Rosiepuff

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Espero que les guste~

Nota: Esto es más corto a lo que están acostumbrados pero esta idea me quedo así xD

Rosiepuff vio su vida pasar mientras era apresada en la mano de aquel berteno que casi había tomado a su nieto más joven. Podía escucharlo gritar, sollozar por ella y cree que eso le dio la fuerza para moverse. Su bebé no tenía nadie más, ella no confiaba en que algún otro troll le abriera la puerta en caso de que él se pusiera muy triste, y se le rompía el corazón de solo pensar que podía quedarse solo.

Su bebé, su dulce Branch, quien ya había perdido a sus hermanos, se iba a quedar solo.

Ella no podía morir, aun no, tenía que quedarse y cuidar de él. Quería verlo crecer, escucharlo cantar, ver su sonrisa por un tiempo más. Es por eso que mordió con todas sus fuerzas la mano que la sostenía, sin importarle nada, logrando su objetivo. El berteno grito de dolor, soltándola en el proceso y ella cayó, gimiendo de dolor ante cada golpe que su viejo cuerpo sufrió pero incluso entonces, en cuando llego a tierra, se arrastró para poder ocultarse bajo unas hojas, temblando de miedo. La escucho maldecir, gruñir, llena de ira y enojo, el suelo siendo sacudido por los fuertes y pesados pasos que se alejaban

Estaba viva, adolorida y golpeada, con quien sabe que tipo de daños internos, pero por sobre todo, viva.

-¡Abuela!- ella lucho para enderezarse, sin poder describir por completo el alivio que la invadió al ver a su nieto correr hacia ella. Se veía un poco gris por el susto y la angustia pero no le importo, solo abrió los brazos, sollozando mientras lo abrazaba.

-Oh, mi bebé, mi dulce bebé...- paso una mano por los mechones que lentamente se estaban volviendo azules, separándolo solo para poder ver su dulce rostro manchado por las lágrimas. El gris que logro obtener estaba retrocediendo, su piel cían tomando color al igual que sus ojos. -...mi pequeño bebé, estoy justo aquí- ignoro el dolor de su propio cuerpo y lleno el rostro del menor con besos, intentando calmar su llanto y el suyo propio, volviéndolo a abrazar, sin saber si podría soltarlo pronto.

En ese mismo momento, se permitió sentir el enojo que había empujado en lo más profundo de su ser por años. Maldijo al tonto de su hijo, a quien debió haber rapado en el momento en el que trajo en el momento en el que se presentó con el segundo huevo y debió tapar su boca con varias capas de cinta en cuanto la idea de formar una banda con sus hijos salió. Maldijo no haberse mantenido más atenta a ellos y haber puesto los límites, incluso sabiendo que ellos no le harían mucho caso. Maldijo a sus nietos mayores que habían decidido simplemente irse sin siquiera hablar con ella o intentar comunicarse.

Ellos estaban vivos, solo se tenían el uno al otro, y así seguirían.

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