22 - DESPERTAR

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Valia y Lisa habían conseguido pasar con éxito el puente, sin contratiempos de ninguna clase en la aduana. A Valia le preocupaba que le impidieran cruzar si iba con su hermana pequeña, pero no tuvo más problema que una inquisitiva mirada del guardia.

Lisa se quedó estupefacta al encontrarse en medio del mar, sin ver ninguna de las dos costas que unían el puente, pero más aún cuando vio que el agua azul se mezclaba tan limpiamente con aquella extraña agua verde esmeralda. Era la primera vez que salía de la capital y llegaba tan lejos, así que se impresionaba fácilmente con todo. Tardaron algo más de cinco horas en cruzarlo, y es que Valia tenía que adecuar sus pasos a los de su hermana, y también a su resistencia. Pero no se quejaba por nada, por el contrario, se admiraba con todo.

Por fin llegaron al bosque de Siborneo y, como cada vez que entraba, Valia se impresionó sobremanera por su belleza y misterio. Lo mismo le ocurrió a la pequeña Lisa, que lo miraba todo con la boca abierta.

—Tenemos que pasar la noche en uno de los árboles —dijo Valia, mirando el sol de poniente en el horizonte—, en poco tiempo estará oscuro.

Cuando apenas llevaban treinta minutos en el árbol, la oscuridad comenzó a caer sobre ellas. Lisa se acomodó entre los brazos de su hermana, disfrutando de su calor.

—Creí que nunca viviríamos una aventura juntas —le dijo Lisa, medio dormida.

—Te prometí que un día nos iríamos lejos a vivir la mayor aventura de nuestras vidas y este no es más que el comienzo.

—Sí —susurró, sonriendo—. Gracias, Valia.

Valia besó a su hermana en la cabeza y ambas se durmieron abrazadas sobre la rama.

A medianoche, sin embargo, se despertaron sobresaltadas al oír las numerosas pisadas y las pesadas respiraciones de los enormes lobos que habían aparecido.

—¿Qué son? —preguntó Lisa, atemorizada.

—Son Wargos —susurró lo más bajo que pudo—, tenemos que guardar silencio.

—Tengo miedo —musitó.

—No te preocupes, no subirán.

—¿Cómo lo sabes?

—Se matarían con la caída, por eso aquí estamos seguras.

Lisa miró las poderosas patas de aquellas tremendas criaturas y compuso una cara de escepticismo.

—En tierra son muy fuertes —le aseguró—, pero sus huesos no soportarían su peso si cayeran, aunque sea tan poca altura.

—Será mejor que durmamos y descansemos —dijo, tras asegurarse de que realmente no subirían—. Mañana nos levantaremos con el sol.


Sara se despertó un poco aturdida, sin saber dónde se encontraba. Era un espacio muy húmedo y cálido, lo que había hecho que sudara muchísimo mientras se encontraba inconsciente. No sabía cuánto tiempo había estado desmayada, pero debió de ser bastante tiempo, ya que le costaba recordar los últimos acontecimientos antes de caer inconsciente. A su mente acudían vagos recuerdos de la boda y de la horrible batalla posterior. También se acordó del muchacho de ojos morados, el hijo de Laicea, que tantos problemas había causado. Recordó también cuando salvó a su amigo de aquel Famero, pero una vez más, lo había hecho inconscientemente. Le dolía la cabeza muchísimo y tenía un fuerte martilleo que no le dejaba pensar con claridad. Notaba algo pesado aferrado a sus tobillos y muñecas que le impedían moverse con soltura, aunque no podía ver de qué se trataba, pues apenas había luz. Trató de incorporarse, pero tenía el cuerpo tan agarrotado que no le quedó más remedio que quedarse en la grotesca posición en la que se había despertado. Al menos consiguió sentarse y apoyar la espalda en la oscura roca, cuya calidez le resultó sumamente extraña. Aguzó el oído para ver si podía captar las voces de alguien, pero no oía a nadie. Miró a su alrededor, pero no conseguía ver nada, pues la oscuridad era casi absoluta. Desesperada, gritó con todas sus fuerzas hasta marearse y caer apoyada de nuevo en la extraña pared cálida. Entonces percibió un movimiento a su derecha y, en un primer momento, no consiguió ver de qué se trataba, hasta que movió su melena verde y pudo ver que era la princesa Merieva, la cual se encontraba en un estado lamentable. Poco a poco sus ojos se iban acostumbrando a la oscuridad y pudo ver que se hallaba en una celda, cuyas paredes eran de una roca completamente negra, al igual que los grilletes que la mantenían presa. Los barrotes que tenía enfrente parecían dar hacia un pasillo y la salida. Enseguida se puso a pensar en las posibles escapatorias y comenzó a pelear con sus grilletes; sin embargo, un gemido hizo que parase.

DESPERTAR - El camino del PortadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora