Capítulo XVI

820 60 7
                                    


MARTIN

Seis meses.
Seis meses y siete días, para ser exactos. Ese era el tiempo que llevábamos siendo novios Juanjo y yo, y no podía estar más feliz por ello. Desde el día en que me pidió que fuese su acompañante en esta etapa de su vida, todo se pintó de miles de colores y comenzó a sonar una música alegre con la que me despertaba feliz cada mañana.

Miré al horizonte y achiné los ojos por culpa del sol que me daba directo en la cara. Cubrí mis ojos con una mano a modo de visera mientras una brisa agradable me removía el pelo. Y entonces respiré. Me permití llenarme los pulmones de aire puro y fresco y aproveché para admirar el paisaje que se extendía frente a mí: una playa espléndida, con sus aguas pintadas de verde esmeralda y azul, adornada de conchas y piedras aleatorias que hacían más mágico el lugar.

—¡Martin, ven a ayudarme con esto, anda, que pesa un huevo!— me llamó Juanjo desde el coche. Estaba descargando las cosas para bajarlas a la playa.

Corrí a echar una mano con las hamacas y la sombrilla, mientras él cargaba con la neverita y la bolsa con las toallas, las cremas y todos los "por si acaso" que me obligó a coger mi madre antes de salir hacia el aeropuerto.

Por fin había llegado el verano y había podido hacer uso de uno de mis súper regalos de cumpleaños. Después de hablar con la agencia que organizaba el viaje, habíamos fijado una fecha y nos habíamos subido en un avión rumbo a Gran Canaria. La planificación del viaje era una pasada: rutas para explorar la isla, día de masaje en el hotel donde nos hospedábamos, juegos y festivales a pie de playa, cenas reservadas en restaurantes de lujo... Lo cierto es que me sentía mal por el dinero que debían haberse gastado mis amigos en mi regalo de cumpleaños. Era una locura todo lo que habían pensado para nosotros dos. Eso sí, los restaurantes pijos no entraban en el precio, pero no podía decirle que no a una cena romántica con mi novio en un lugar de ensueño.

Sin duda, van a ser las mejores vacaciones de mi vida.

Nada más mis pies pisaron la arena, sentí una paz indescriptible. Me di prisa en llegar a donde estaba dejando Juanjo nuestras cosas para soltar las hamacas y salir corriendo como un niño pequeño. Grité eufórico, reí, carcajeé. Abrí los brazos a todo lo que me daban y me sentí abrazado por la naturaleza.

De pronto los brazos atléticos de Juanjo me rodearon desde atrás por la cintura. Su respiración chocó contra mi cuello; había dejado reposada la cabeza en mi hombro. Giré para verle de cerca y la escasa distancia que había entre nuestras bocas fue perfecta para que nos diéramos un beso. Sonreí sobre sus labios y me separé de él para colocarme enfrente suya. Nos fundimos en un efímero abrazo condimentado de caricias y diminutos besos. Mmm, saben a casa.

—Venga, vamos a bañarnos— dijo Juanjo al separarse —. O se nos hará tarde para comer.

Entre risas, nos ayudamos el uno al otro a quitarnos la ropa y quedarnos en bañador. En aquella playa solo estábamos él y yo y una señora concentrada en leer el libro que tenía apoyado entre las piernas. Menos mal que no nos dedicó ninguna mirada despectiva ni nos dijo nada desagradable. Es más, pude ver cómo ocultaba una sonrisa divertida bajo las gafas de sol enormes que descansaban sobre el puente de su nariz.

—¡Atrápame si puedes!— grité antes de salir corriendo hacia el agua.

Escuché detrás de mí el chapoteo de los pies de Juanjo y grité nervioso por si me atrapaba. Intenté nadar lo más rápido que pude para escabullirme, pero él fue más veloz y logró agarrarme de un pie. Estiró de él y me dejé llevar por la corriente hasta él, rendido tras la derrota.

—Te atrapé— susurró sonriente.

Durante la persecución se había metido de cabeza en el agua y ahora su pelo mojado goteaba la superficie de sus hombros y la espalda.
Seguí el camino de una de las gotas: se soltó de uno de sus mechones y se deslizó por su rostro; primero por su frente, luego por la mejilla y, por último, hizo un giro inesperado y descendió hasta el labio superior de su boca. La gota sucumbió bajo el poder de la lengua de Juanjo. Me quedé con la mirada fija en sus labios, con el sistema nervioso alterado y el corazón en parada. Cerré la boca al darme cuenta de que la tenía entreabierta y tragué saliva. Joder.

Todo Contigo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora