Capítulo IV

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MARTIN

El viernes, después de regalarle mi entrada a un desconocido, estuve dando vueltas por el centro para despejarme. Y de paso llorar un poco más.

Sentía rabia por pensar en la traición de Aitor, por que hubiese jugado con mi ilusión. Si no quería estar un rato conmigo a solas, habría sido tan sencillo como decírmelo. No digo que la sensación de tristeza no la hubiera sufrido, pero el proceso de aceptación habría sido menos doloroso.

Porque así es como me sentía. Dolido, machacado. Sin ganas de nada; ni de comer, ni de salir. Ni de reír.

Cuando llegué esa noche a casa, sobre las once, Bea vino deprisa a recibirme. Seguro que llevaba toda la tarde esperando mi llegada para que le contara todo lo sucedido en la cita. Pero al verme la cara de desilusión, comprendió que algo no había salido bien. Agradecí que evitara las preguntas directas y que me diera tiempo para expresarme.

—¿Quieres que te prepare un vaso de leche caliente?— me ofreció —. Te vendrá bien para entrar en calor y coger el sueño.

—Vale— murmuré encogiendo los hombros.

Al rato volvió de la cocina con un vaso que desprendía vapor de lo ardiente que estaba. Cogió una manta del rincón del sofá, se sentó junto a mí y nos la echó por encima.

—¿Quieres contarme o lo dejamos para mañana?— me preguntó con voz calmada.

—Yo...— no sabía qué decirle.

—¿Te ha hecho algo? ¿No ha sido como esperabas?— me ayudó.

—No... no ha sido— logré decir.

—¿A qué te refieres?— Bea no entendía a dónde quería llegar. Se paró un momento y entonces abrió mucho los ojos— ¿No ha ido?

Negué con la cabeza y contraje el rostro. La vista se me comenzó a nublar. Noté las lágrimas resbalando y mojándome las mejillas. 

—No, Martin... Ven aquí.

Me rodeó con sus brazos y exploté. Me vacié entre temblores y sorbidas de mocos. No podía más, estaba harto de que nada me saliera bien en el amor.

En mis años de instituto, la gente me miraba como si yo fuera un bicho raro. Había personas que se burlaban de mí por mi ropa, mis gustos o por la gente con la que me juntaba. Yo nunca he seguido las modas o las normas establecidas por la sociedad, por eso destacaba, ya fuera para bien o para mal. Hacía como que no me afectaba, después de todo tenía a la gente que más quería a mi lado y con eso ya me sentía fuerte y acompañado. Pero había momentos en los que deseaba huir de allí o encararme con los pesados de turno que atacaban a la minoría, cuando ellos tenían el doble de complejos que todos nosotros juntos.

Por culpa de las etiquetas impuestas, me era más difícil encontrar a alguien que quisiera estar conmigo más allá de una amistad o de un "nos conocemos". Por supuesto que no era ningún secreto mi orientación sexual, pero nunca llegó a ser el problema principal porque era un tema que trataba con total normalidad, tanto en casa como en el grupo de amigas.

Mi verdadero problema era que soy una persona muy amorosa, romántica y cariñosa, nacida en una generación donde el desinterés, el postureo y las infidelidades lideran las relaciones de pareja.

Por eso tenía tan mala suerte y nada me salía bien. Por eso se me hacía tan difícil encontrar el amor. Por eso idealizaba tanto a la gente, porque hacía planes de futuro demasiado rápido. Porque, para la gente que conforma la sociedad actual, pedía demasiado. Sin embargo, yo nunca había dejado de soñar, por eso me destrozaba el corazón día sí, día también.

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