12 - PLANES

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Sêlboro aguardaba pacientemente en la balaustrada del Palacio de los Herederos a que llegara él, oteando el inmenso bosque que se extendía más allá. El Palacio de los Herederos llevaba ese nombre porque era el hogar de Siborneo en la época en que este aún vivía, y se había pasado de generación en generación cuando el anterior heredero moría. Los elfos poseían el don de la vida eterna, sin embargo, un pequeño problema hacía de ese don algo prácticamente imposible de que ocurriera; el sistema inmunológico de los elfos era débil por naturaleza, por causas desconocidas. No eran muchos los elfos que se contaban actualmente; solamente Sêlboro, su hermana y unos pocos más que vivían un poco más alejados del Palacio. Algunos de esos elfos no querían saber nada ni de los Medio Espíritus que tanto los repudiaban, ni de los herederos; solo se dedicaban a sus labores. Los herederos, por su parte, tampoco les prestaban mucha atención. Sêlboro no quería mezclarse demasiado con ellos, solo lo justo y necesario, y su hermana hacía lo que él dictaba, obviamente.

Los elfos habían sufrido el odio y la repulsión que los Medio Espíritus les habían dirigido, pero pronto llegaría el momento de vengarse, aunque esa no era la única razón por lo que lo hacía, y lo sabía perfectamente. Era consciente de que lo que su antepasado Siborneo había hecho no estaba bien, pero las medidas tomadas por esos odiosos Medio Espíritus eran imperdonables. Porque gracias a un simple consejo compuesto por tres inútiles incapaces de tomar una buena decisión y tres ancianos seniles, los elfos se habían visto obligados al exilio y desde entonces sufrían las consecuencias, pero pronto se iba a acabar.

En cuanto a los humanos que aún residían en la bahía de Godransk, Sêlboro tenía claro que se iba a valer del odio que compartían hacia los Medio Espíritus para su beneficio, y si no accedían a colaborar con él, terminarían igualmente aplastados. Eran insignificantes al fin y al cabo. ¿Qué era un simple humano al lado de un elfo? Es más, ¿qué era un simple humano al lado del legítimo heredero de Siborneo? Sin embargo, sabía que podían serle útiles, al igual que esos reinos de las regiones del sur. Eran inútiles como los que más, pero ya contaba con el apoyo de Calatdrom, y resultó ser casi tan dócil como un perro. Ahora solo tendría que intimidar al resto para ganarse su respeto y si no... Luego también estaba ese otro reino, sí. Por alguna razón no le gustaba mencionarlo, pero se preguntaba constantemente de qué bando estarían. Aquella parte le resultaba un tanto confusa, pero todo a su debido tiempo. Por ahora, debía centrarse en los días venideros y en cómo iba a llevarlos.

Se había citado con Lazs en aquella balaustrada para pasarle instrucciones sobre el evento que se iba a llevar a cabo en Gotherrim; la hija del rey Salathor, Merieva, se casaba, y a su boda estaban invitados todos los reinos aliados, excepto Matheroth, por supuesto. Pero eso no iba a ser ningún problema, pues para eso estaba Lazs. Además, tenía entendido que Salathor quería que la chica asistiera, aunque eso todavía estaba por confirmar.

Oyó que la puerta que tenía a sus espaldas se cerraba y unos pasos cada vez más altos, hasta que Lazs se colocó a su lado. Se quedó un rato observando el bosque, al igual que Sêlboro, en completo silencio. Este se giró y lo miró con curiosidad. Lazs era un chico alto y delgado, con el pelo negro azabache, y tenía unos ojos que Sêlboro jamás había visto. Siempre se preguntaba de dónde habían salido aquellos extraños ojos. Eran de un inquietante morado oscuro hacia la pupila y más claro hacia afuera, y de una tonalidad muy profunda. Lazs dirigió su mirada a Sêlboro y luego a la esfera que flotaba al lado del elfo, donde se veía reflejada una imagen de Sara; no pudo evitar soltar una risotada.

—¿Y bien? —preguntó entonces Sêlboro.

—Parece que Salathor quiere conocer a la chica.

—Bien. ¿Ha progresado algo?

—No, que yo sepa. Le sigue pareciendo tan difícil como al comienzo. Lo cierto es que a veces dudo de que sea la Portadora del Fuego Dorado.

—No la subestimes —le previno con seriedad—. Ya viste lo que le hizo al Famero.

DESPERTAR - El camino del PortadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora