MARTINMe desperté con el sonido de la cafetera. Fui a cambiar de posición para volver a dormirme aunque fuera un rato más, pero noté un cuerpo a mi lado que me inmobilizaba. Fue entonces cuando me vinieron a la mente recuerdos borrosos de la noche anterior. Juanjo, escrito en letras grandes y rojas. Abrí los ojos lentamente, como si ello fuese a evitar que no se despertara después de soportar mis movimientos bruscos. Por suerte, aún seguía con los ojos cerrados, durmiendo. O eso pensé yo.
Me di el placer de observar con detenimiento cada una de sus facciones: su pelo desordenado, su nariz arrugada por el sol que entraba por la ventana, sus párpados relajados. Sus labios rosados también estaban cerrados, dejando escapar el aire por los orificios de la nariz. Su respiración era calmada y me daba paz sentirla.
Me di cuenta, entonces, de la posición en la que estábamos: los dos abrazados, con una pierna mía cruzando las dos suyas, su brazo aferrándome a su cuerpo desde la espalda y mi brazo descansando sobre su pecho, junto a mi cabeza, que estaba apoyada en su hombro. Me puse rojo solo de pensar en la imagen que se vería desde fuera. Luego me entraron los nervios y la vergüenza, pero no quería moverme para no despertarle. Y también porque estaba muy cómodo, para qué engañarnos.
Sentí su cabeza moverse y alcé la mirada a su rostro. Sus ojos a medio abrir se encontraron con los míos. Sonreí como pude, nervioso a la espera de su reacción al vernos así a los dos, tan pegados el uno al otro. Le vi abrir más los ojos tras procesar la situación y reprimí la risa que se me quería escapar. Carrapeó nervioso y quitó el brazo con el que me rodeaba la espalda. Entendí su incomodidad y me aparté de encima suya. Nos quedamos hechos unos palos, estirados a todo lo largo que daba el colchón, con nuestros hombros rozándose por la poca amplitud de la cama.
—Buenos días— dije. Fue lo primero que se me ocurrió.
—¿Estás mejor?— preguntó, incorporándose en el borde de la cama. Buscó por debajo unas zapatillas cualquiera con la que andar por casa y se las puso.
—Sí, gracias— dije. Él se giró curioso.
—¿De nada?— contestó sin saber por qué las daba. Sonreí, pasándome una mano por el pelo.
—Por cuidarme esta noche— aclaré —. La verdad es que estuve fatal toda la tarde, pero me supo mal avisaros y preocuparos por una tontería.
—Tú sí que estás tonto— contestó —. Dudo que hubieses molestado a Bea con eso. Pero no se lo digas ahora, porque seguro que se enfada contigo.
—Lo sé— dije levantándome de la cama —. Lo mismo te digo.
—Seré una tumba— dijo cerrando su boca con una cremallera imaginaria.
Salió de la habitación en dirección al baño y yo me fui hacia la cocina. Allí estaban Bea y Álvaro sumergidos en una conversación de las suyas.
—Martin, amore, ¿cómo te encuentras?— me preguntó Bea nada más cruzar yo el umbral de la puerta. Se acercó a mí y me dio un beso en la mejilla que casi me deja sordo.
—¿De este oído? Mal— le vacilé.
—Debes estar fresquísimo si ya te andas con bromitas— dijo Álvaro, devolviéndome el juego.
—Dame un Paracetamol, anda— le pedí como si fuera a morirme en ese mismo momento. Tanto Bea como Álvaro se rieron de mi estado. Yo les saqué el dedo.
—¡Martin, educación!— dijo Álvaro entre risas, llevándose un manotazo de Bea en el brazo.
—No chilles, cabrón— contestó Bea, masajeándose las sienes.
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Todo Contigo
FanficMartin ha decidido mudarse a Valencia para cumplir sus sueños y estudiar la carrera de arte dramático. La incertidumbre por no saber lo que le deparará esta nueva etapa de su vida es inmensamente profunda. Lo que no se imagina es la verdadera magi...