Capítulo VII

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MARTIN

Hoy era el gran día. Por fin iba a tener una cita con Aitor. Llevaba imaginándome cómo sería ese momento de estar los dos cogidos de la mano por la calle desde la segunda vez que me lo crucé en el rellano de casa. Fue la primera vez que entablamos una conversación medianamente larga, mientras cada uno abría la puerta de su casa. Cada vez que recordaba aquel momento lo visualizaba como una escena de película, de esas que llegan a dar grima por tanta cursilería.

Bea me sacó de mi ensoñación a la fuerza, dando golpes a la puerta del baño como una desquiciada.

—Martin, llevas media hora en la ducha. La factura del agua la acabarás pagando tú sólo como sigas así— me amenazó —. Y date prisa, que yo también tengo que entrar para arreglarme.

Muy a mi pesar tuve que apagar el grifo y salir de la ducha. Me enrollé la toalla alrededor de la cintura y me asomé en el espejo para verme. Hice un poco el tonto, sacando músculo y poniendo carantoñas, hasta que Bea insistió de nuevo.

—Eres una pesada— dije abriendo la puerta del baño. Ella estaba detrás con los brazos cargados de ropa.

—Y tú un tardón y un malgastador de agua. El cambio climático es por tu culpa— me acusó con el dedo y los dos estallamos en carcajadas. Luego levantó los brazos para enseñarme todo lo que llevaba encima —. Necesito que me ayudes a elegir conjunto.

—Lo mismo digo, porque en una hora tengo que estar listo y aún no he escogido ni los calzoncillos— desesperado, me llevé las manos a la cabeza —. ¿Qué puñetas se pone la gente en una primera cita?

—No te comas tanto la cabeza. Vístete con lo que te sientas más cómodo, más tú— me aconsejó y yo le miré con una ceja levantada.

—¿En serio?— pregunté sarcástico —Me lo dice la persona que lleva todo su armario en brazos. Literalmente, eres la típica de "consejos vendo, pero para mí no tengo".

—Deja de burlarte de mí— se hizo la ofendida —. He quedado con gente que no conozco de nada, ¿vale? Y encima mi mejor amigo me deja tirada porque prioriza su vida amorosa a la mía.

—¡Ey! No digas mentiras, tú siempre serás lo primero ante todo. Y no inventes, porque no te voy a dejar tirada, solo que iré más tarde. Nada más— me justifiqué y ella me sonrió con ternura. Yo fruncí el ceño, confundido por su cambio de humor —. ¿Qué?

—Que eres un niño súper pequeñito, amor— dijo cogiendome la cara con ambas manos y estrujándome los mofletes —. No hace falta que te justifiques, si ya me puedo hacer una idea de cómo te estarás sintiendo en estos momentos.

—Creo que tengo ganas de vomitar de lo nervioso que estoy— admití con un puchero. Ella hizo como una especie de grito cursi al verme la cara; sin embargo, en seguida la cambió a una más seria.

—Pues guárdate la pota, porque ahora me toca a mí el viaje a Narnia— dijo. Me sacó del baño y me cerró la puerta en las narices.

—¡Bea, que necesito coger mis cosas!— exclamé alterado por no saber qué hacer. La puerta se volvió a abrir.

—Te doy treinta segundos para cogerlo todo— me avisó cruzándose de brazos y empezó a contar el tiempo que me quedaba.

Fue gracioso imaginar la situación desde fuera y verme correr de un lado para otro en un espacio de escasos metros cuadrados. Le di un beso a Bea antes de que volviera a cerrarme la puerta en la cara y fui a mi habitación a elegir EL conjunto.

El tiempo se pasó volando y, cuando quise darme cuenta, mi mano estaba llamando al timbre del piso de enfrente. Mi cuerpo temblaba bajo la camisa fina negra de manga larga y los pantalones grises anchos desgastados que había escogido.

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