Algunas personas decían que el tiempo pasaba volando cuando estabas con las personas correctas, con la única persona con la que verdaderamente sentí que esa frase cobraba sentido era con Angélica. En este momento, esta frase también podría tomar sentido hacia Apolo.
Faltaba un mes para verano. En el instituto habíamos entrado en la fase de exámenes finales y decisiones que nos llevarían a ser personas respetables y blablabla. Ah, también quebraderos de cabeza, por si no ha quedado claro con eso de exámenes.
Recogí mis cosas mientras esperaba a que mis amigos y mi novio lo hicieran. Habían pasado solo tres semanas desde la primera y última discusión que habíamos tenido acerca de su padre. No había pasado nada, Apolo le vió un día en la calle, casi se le sale el corazón del pecho por cierto, pero por suerte, aquél hombre que a simple vista parecía un hombre agradable, no se había percatado de nuestra presencia y nosotros seguimos a lo nuestro. De alguna u otra forma, mi relación con mi primo había… crecido, por así decirlo.
Le contaba cosas que solo le contaba a Angélica, nos pasábamos tardes en la habitación del otro viendo una película, o mientras yo leía, él criticaba a todo el instituto y hablaba sin parar. Qué capacidad la mía para hacer ambas cosas.
Siendo sincera, necesitaba algo como esto, olvidarme de mis problemas con unas simples palabras. Ya lo había descubierto con Apolo y me encantaba. Pero era ameno tener a amigos sin necesidad de estar a través de una pantalla.
La relación con Angélica seguía su curso como lo había estado haciendo desde hace dieciséis años atrás. Nos llamábamos. Nos mandábamos mensajes. Y nos echábamos de menos la una a la otra.
Joss y los chicos salimos a la pista de fútbol cuando terminaron de recoger sus cosas y Apolo se fue para otro lado. Hoy había otro partido de fútbol.
Mi novio me había dejado una sudadera de color gris con el nombre del instituto en letras grandes y negras. Estaba calentita y olía a él. No hacía mucho frío, pero me dió completamente igual. De vez en cuando me llevaba el cuello de la sudadera a la nariz para oler a mi chico. Sonreía cada vez que lo hacía.
Después de varios minutos esperando, el equipo de mi novio salió al campo y empezó a calentar, de vez en cuando su mirada se cruzaba con la mía y me dedicaba sonrisas o me guiñaba el ojo. Era tan guapo.
Algunas chicas gritaron cuando pasó por mi lado trotando y volvió a sonreírme y a guiarme el ojo. Las miré de reojo con una sonrisa de medio lado.
Miré hacia atrás en el momento justo cuando Joss se inclinaba hacia mí y me sonreía.
—Qué románticos sois, de verdad —negó con la cabeza con una sonrisa pequeña en sus labios—, que envidia me dais, que asco.
Le di un golpecito en la cabeza y se tocó aquella parte con una mueca fingida de dolor.
—¡Agresión! —se echó hacia atrás de nuevo y señalándome con un dedo— ¡Maestra!
Yo no pude ocultar la carcajada bastante sonora que salió de mi garganta. Varias personas a nuestro alrededor me miraron mal, pero no pudo importarme menos. El silbato de uno de los profesores de gimnasia sonó de pronto y ambos equipos empezaron a jugar. Giré mi cabeza hacia el equipo de mi novio y vimos cómo jugaban.
En el momento que terminaron de jugar,el equipo contrario (que volvía a ser otro curso) salió de la pista y el de mi chico se quedó a celebrar su victoria con sus amigos.
Se acercó a nosotros con el balón bajo el brazo izquierdo, me levanté al tiempo que se ponía frente a mí agarrándome por la cintura con su brazo libre y chocando sus labios con fuerza en los míos.
ESTÁS LEYENDO
Hasta que las estrellas se apaguen (próximamente en físico)
Romansa« los ojos siempre le pertenecen a la persona que los hace brillar » Un accidente. Una pérdida. Y un alma rota. Tras aquella horrible noche de lluvia, Ámbar sufrió un accidente junto a su padre. Aquél accidente le dejará una marca permanente en su c...