MARTINAquella noche me dormí del tirón con la imagen de Juanjo abrazándome en medio de la habitación. Era incapaz de no pensar en otra cosa que no fuesen sus brazos rodeándome o su cabeza apoyada ligeramente en mi hombro. Se me había grabado en la memoria olfativa su colonia; daba la sensación de que aún seguía allí conmigo, entre esas cuatro paredes que se habían inundado de un silencio extraño cuando nuestras manos se quedaron entrelazadas.
En aquel instante sentí como si la Tierra hubiese dejado de rotar. Solo éramos Juanjo y yo contra el mundo. O, mejor dicho, contra la chispa que había surgido del roce de nuestros dedos. Una conexión que daba miedo y era preciosa al mismo tiempo, con su rayo de luz azul que podía cortar hasta una hoja de papel, sin darte cuenta, en un abrir y cerrar de ojos. Parecido a un relámpago que parte el cielo por la mitad en medio de una noche de tempestad.
Daba vergüenza admitirlo, pero con él me sentía a gusto. Era la primera vez que desarrollaba una relación de amistad con alguien en tan poco tiempo. Aunque, para qué engañarnos, la palabra amigo se me quedaba corta si pensaba en Juanjo. Se sentía raro, pero bonito, lo que me producía estar en un mismo lugar que él, a su lado, o cuando simplemente le dejaba vagar por mi mente.
Pero todo en la vida tenía sus complicaciones. Y la mía tenía nombre propio, llevaba a cabo las tres funciones vitales y compartía rellano conmigo. Era inevitable no sentirme una mala persona por haber desarrollado un cariño especial por dos chicos al mismo tiempo. Y más aún al ponerme en situación de a quién de los dos escogería en primer lugar: si a Juanjo o a Aitor.
Desde el día que llegué a Valencia y me crucé con Aitor, no podía pensar en nadie más de manera sentimental que no fuese él. Y no había dejado de gustarme, claro que no, pero había algo en él que no me acababa de encajar. Me daba la sensación de que el cariño y el amor que surgiría entre nosotros no podría con todo si lo nuestro subía un par de escalones más.
Por si fuese ya poco, nunca me había gustado una persona nada más conocerla. Él era el primero y único de la lista y eso hacía la situación más complicada. ¿No tendría que sentirme en el cielo por haber experimentado el amor a primera vista? ¿No debería estar seguro de que es ahí donde debo estar, que es ese el lugar y la persona indicada? Inevitablemente, cada vez que pensaba en ello, la imagen de Juanjo con su sonrisa perfecta me venía a la cabeza.
Después de darle varias vueltas al asunto, llegué a la conclusión de que lo mejor iba a ser hablar con Aitor. Le pediría una explicación sobre lo que ocurrió durante la cita y aprovecharía para contarle mis dudas en si seguir viéndonos o mejor quedar como vecinos que se llevan bien. Incluso podíamos ser amigos, no me importaba ni molestaba.
Estiré los brazos y las piernas a todo lo largo que medía la cama y me levanté para salir a desayunar. Hoy era lunes y había clase, pero me había levantado más pronto de lo normal. En vez de maldecir mi mala suerte, aproveché para tomarme el desayuno con más tranquilidad. Me gustaba disfrutar de los pequeños placeres de la vida, como en aquel momento, que salí a la terraza con una taza de café en la mano y en la otra un cuaderno de dibujo donde solía garabatear a gente que pasaba por la calle o escribía algún verso suelto de un poema que dejaba a medias y nunca volvía a retomar.
De repente el móvil vibró sobre mis piernas. Por las horas, imaginé que sería un mensaje de mi madre preguntándome si había dormido bien. Pero no, era de Juanjo. Fruncí el ceño. La verdad era que, tras su huida de casa después de nuestro abrazo, me sorprendió recibir a la mañana siguiente un mensaje suyo donde me sugería quedar para tomar algo juntos. Él y yo, solos.
No pude reprimir la sonrisa. Me hizo gracia percibirle tan inseguro por mi respuesta y me pareció divertida la idea de jugar un poco con él.
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Todo Contigo
FanfictionMartin ha decidido mudarse a Valencia para cumplir sus sueños y estudiar la carrera de arte dramático. La incertidumbre por no saber lo que le deparará esta nueva etapa de su vida es inmensamente profunda. Lo que no se imagina es la verdadera magi...