susurro, ya con nuevas lágrimas saladas de por medio.

—Bonita, por favor, no te enojes conmigo, linda —su mano llegó a las sábanas, me descubrió el rostro. Me quedé paralizada—, no hoy, por favor, yo-

María, idiota y mil veces idiota como siempre, llevó su mano a mi mejilla, quiso pasar un mechón de mi cabello por detrás de mi oreja. Pero me asusté, entré en pánico, sentí un miedo feroz recorrer mis venas, sentí, sentí...

De un momento a otro, me encontraba sentada frente a mi novia, mirándola con un odio impropio y profundo. Le dí una cachetada.

Después del impacto, nos quedamos en silencio. Mi respiración estaba de una forma inhumanamente rápida y errática, los latidos de mi ultrajado corazón no estaban en mejor condiciones.

María, por otro lado, había quedado con el rostro corrido hacia un costado, con la mirada perdida en un punto indefinido del suelo, quieta y estática, a excepción por sus manos, que temblaban con miedo.

De manera rápida, mi enojo se transformó en arrepentimiento al recaer en que el golpe dado pudo haber generado recuerdos infelices de la infancia de María.

No me disculpé.

Aún asustada y con miedo, retrocedí en la cama, mis pies enredándose en las mantas. Me detuve cuando mi espalda chocó con la pared. Recién en ese momento, María giró su rostro en mi dirección, me miró confundida y hasta un poco dolida. Me sorprendí al no encontrar en su mirada enfado, sino y por el contrario, sus ojos celestes claros expedían preocupación por montones.

BonitaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora