8 - ENERGÍA

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Sara salió de la pequeña sala pálida y sin casi poder respirar. Evitó mirar el cadáver, con la cabeza colgando sobre los hombros, empapando los pantalones con la sangre que brotaba a chorros de su boca. Era una escena espantosa, y lo que más la impresionó de todo fue la pasividad con que Laicea o los Nacwar asistieron a ella. Incluso su propia amiga no hizo nada para evitarlo. Conmocionada, atravesó la puerta de la sala sin mirar atrás y deseando salir corriendo de allí. Mientras subía las escaleras en completo silencio, Nebraska la miraba constantemente, adivinando cada uno de los pensamientos que cruzaban por su cabeza, pero no le dijo nada, ni verbal ni mentalmente. Aparecieron de nuevo en el atrio y Laicea se dirigió a ella.

—Siento mucho que hayas tenido que contemplar algo así. Nebraska te explicará por qué ha ocurrido lo que has visto. Que no te impresione; sé que es difícil, pero lo entenderás.

Sara pensó que aquello rozaba la locura extrema. ¿Cómo iba a comprender algo semejante? Miraba a Nebraska y Laicea alternativamente, sin entender nada de lo que estaba pasando. Aunque Laicea no poseyera la habilidad de Nebraska, sabía exactamente lo que estaba pensando y compuso una cara de lástima en su hermoso rostro.

—Espero que las clases te sean útiles. Yo me encargaré de algunas de ellas personalmente a su debido tiempo. Que pases una buena estancia aquí —le deseó.

Le echó una última mirada de pena y se dio la vuelta para dirigirse a su despacho.

Los tres salieron del Palacio de Uniones. Denver salía muy tranquilo, como si nada hubiera pasado. Nebraska miraba a Sara continuamente y esta, a su vez, avanzaba como un autómata a su lado, sin poder articular palabra alguna. Un millar de pensamientos cruzaban su mente. Adjetivos como atroz o inhumano le sonaban demasiado suaves para describir lo que acababa de presenciar. No solo habían permitido a un hombre matarse de esa forma, sino que lo habían contemplado sin apenas parpadear. ¿Dónde había ido a parar?

—Sé lo que estás pensando —dijo entonces Nebraska, interrumpiendo el torbellino que sufría su mente—, y no es lo que tú crees.

Giró la cabeza y se quedó observando el tranquilo rostro de su amiga, que no parecía conmocionada o alterada por lo ocurrido. En aquel momento, lo único que quería era alejarse lo más rápido que pudiera de allí.

—¿Cómo habéis permitido algo así? —musitó débilmente.

Por más que quisiera no podía quitarse de la cabeza esa imagen. Aquel hombre mordiendo su propia lengua, sin ningún gesto que delatara cualquier dolor. Pero había algo más, algo que la atormentaba todavía más: en el momento en el que el hombre se mordió la lengua, su mirada transmitió muchísima alegría y vida, como si se sintiera feliz por ello. No podía apartar aquellos pensamientos de su cabeza.

—Por favor, no nos juzgues precipitadamente —suplicó Nebraska—, luego te lo explico con más detalle.

Sara la miró y lo primero que pensó era que no quería saber ningún detalle, pero asintió igualmente con lentitud.

Bajaron la cuesta hasta llegar de nuevo a la plaza y tomaron una calle por la derecha. Caminaron entre numerosas casas, todas de diferente color, hasta llegar a una de color rojo de dos plantas.

—Aquí vivimos nosotros —dijo Nebraska.

Entraron precediendo a Sara y una niña de unos diez años fue a recibirles. Tenía el pelo negro y la piel muy blanca. Los ojos eran del mismo color azul que los de Nebraska y no hacía más que sonreír a sus recién llegados hermanos.

—Hola —saludó alegremente—. Habéis tardado mucho, os estaba esp...

Se quedó muda al reparar en Sara, quien le sonrió para que no se sintiera nerviosa.

DESPERTAR - El camino del PortadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora