Capítulo 9

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Me tumbé en mi cama y cerré los ojos. Me pasé las manos por la cara en un intento por borrar lo que acababa de pasar. No pasó, claro.

Nadie puede hacer borrón y cuenta nueva cuando no le gusta, si se pudiera hacer, todo sería mucho más fácil.

Giré sobre mi cuerpo y me quedé observando la pared mientras pensaba en mi padre, en mi vida en Alemania, en Angélica, en todas esas personas que dijeron ser mis amigos y al final del día, me volvieron la espalda, en esa persona que me rompió, en mí por dejarle ese poder a aquella persona, en todo que pasé para sanar, en todo lo que estoy pasando aun sin sanar aquella herida que creía cerrada.

Todavía sangraba. Todavía podías quitar restos dolorosos de aquella noche si rascabas un poco. Todavía me rompía. Todavía dolía.

No sé cuánto tiempo pasó cuando por fin pude conciliar el sueño. Me dormí con un sabor amargo en el fondo de mi garganta, aquél que sentí aquella vez y que por esa misma razón no pude deshacerme de aquél sabor hasta unos meses después.

Pero nunca se esfumó por más que luchase con hacerlo desaparecer. Y creo que siempre quedarán restos en mi boca, en mi cuerpo y en mi corazón.

A la mañana siguiente, me desperté a las doce de la mañana con un dolor de cabeza como si me hubiesen pasado tres camiones por encima cuando estaba durmiendo.

No quería salir de mi habitación porque no quería ver a nadie. ¿Y si Apolo le contó lo que pasó a Joss?

¿Cómo lo miraría sin sentir que me comprimía el pecho por la vergüenza?

No podía quedarme todo el día encerrada en mi habitación, sin comer, así que salí con sigilo. Di un respingo cuando alguien tocó mi hombro, me giré de golpe volviendo a sentir lo que sentí hace unas horas.

-Buenos días -Joss tenía el cabello rubio en distintas direcciones y legañas en los ojos, se frotó los mismos soltando un bostezo ruidoso- ¿Qué pasó anoche, Ámbar?

-Nada.

Contesté a toda velocidad, y con la misma giré sobre mi cuerpo y me dirigí hacia la cocina. Joss claro, tuvo que seguirme. Vimos a Amely preparar la comida, y el desayuno para nosotros. Le dediqué una sonrisa de boca cerrada y agarre un croissant y me lo metí en la boca para que Joss no volviese a preguntar nada más, fue en vano, claro. Estamos hablando con Joss, habla hasta dormido.

-¿No pasó nada? -bufó con cansancio recostándose en la encimera con una pierna cruzada-. Pues qué aburrimiento de noche. ¿De verdad que no hicimos nada... interesante?

Si con interesante se refería a que casi le daba una bofetada a Apolo... si, entonces si. Pero eso no una a contárselo.

Negué.

Terminé de desayunar y volví a encerrarme en mi habitación, agarré el móvil de la mesita de noche y marqué el número de Angélica. En Alemania ahora serían las ocho y algo de la tarde, así que Angie tendría que estar dibujando, viendo una serie o divirtiéndose con Rodolfo.

Sonreí con tristeza sabiendo que ya no podremos hacer todas esas cosas. La echaba tanto de menos. Estar aquí sin ella era aún más complicado, ella me entendía. Ella sabría qué hacer conforme a lo de anoche, por eso la llamé. Por eso y porque necesitaba oír su voz de nuevo.

Cómo siempre, descolgó al segundo tono.

-Vaya, si es mi estadounidense favorita.

Solté una risita baja. Ella siempre había logrado que sonriera en mis peores momentos.

-Si, claro. Yo tengo lo de estadounidense lo que tú tienes de rubia.

Angie rió tras la línea.

-¿Cómo estás?

Respiré hondo y le conté ese pequeño problema de anoche. Angélica me escuchó en todo momento, cuando terminé de hablar, ella dijo:

-Díselo, Ámbar -carraspeó flojito-. Bueno, no le digas... eso. Pero sí explicale muy por encima por qué reaccionaste así. Seguro lo entenderá y si no, pues que le den morcilla, nena. Que tú vales mucho para alguien que no sabe entender a tremendo monumen...

-Lo pillo, lo pillo... -sonreí de lado recostándome en el espaldar de la silla-. No sé cuánto, pero se lo diré... te lo prometo.

-Esa es mi chica. Te echo tanto de menos...

-Yo igual Angélica, esto no es lo mismo si tú no estás...

-Ay, que romántica...

Fingió llorar. Sonreí aún más.

-¿Contigo? Siempre.

Después de varios minutos hablando de nuestras vidas, colgamos el teléfono a la vez. Lo dejé a un lado en la mesa de escritorio y me puse a estudiar lo primero que vi al abrir el libro.

No sé cuánto tiempo estuve estudiando, pegué un respingo y grito agudo cuando Joss abrió mi puerta de golpe y gritando:

-¿¡Quieres ir a dar una vuelta al muelle!?

Me giré hacia mi primo que sonreía como un niño pequeño, se sentó en el borde de mi cama, mirándome.

-¿A-ahora? -asintió con efusividad-. No creo que...

Hizo un gesto con la mano.

-Oh, venga... vendrá Apolo -sus cejas bailaron de forma juguetona, respiré hondo.

Bueno, si Apolo iría sería un pequeño, pero gran, incentivo para no ir. Negué con la cabeza y señalé los libros a mis espaldas.

-No puedo, Joss. Me encantaría, créeme -mentí-. Pero estoy estudiando.

Joss se levantó, frunció el ceño y caminó hacia mí. Miró los libros y cuadernos con una mueca.

-¿Porque estás estudiando sino...

-Te recuerdo que hay un examen la semana que viene.

Giró su cabeza con lentitud para mirarme fijamente, después rodó los ojos. Me señaló con un dedo mientras entrecerraba los ojos.

-Y yo te recuerdo que tú, no tienes que hacerlo ¿o acaso estuviste el año pasado aquí y repetiste curso, querida prima?

Me quedé callada porque tenía razón. El examen que puso la profesora era para las personas que habían repetido, Joss y sus amigos no tenían que hacerlo, por consiguiente, yo tampoco. Pero no quería ir y ver a Apolo, aún no estaba lista para explicarle qué fue exactamente lo de anoche.

Intenté buscar excusas por todos los medios, sin embargo, Joss se veía reacio a dejarme aquí sola y empezó a nombrarme muchas de las razones por las que debía ir con ellos. Todas incluían a Apolo.

Finalmente acepté. No tenía otra opción cuando Joss se proponía algo.

A las seis de la tarde, la hora que mencionó Joss antes de salir de mi habitación, le envié un mensaje a Angélica para contarle esto último.

Ella me dió ánimos para hablarle a Apolo y me dijo que estuviese relajada, que todo sería más fácil así. Angélica sabía que yo no era buena ni para hacer amistades, ni para expresarme. Estuvo los diez minutos que duramos en videollamada asegurándome que podía hacerlo, que sabría hacerlo una vez tuviera a Apolo frente a mí.

Joss llamó a mi puerta a las seis y media, con uno de sus brazos enganchado al mío, salimos de casa en busca de nuestros amigos a la pequeña librería de Enzo.

Hasta que las estrellas se apaguen (próximamente en físico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora