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Los días transcurrían de manera tortuosa para Mei Xiang, quien comenzaba a creer que jamás llegaría a la capital. A veces, el tiempo parecía avanzar con una lentitud exasperante, martirizándola con las incomodidades del viaje: el frío de las noches y el insoportable sol del día. En otras ocasiones, los días pasaban demasiado rápido, recordándole que con cada paso se alejaba más de su hogar, del reino donde había crecido y de las personas que amaba, su padre y su hermano. Los extrañaba cada noche, preguntándose cuándo los volvería a ver o si nunca más los vería.
Las diferencias entre las tierras de los turcos y su amado imperio hacían que su corazón se apretara en su pecho. Se preguntaba si podría soportar el peso de su deber y si alguna vez se acostumbraría a él.
Ya habían abandonado Amasya y avanzaban hacia la capital a toda prisa para evitar otro incidente que pudiera poner en riesgo a Mei Xiang. Mustafa y otros once hombres los escoltaban para garantizar la seguridad de la princesa. Al principio, Mei Xiang sentía la piel erizada de miedo e inseguridad, pero la presencia de Mustafa la hacía sentir un poco más aliviada y segura.
Hoy se cumplían tres días desde el ataque, pero Mei Xiang aún sentía la presión de aquel fatídico evento en el río. Su mente revivía constantemente la sensación de ser asfixiada bajo el agua y la sangre tocando su rostro. Cada vez que cerraba los ojos, esos recuerdos se avivaban, impidiéndole descansar bien. Las largas noches en vela habían dejado su rostro marcado por la fatiga, y sus ojos no mostraban nada más que cansancio y un temor que no lograba disipar. Intentaba mantener su mente ocupada, pero nada lograba calmar su ansiedad.
Dentro del carruaje, Mei Xiang intentaba descansar mientras se abanicaba con un abanico de madera. Estar encerrada allí no ayudaba mucho, y el calor la fastidiaba demasiado. Frustrada, abrió los ojos y cerró el abanico de un golpe contra la palma de su mano, pero ni siquiera aquel sonido despertó a Rong Qiu, que descansaba en el asiento de enfrente. Parecía que él sí lograba conciliar el sueño.
A falta de criadas, y dado que Rong Qiu se hacía pasar por eunuco, él se designó para cuidar de Mei Xiang. Sin embargo, Rong Qiu había sido criado para que lo atendieran a él, no para atender a otros. Era Zhou Shang quien se encargaba de cualquier cosa que ella necesitara. Siempre estaba al pendiente y, además, era el único que la conocía bien. Tan bien que, en medio de la madrugada, cuando Mei Xiang sentía la sensación de la sangre en su piel y creía que las sábanas también estaban sucias, Zhou Shang entraba con unas sábanas limpias y una infusión de hierbas calmantes para ella.
Mei Xiang soltó un suspiro y bajó la mirada. Pese a todo, Zhou Shang estaba a su lado, pero ella lo ignoraba y apenas le dirigía la palabra. Sabía que eso lo hería profundamente; su desprecio le dolía. Sin embargo, no podía evitar sentir resentimiento por lo que había sucedido. No podía dejar de culparlo. Mei Xiang estiró su brazo hacia la pequeña cortina que estaba en la ventana a su lado para poder ver hacia el exterior. Zhou Shang siempre cabalgaba al lado del carruaje. Quería verlo, preguntarle si estaba bien. No podía seguir enojada con la única persona que se preocupaba por ella.
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𝐂𝐡𝐢𝐧𝐞𝐬𝐞 𝐒𝐧𝐚𝐤𝐞 (Ș𝐞𝐡𝐳𝐚𝐝𝐞 𝐌𝐮𝐬𝐭𝐚𝐟𝐚)
Fanfiction𝑪𝒉𝒊𝒏𝒆𝒔𝒆 𝑺𝒏𝒂𝒌𝒆 | "𝖤𝗅 𝖺𝗆𝗈𝗋 𝗉𝗎𝖾𝖽𝖾 𝖼𝗈𝗇𝗍𝗋𝗈𝗅𝖺𝗋 𝖺𝗅 𝗁𝗈𝗆𝖻𝗋𝖾, 𝗉𝖾𝗋𝗈 𝗍𝖺𝗆𝖻𝗂𝖾́𝗇 𝗉𝗎𝖾𝖽𝖾 𝖽𝗈𝗆𝖾𝗌𝗍𝗂𝖼𝖺𝗋 𝖺 𝗅𝖺 𝗌𝖾𝗋𝗉𝗂𝖾𝗇𝗍𝖾 𝗆𝖺́𝗌 𝖺𝗌𝗍𝗎𝗍𝖺 𝖽𝖾𝗅 𝖽𝖾𝗌𝗂𝖾𝗋𝗍𝗈". Al perder la capital del...