Capítulo VIII

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MARTIN

Después de la segunda partida, todos estuvieron de acuerdo en cambiar de ambiente y salir a buscar algún bar para tomar algunas previas en vez de ir directos a la discoteca. Entramos en el primer local que vimos; estaba ambientado con unas luces cálidas que le daban un toque acogedor y hacían contraste con las paredes decoradas con graffitis de todos los colores. Cada uno se pidió la bebida que quiso y, para compartir, algo de picar: una patatas bravas, calamares y una ensalada grande. Estábamos tan a gusto que terminamos pidiendo más cosas: algo sencillo para cenar además de las tapas.

La distribución en la mesa había sido tan acertada que, por mera casualidad, Juanjo y yo acabamos sentados uno frente al otro. A su lado, Violeta y Álvaro; al mío, Denna y Bea.

Estuve callado unos minutos, observando a mis amigos y a los nuevos conocidos interactuar. A todos nos había sorprendido descubrir la gran afinidad de Álvaro y Bea. Parecían la misma persona cuando reaccionaban u opinaban sobre algo. Se les veía muy felices de haberse conocido. Para saber más cosas del otro, a Álvaro se le había ocurrido jugar a las preguntas y, tanto él como Bea, no podían parar de reírse de sus respuestas. No porque fueran graciosas, sino por la sorpresa de coincidir en casi todas ellas.

—¿Cantante favorita?— preguntó Bea.

—Ariana Grande, la diosa a la que rezo todos los días— respondió Álvaro orgulloso.

—Es la reina de las divas— confirmó Bea.

Por otro lado, estaban Denna y Violeta. Si las mirabas desde fuera, sin conocerlas, parecían hermanas de sangre. Tan complementadas, tanto amor entre ellas. Hablaban de todo y de nada a la vez, como si el tiempo no pasara. Yo a veces intentaba seguir el hilo de sus conversaciones, pero me perdía cuando ambas se reían de algo que solo ellas comprendían.

Al lado de Denna estaba Álex hablando con Ruslana, sentada frente a él. Yo oía como ella le contaba la historia de su vida: de sus orígenes ucranianos, de cuándo llegó a España, de las anécdotas con sus padres y su hermana durante las semanas en las que tenían que acostumbrarse al idioma nuevo. Álex le escuchaba atento y eso me hacía sonreír. Qué gente más maja.

Cris también estaba puesto en la conversación de Álex y Ruslana y a veces intervenía con recuerdos de su infancia en las Islas Canarias. Incluso se percató de que Ruslana y él habían coincidido en muchos eventos y ahora daba la casualidad de que se conocían en la Península, en una ciudad lejana a sus raíces.

Por último, ahí estábamos Juanjo y yo. Callados, esquivando miradas, de vez en cuando manteniéndolas, sonrientes sin saber qué decir ni qué comentar, mientras escuchábamos las conversaciones del resto. Me mataban la impotencia y los nervios por no saber qué tema sacar para romper el hielo. No sabía dónde meterme. Había momentos en los que miraba insistentemente a Bea para que me echara una mano, pero le parecía gracioso verme en apuros y solo me dedicaba una mirada de ojos abiertos y cejas alzadas, queriendo decir: "háblable, dile algo, no es tan difícil". El problema es que es más difícil de lo que te piensas. GRACIAS, BEA.

Carraspeé para llamar la atención de Juanjo. Contra todo pronóstico, funcionó. Subió la cabeza y me miró expectante a lo que fuera que fuese a hacer o decir.

—Hola— fue lo primero que se me ocurrió. Algo es algo, pensé.

Oí a Bea reírse por lo bajo y le di un codazo en el costado. En cambio, Juanjo sonrió agradecido de deshacerse del silencio denso que se nos había caído encima y parecía imposible de apartar.

—Hola— correspondió —. No sé de qué hablar...

—Ni yo— dije y reímos juntos. Pensé en preguntas simples para empezar a conocernos un poco —. ¿Eres de aquí, de Valencia?

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