Capítulo 30

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Actualidad.

Me bajo del auto, aferro mi bolso blanco por las correas contra mi cuerpo y doy un paso.

Esta será una noche larga, pienso. Son las diez de la noche, viernes, despedida de soltera.

Me tardé media vida en arreglarme para venir, en primer lugar, porque ni siquiera sé lo que se suele poner para una despedida de novia, mucho menos si es tu despedida de novia; en segundo, tengo cara de demacrada, ojos cansados, ojeras marcadas y malhumor casi palpable; tercer lugar, y de la mano del segundo, mi sueño: no vengo durmiendo casi nada por estas últimas dos noches. Anteanoche, por mi conversación con Nahuel, fue imposible reconciliar el sueño, Nahuel se fue al sofá, yo me quedé viendo el techo en la habitación. Anoche, por, bueno, lo mismo, quedarme viendo el techo.

¡Tengo muchas cosas para pensar! La primera de ellas comienza con M, y es la peor dama de honor y amante.

No contesta mis mensajes.

No contesta mis llamadas.

Ayer no se presentó en el salón y en la Iglesia, cuando se supone íbamos a ir todos para decidir la ornamentación.

¡No sé nada de ella desde la elección del vestido! Se desapareció esa misma tarde, después de que yo prácticamente huyera de la plaza, sí, pero...

Estoy preocupada. Ayer quise preguntarle a Melody de María, pero me contestó con puras evasivas, alabando solo que no había podido asistir porque le dolía el estómago. Eso sin contar lo rara que estuvo actuando todo la tarde de ayer conmigo, evasiva, callada, alejada. Ni siquiera parecía mi amiga, solo una conocida.

Suelto un suspiro. En definitiva, no tengo ganas de estar aquí. No quiero ni imaginar la incomodidad incrementada que sentiré mañana con Nahuel, como si el pequeño avance que hicimos a lo largo del día de ayer no hubiera existido.

—Oh, Karol. Al fin encuentro a alguna —doy un sobresalto por la voz repentina. Sin embargo, la impresión se desvanece rápidamente, es la voz de Mía, distingo antes de girar sobre mis talones y encontrarme con su mirada. Está bonita, algo asustada y cansada, pero de todas formas el entusiasmo destella de sus ojos—. Llevo aquí unos diez minutos y estoy perdida.

—Hola, prima —le saludo, dejando dos besos en sus mejillas. Ella sonríe, pero no dice nada—. Ven, vamos al pasillo, no nos quedemos en la pista. Ten cuidado.

Con delicadeza, rodeo su muñeca, y tiro de ella hacia mí, de manera que logre moverse. Me hago camino entre la muchedumbre. Es impresionante como, todavía siendo medianamente temprano y este local casi y apenas haber abierto sus puertas, la clientela ya está bastante animada, con algunos tragos de más y bailando por montones.

En algún momento, mi mano pierde la muñeca de mi prima mayor. Cuando giro a verla, no la encuentro. Un grupo de chicas comenzaron a hacer una clase de tren bastante cutre, y llevan consigo a otras personas que no conozco. Logro visualizar, pese a la casi nula luz del lugar y a las máquinas de humo de colores, a Mía confundida y siendo llevada a rastras entre ellas.

Frunzo el ceño e intento ir tras ella, con temor a que un paso en falso la lleve al suelo, algo en extremo peligroso al estar en un embarazo avanzado. Sin embargo, un chico me toma del brazo y me acerca hacia él pretendiendo bailar contigo. Lo empujo con las manos, algo desorientada.

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