Apolo estaba raro.
Había pasado solo una semana desde aquella noche. Cuando volvió a la habitación parecía otra persona totalmente diferente al Apolo que yo conocía. Tenía la mirada gacha y no me dirigió la palabra, nada más que un:
—Buenas noches.
No había pasado mucho en esta semana, deberes, salidas con mis amigos y poco más. Pero nunca salíamos Apolo y yo solos, como solíamos hacerlo. Sabía que algo iba mal cuando esta misma noche en una pequeña fiesta en casa de Johnny, el novio de Enzo, se apartó de nosotros para quedarse sólo. Él nunca hacía eso, así que disculpándome con mis amigos por dejarlos solos, caminé hacia el de los ojos marrones.
Me senté a su lado en el suelo frío del jardín, no dije nada, él tampoco lo hizo. Pero supe que me miraba de reojo y agachaba la cabeza. Miré el cielo lleno de miles de estrellas, lleno de todas esas estrellas que pertenecían a miles de personas repartidas en todo el mundo.
Cuando era pequeña mi padre una vez me dijo que cuando una persona fallecia, no lo hacía del todo, decía que esa persona subía por una escalera hacia el cielo de noche, sólo alumbrada por la luz de la luna, y ahí brillaba. Ahí se quedaba para el resto de la eternidad alumbrando la vida de sus seres queridos. Ahora mi padre siempre será una de esas estrellas.
—¿Estás bien? —pregunté después de varios minutos en silencio que me parecieron eternos.
Apolo no contestó de inmediato, pero cuando lo hizo, su voz salió en un susurro roto. Tomó aire y lo soltó lentamente después de unos segundos.
—Sí... Creo que es mejor que... que dejemos de hablar, dejemos de... de vernos...
Tenía mi cabeza girada hacia él mientras él seguía mirando su vaso lleno de Coca-Cola. No supe que lloraba hasta que sentí una fría lágrima caer por mis mejillas, aparte la vista de él de golpe limpiándome la mejilla con brusquedad y sorbí por la nariz. ¿Qué le había hecho cambiar de opinión? ¿Había hecho algo malo?
—Es lo mejor para todos ¿vale?
Para todos. Pues yo no encajaba en ese círculo. Tragué saliva con un nudo en la garganta. No lo entendía, es que no lo entendía. ¿Por qué había cambiado así tan... de repente? ¿Era por la conversación que tuvo con Enzo hace unos días?
No sabía qué hacer, o dónde ir. Sobre todo dónde ir, Apolo se había convertido en un hogar para mí durante todo este tiempo, y ahora... ahora parecía entrar una persona totalmente desconocida y saquear todo. Todo.
Me levanté con el corazón partiéndoseme a cachitos pequeños conforme avanzaba hacia la casa de nuevo. Las lágrimas no me dejaban ver bien. Choqué con alguien y creo que le tiré la copa, pero no me importó. Seguí avanzando hasta llegar hasta mi primo y abrazarlo por detrás con fuerza. Él se sobresaltó y giró sobre mis brazos a los pocos segundos.
—Eh Ámbar...—me llamó, pero yo no alcé la vista para mirarlo, escondí la cabeza aún más en su pecho y seguí llorando con fuerza.
Sus brazos me estrecharon contra su pecho, abrazándome con firmeza. Noté como giraba la cabeza hacia atrás, después sentí una mano en mi espalda mientras subía y bajaba.
—¿Has hablado con mi hermano? —volví a llorar con más fuerza, Enzo respiró hondo—. ¿Qué te ha dicho?
Solté otro sollozo que me desgarró el alma y negué con la cabeza, no sabía si podía verme bien, pero me dió igual.
Oí varios pasos alejándose de nosotros y gritos lejanos varios minutos después.
Apolo.
Enzo seguía gritándome mientras hacía aspavientos con las manos. Me decía que me había vuelto loco, que qué coño estaba haciendo. No lo sé, no sabía qué coño estaba haciendo. También me llamó imbécil por hacer llorar a la chica que quería.
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Hasta que las estrellas se apaguen (próximamente en físico)
Romance« los ojos siempre le pertenecen a la persona que los hace brillar » Un accidente. Una pérdida. Y un alma rota. Tras aquella horrible noche de lluvia, Ámbar sufrió un accidente junto a su padre. Aquél accidente le dejará una marca permanente en su c...