Capítulo 26

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Hace nueve años.

Oficialmente, cumplíamos dos años de novias. Era de las sensaciones más bonitas que podría haber, y siendo sincera, es uno de mis recuerdos favoritos: yo y ella en una pijamada en su casa, esperando emocionadas a que el reloj marcara las doce de la noche, tomadas de las manos, sonrientes, con besos y abrazos de por medio. Cuando pasó de un día al otro, y el reloj marcó la hora cero, nos tiramos sin pensar a los labios de la contraria, y abrazadas, nos deseamos un feliz aniversario.

—Te amo —nos dijimos, al unísono, en medio del beso y de las sonrisas embobadas.

Era perfecto. Era único, era especial. Era María, era yo, éramos nosotras.

—Te tengo un regalo —me dijo de pronto, con la voz ronca y los labios hinchados por los besos prolongados. Yo, atontada por su boca y sus besos, no pude hacer más que cerrar los ojos con fuerza y asentir eufórica con la cabeza.

Estábamos solas en su casa. Su mamá había salido a otra de sus tantas noches de bar, y bueno, a ese punto, su padre ya no estaba entre nosotros, había fallecido el año anterior, fueron unas épocas difíciles para María, él era el único en ese tiempo que sabía de nosotras, el único que acompañó a María y estuvo con ella cuando su madre y toda su familia le dio las espaldas. Era un hombre sin igual, en más de una ocasión lo vi como un segundo padre, como el hombre perfecto y al que me hubiese enorgullecido llamar papá. María tuvo suerte al tenerlo, las dos lo tuvimos.

Mis padres me habían permitido ir a dormir a su casa, pese a no tener ni la más remota idea de que esa misma noche, su hija cumpliría años de noviazgo con su mejor amiga.

Con una sonrisa todavía más amplia en labios, escuché sus pasos alejándose de mi, y contininuamente, el sonido del cierre de su mochila, y el clock de un material seco y duro contra sus anillos.

De manera nerviosa e inconsciente, comencé a jugar con mis dedos. En un segundo de debilidad, entreabrí los ojos. Visualicé a María con una sonrisa todavía más nerviosa y con las manos tras las espaldas.

Mordí mi labio. Tenía la novia más bonita de todas.

—¡Hey! Si te veo, cierra los ojos —me regañó. Solté una risa y le hice caso, sintiendo en mis labios pintarse una sonrisa tonta.

Con lentitud, la escuché acercarse de nuevo a mí, y la sentí sentarse a mi lado, dejó lo que supuse era una caja entre mis manos.

—Ya puedes ver, bebé —me dijo.

Sentí los colores subirse con rapidez por mis mejillas, muy raras veces me llamaba así, y las pocas veces que lo hacía, siempre recibía el mismo efecto: mi sonrojo y nervios inminentes.

Sus ojos celestinos buscaron al instante los míos, una vez se sercionó de que poseyera una sonrisa, se permitió bajar la vista a lo que tenia entre las manos. Y entonces yo me permití mirar lo que tenía entre manos.

Ceñí el entrecejo, confundida, luego subí la mirada a ella, a la fina y delgada caja, y luego de nuevo a mi novia. De manera adorable, inclinó, suave, su cabeza hacia un lado.

—¿Qué es?

—Tontita —murmuró, sonriente. Le puse los ojos en blanco a modo de broma, y finalmente me permití abrir la caja, pero antes de que fuera capaz de ver lo que tenía dentro, con un suave y rápido movimiento, se osicionó a mis espaldas.

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