Apolo
Llevábamos esperando media hora en la librería de mi hermano. Lucas y Benja llevaban más de diez minutos aquí metidos. Suspiré con cansancio mirando la puerta con disimulo, por décima vez.
Me quedé ayudando a Enzo a preparar unas cosas mientras mis amigos se quejaban de tener que estar metidos en un lugar tan horrible como este, según Lucas. Bueno, Benja también protestaba por lo bajo. Sonreí de medio lado observando como ojeaban con el caño fruncido los lomos de los libros.
¿Joss habría logrado convencer a Ámbar para que viniese?
Esta mañana, cuando me llamó y me dijo que no sabía si ella vendría, me desilusioné un poco, no voy a mentir. Y más con lo que pasó anoche. Quería hablar con ella.
No hice nada para que se comportase así ¿verdad? Si la respuesta era sí, que sí había hecho algo que la habría molestado... no sé qué haría. No me gustaba cuando alguien me pedía algo y salía mal. Lo odiaba. Odiaba las miradas de reproche de esa persona y los insultos por lo bajo.
Seguía tan absorto en mis pensamientos que no oí la campanita de la puerta abrirse. Levanté la cabeza de golpe esperando ver unos ojos azules que me devolvían la mirada con una sonrisa en su rostro, sin embargo, fue un hombre de unos cuarenta y pocos el que apareció por la puerta. Suspiré con cansancio.
Oí varios pasos a mí derecha, miré de reojo a mi hermano y seguí con lo mío. No se me daba bien usar la máquina registradora, pero sí los números. Así que, algunas veces, yo hacía las cuentas que Enzo dejaba por "no saber hacerlas".
Inconscientemente mi mirada volvió a la puerta, no supe cuánto había estado observándola de reojo hasta que Enzo me dió un leve golpe en la nuca, fruncí el ceño y lo miré.
-Seguro que vendrá, Romeo -dijo, divertido-. Tranquilízate que al final abrirás un agujero en el suelo de tanto mover la pierna.
Miré hacia abajo y efectivamente, era un acto de nerviosismo, lo hacía inconscientemente. Paré de golpe el movimiento y carraspeé.
-No estoy nervioso.
Enzo sonrió de lado asintiendo con lentitud. Ni yo me lo creía cuanto menos, Enzo que me conocía mejor que nadie. Giré mi cabeza hacia el hombre de antes y le sonreí, apartando todos mis nervios.
-Buenas tardes, señor ¿en qué puedo ayudarle? -contestó Enzo por mí. Lo miré con mala cara.
Él soltó una risita baja mirándome de reojo.
-Buenas tardes, jóvenes. Me gustaría comprar este libro, por favor.
Dejó un libro de color negro con una manzana en su portada, lo reconocí al instante.
-A mi hija le encanta crepúsculo, mañana es su cumpleaños y qué mejor que regalarle su libro favorito, otra vez, tiene todas las ediciones y en no sé cuántos idiomas. Está obsesionada.
Asentí con una sonrisa, agarré el libro con una mano mientras que con la otra ya tenía la bolsa de tela abierta, lo dejé en la pequeña bolsa y le cobré. Enzo nunca ha sido partidario de las bolsas de plástico, dice que contaminan o cosas por el estilo, así que decidió comprar bolsas de tela e imprimir un logo con el nombre de su librería.
El hombre se marchó con una sonrisa dibujada en su rostro. En el momento que él abría la puerta para salir, alguien la abría para entrar. Y ese alguien era Ámbar. Bueno, y Joss.
De repente el corazón me dió un vuelco al verla entrar con ese vestido rosa que le sentaba tan bien, se ajustaba a su cuerpo como si de su piel se tratase, llevaba unas converse negras y un pequeño bolso del mismo color que sus zapatos. Joss caminaba a su espalda.
ESTÁS LEYENDO
Hasta que las estrellas se apaguen (próximamente en físico)
Romance« los ojos siempre le pertenecen a la persona que los hace brillar » Un accidente. Una pérdida. Y un alma rota. Tras aquella horrible noche de lluvia, Ámbar sufrió un accidente junto a su padre. Aquél accidente le dejará una marca permanente en su c...