Parte IX

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—Zaiyun, escúchame —dijo Xiaole con voz suave, tomando las manos de su hijo entre las suyas—. He sacrificado mucho para asegurar tu futuro en este trono. Si mañana su majestad decide ejecutar a quienes estén relacionados con Duan, te ruego que no te opongas a su decisión.

—¿Qué estás insinuando, madre? —inquirió Zaiyun, desconcertado y molesto—. No permitiré que Mei Xiang pague por los errores de su madre.

Xiaole, visiblemente nerviosa, acarició el rostro de su hijo con ternura, buscando transmitirle su preocupación.

—Por favor, no deshonres mi sacrificio ni el futuro de nuestro imperio por una causa perdida —rogó Xiaole con voz entrecortada—. Tú eres el heredero de esta dinastía, y debes comportarte como tal.

Zaiyun miró a su madre con incredulidad, sin poder comprender del todo su solicitud. Pero al ver la angustia en los ojos de Xiaole, comprendió que había mucho más en juego de lo que él podía imaginar.

[...]

Mientras el sol comenzaba a ponerse en el horizonte, la capital del imperio chino cobraba vida con la llegada triunfal del emperador y su ejército, supuestamente victorioso. Desde los albores del tiempo, la majestuosa Ciudad Prohibida de Pekín había sido testigo de innumerables momentos históricos, y este día no sería la excepción.A lo largo de las calles, el pueblo se congregaba para saludar al emperador, ofreciendo sus bendiciones y celebrando lo que creían que era una victoria segura sobre los turcos. La esperanza y la alegría se extendían como un manto sobre la ciudad, tenían la esperanza de que con esta victoria los demás problemas del reino se esfumaran, que por fin los cielos los bendijeran. Por fin algo estaba saliendo bien para el imperio y todos querían festejar, creyendo que las cosas mejorarían.

—¡Larga vida al emperador! ¡Que la gloria del imperio perdure para siempre! —clamaban las voces entusiastas de la multitud.

—¡Ahora que su majestad regresó con la bendición de los cielos, nuestras sequías e inundaciones por fin tendrán fin!

El emperador, con una sonrisa en el rostro, saludaba a la distancia a sus súbditos mientras avanzaba por las calles rumbo al palacio imperial. Detrás de él, el ejército imperial también disfrutaba del festejo de la gente, pero no se sentían victoriosos ni bendecidos por los dioses. Se sentían humillados y derrotados. La decisión que el emperador y el sultán habían tomado para acabar con los enfrentamientos y llevar la paz hacia ambos imperios no era más que una burla para el imperio chino. Estaban enojados, molestos por la felicidad de los pueblerinos y la sonrisa en el rostro del emperador. Los gritos de la gente los irritaban, querían callarlos y decirles lo que realmente había sucedido, pero juraron permanecer callados hasta que el emperador diera el anuncio de su gran alianza.

𝐂𝐡𝐢𝐧𝐞𝐬𝐞 𝐒𝐧𝐚𝐤𝐞 (Ș𝐞𝐡𝐳𝐚𝐝𝐞 𝐌𝐮𝐬𝐭𝐚𝐟𝐚)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora