Capítulo I

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MARTIN

Cuerpo y mente estaban en el quinto sueño cuando sonó el despertador. Tanteé con la mano la superficie de la mesita de noche, pero no conseguí dar con el móvil. Resoplé cansado y abrí un ojo para visualizar donde estaba y, así, apagar la alarma.

Eran las siete de la mañana de un viernes lectivo. Me levanté de la cama y fui al armario a por unos pantalones y una camiseta. Aún hacía calor en Valencia como para vestirse con ropa de abrigo, así que opté por ponerme una chaqueta vaquera por si refrescara y salí de la habitación para tomarme el desayuno.

El piso de alquiler que había encontrado no era muy grande, pero suficiente para un par de estudiantes. Éramos tres jóvenes alocados compartiendo una vivienda. Una de nosotros es Bea, una chica sincera y risueña, fanática de los gatos. El otro es Lucas, un chico uruguayo hiperactivo, con un sentido del humor especial que, cuando se juntaba con el de Bea, no había quien pudiera contenerse la risa.

Y luego estaba yo, Martin. Según mis amigos, soy un chico de muchos adjetivos, es decir, es muy difícil describirme en pocas palabras. Personalmente, me considero una persona calmada, fan de la naturaleza y de las cosas peculiares. A lo mejor por eso soy así, peculiar.

Al llegar a la cocina me encontré con Lucas preparándose un café en la máquina.

—Buenos días, Loqui, ¿cómo dormiste?— preguntó mientras me daba el abrazo matutino.

—Bien. ¿Tú qué tal? Ayer llegaste más tarde a casa...— le miré con una sonrisa. Él se mordió el labio.

—La mejor cita del mundo, loco. Fue brutal. Aún no me la creo— dijo negando con la cabeza y pasándose una mano por el pelo.

—Entonces, ¿todo bien con Claudia?— me interesé. Cualquiera podría considerarlo un cotilleo, pero a mí me ponía contento ver felices a mis amigos.

—Súper bien— hizo una pausa por vergüenza, pensándose si decirlo en voz alta o no. Al final se armó de valor–. Creo que la amo.

—Eso es muy bonito, Lucas— le di un abrazo y me puse a prepararme una macedonia de frutas.

Al rato entró Bea en la cocina con un andar lento y pesado. No traía buena cara.

—¿Qué te ocurre?— Lucas también se dio cuenta de su mal estado y se acercó a ella.

—No sé...— mintió. Pero tanto Lucas como yo sabíamos cuál era el problema.

—Es por Claudia, ¿verdad?— pregunté lo obvio. Ella hizo un puchero con los labios y pude ver cómo se le humedecían los ojos.

—¿Mi Claudia? ¿Qué sucede con ella?— se extrañó Lucas.

—No, tonto. Su Claudia— aclaré señalando a Bea. Una gran coincidencia que las novias de mis dos compañeros de piso compartiesen nombre, por eso a veces había confusiones.

—Ay, sí, perdón, cierto. Bueno, pero, ¿qué sucedió?— volvimos a centrar la atención en Bea, que se había sentado en una de las sillas de la mesa de la cocina, junto a mí.

—La echo mucho de menos— susurró y rompió a llorar. Arrimé mi silla a la suya y pase un brazo por sus hombros.

—Y es normal, hace un montón de tiempo que no la ves. Seguro que pronto encuentra un fin de semana para venir aquí desde Madrid, sólo para verte. Ella también te quiere mucho, y eso lo sabemos todos— traté de consolarla.

Nunca he vivido la experiencia de tener una relación de pareja a distancia, pero tampoco me la imagino como algo sencillo de sobrellevar. Supongo que es difícil querer a alguien y no poder tenerle a tu lado. O planear una quedada y no poder ir a buscarle a casa. O acercarte a su universidad para recogerle y pasar el día juntos. O tener una cita que acabe con un beso en el portal. Son pequeñas cosas que marcan la diferencia, y no tener la posibilidad de cumplirlas destrozan un poquito por dentro.

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