19 - LLEGADA

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Laicea y Erim no habían parado en toda la tarde y pronto esperaban llegar hasta Kerend para pasar allí la noche. Cuando todavía faltaban un par de horas para que anocheciera, vieron a lo lejos una columna de humo que ascendía hasta el cielo, justo en el lugar donde se suponía que estaba el reino.

—¿Qué crees que es? —preguntó Laicea.

—No lo sé, pero parece provenir de Kerend.

Ambos aceleraron el ritmo de sus caballos para llegar cuanto antes y en pocos segundos pudieron confirmar que el humo provenía de allí. Ni siquiera se apreciaba el torreón del castillo a lo lejos. Cuando se aproximaron al portón de la entrada a la ciudad vieron que todo estaba completamente abrasado y en ruinas. Algunas de las casitas aún ardían, por lo que el ataque no debía de haber ocurrido hacía mucho. Laicea sabía exactamente quién había sido el responsable del ataque y también la causa; el fuego delataba la procedencia. Caminaron entre las ruinas abrasadas, evitando los cadáveres igualmente abrasados, con la intención de llegar hasta el castillo, ahora hecho escombros. La imagen era aterradora. Laicea no era capaz de comprender qué había en la cabeza de los autores que habían cometido semejante atrocidad. No quedaba absolutamente nada del castillo, todo estaba en completa ruina. Justo cuando se iban a dar la vuelta para salir de allí cuanto antes, oyeron un pequeño quejido entre los escombros del castillo. Apenas fue audible, pero Laicea pudo captarlo perfectamente. Entre Erim y Laicea apartaron las piedras con sumo cuidado y bajo ellos hallaron al rey Emrossos, en un estado lamentable: tenía heridas por todas partes y la sangre le cubría todo el rostro. Se veía claramente que se había esforzado por mantenerse con vida hasta que llegara alguien.

—Emrossos, ahora te sacamos de ahí, aguanta un poco —dijo Laicea.

—No —susurró débilmente—, ya no hay nada que hacer.

—Pero...

—Escucha, él está con ellos. También irá a la boda.

—¿Él? ¿Lazs?

—Sí.

—No puede ser... no... él no ha hecho...

Palideció al momento. Miró a Erim, quien sabía exactamente lo que estaba pensando.

—Escucha —insistió de nuevo, tosiendo—, van a por la chica. Es a ella a quien quieren.

—Ayúdame —dijo Laicea, dirigiéndose a Erim.

—No —contradijo Emrossos, respirando con dificultad—, yo ya estoy acabado, solo esperaba con vida para transmitir el mensaje.

—¿Qué mensaje?

—Conocen el cambio de fecha, saben qué día será.

—Ya veo —musitó.

Tosiendo cada vez más fuerte, Emrossos finalmente murió entre los escombros de su castillo.

—Debo ir inmediatamente a Gotherrim y alertar a Salathor, esto es más peligroso de lo que pensaba.

—De acuerdo, yo puedo ir hasta las Marismas Grises. Hablaré con el líder de los Vástagos. Se alegrarán de tener noticias de su reina —añadió con una sonrisa.

—Muchas gracias, Erim, yo partiré ahora mismo hacia Gotherrim, llegaré mañana por la mañana.

—Buen viaje.

—Igualmente.


Erik había caminado durante todo el día sin descanso alguno con su hermana siempre pegada a él. No se había quejado en ningún momento, y Erik pensó que era porque aún se sentía conmocionada por lo que había ocurrido con Rory, por lo que no se lo reprochó. Merrin, por su parte, se mostraba muy alegre y no parecía triste o conmocionado por lo ocurrido la pasada noche. De vez en cuando silbaba con actitud muy relajada mientras continuaba caminando, o canturreaba.

DESPERTAR - El camino del PortadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora