Ámbar.
Han pasado tres días desde que hablé con Angélica, tres días desde que Apolo hiciera aquella pregunta que cada vez que alguien la hacía, la rehuía de inmediato. Intentando apartar esos sentimientos que volvían a salir de aquél rincón que guardé hace años con varios candados.
Me encontraba en la biblioteca del instituto estudiando matemáticas para el examen que tendríamos dentro de unas semanas. Escondí la cabeza en el libro y empecé a memorizar números y más números conforme pasaba el descanso para el desayuno. Cuando solo quedaban veinte minutos para volver a clase, oí rechinar una silla frente a mí, levanté la cabeza esperando que fuese Joss o incluso Apolo.
Pero no fueron ninguno de los dos, tampoco Lucas, ni Benja. Una sonrisa de superioridad se instalaba en los labios de Isla conforme me miraba de esa manera tan... despectiva.
-Hola... -hablé en un susurro, bajé la cabeza y seguí estudiando.
O lo intenté, al menos, porque una mano se adueñó de mi libro y lo tiró al suelo ejerciendo un ruido sordo.
Miré el libro tirado en el suelo, después, volví a mirar a Isla. La miré fijamente, pestañeando varias veces como una tonta sin decir o hacer nada.
-¿Crees que no me he dado cuenta de cómo lo miras...?
Fruncí el ceño ante su tono de voz y ante lo que dijeron sus palabras. Tragué saliva con fuerza intentando encontrar mi voz.
-James no...
Dió un golpe en la mesa, me sobresalté lo que hizo que ella sonriera aún más.
-No me refiero a mi novio -dijo, señalándose con un dedo-. Me refiero a Apolo. Él es mío, pero claro, James no sabe nada y...
Abrí la boca para contestar, sin embargo, Isla siguió hablando, ignorándome.
-Y no vas a decir nada ¿me oyes? -alzó una ceja, esperando una respuesta, asentí de inmediato-, eres una mosquita muerta. No me caes bien.
Parpadeé confusa cuando agarró sus cosas y se marchó a toda velocidad. Respiré hondo y bajé la vista de nuevo hacia mis apuntes, hasta que minutos después, volví a oír la silla. Recé porque no fuese ella otra vez. Mi libro volvió a su lugar, Apolo lo dejó frente a mí con cuidado.
Al alzar la vista, unos ojos marrones me devolvían la mirada con una sonrisa de boca cerrada en sus labios. Dejó de sonreír al ver mi cara de hastío hacia Isla y se quedó serio, sentándose en la silla que anteriormente estaba Isla.
-¿Estás bien? -preguntó inclinándose hacia mí, su mano se dejó caer con suavidad encima de la mía- ¿Isla te ha hecho algo? ¿Qué te ha dicho?
Tragué saliva con fuerza buscando mi voz.
-Estoy bien... creo -susurré bajo, pero estuve segura que lo oyó perfectamente-, no, bueno me ha dicho... algo, pero no es importante, está todo bi...
-¿Qué te ha dicho? -su voz sonaba firme-. Dime qué te ha dicho, Ámbar, por insignificante que sea, por favor.
Agaché la cabeza y negué con la misma mientras me retorcía los dedos de las manos con nerviosismo.
-Es que me ha dicho que no podía decir nada -hablé con la voz como cuando eras una niña y hacías algo malo y tenías que explicárselo a tus padres-, y menos a ti...
Las arrugas de la frente de Apolo se hicieron presente poco a poco, con lentitud.
-¿Y menos a mí? -asintió.
Sonrió de lado y soltó una risita baja que carecía de humor. Se levantó de golpe apoyando las manos en la mesa, haciendo un ruido desagradable al arrastrar la silla y salió casi corriendo de la biblioteca dejándome sola de nuevo.
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Hasta que las estrellas se apaguen (próximamente en físico)
Romance« los ojos siempre le pertenecen a la persona que los hace brillar » Un accidente. Una pérdida. Y un alma rota. Tras aquella horrible noche de lluvia, Ámbar sufrió un accidente junto a su padre. Aquél accidente le dejará una marca permanente en su c...