Llegamos a un parque donde mirase donde mirase, había árboles. En la entrada del mismo, había unas escaleras que daban a una zona de pavimento que separaba una calle y otra con lagos en medio para separar ambas zonas verdes y asientos a cada dos metros.
Nos sentamos en uno de los pocos bancos libres que habían. Joss a mi izquierda y Apolo a mi derecha. Me contaron que este parque era muy concurrido por los transeúntes.
Joss y Benjamín empezaron a hablar de fútbol, no entendía nada de lo que se comentaban, así que decidí echar un vistazo a mi alrededor. Había un hombre con una niña de pelo negro jugando con su perro a la pelota. Esa imagen me recordó a Angélica de pequeña, sonreí de lado.
Había familias paseando. Parejas hablando, sonriendo y besándose, sin importarles las miradas o comentarios de la gente. Aparté la vista de ellos de inmediato, repentinamente nerviosa.
Miré a mi derecha, Apolo apartó la mirada de golpe cuando me encontré con la suya. Seguía con la mirada hacia el frente cuando carraspeó y se acomodó en su lugar.
-¿Hace mucho frío en Alemania? -habló, tras volver a carraspear.
-Un poco, sí...
-Ah.
Y tras nuestra charla de no más de diez palabras, encendió su móvil, yo aproveché para hablar con Angélica. En Seattle eran las seis de la tarde, así que en Berlín debían de ser las diez de la mañana. Marqué su número llevándome el teléfono a la oreja. Cómo siempre, contestó al segundo tono.
-¡Pero si es mi rubia favorita!
-Hola... ¿Cómo estás, Angie?
Mi mejor amiga bufó con pesadez, se oyó rechinar un colchón tras la línea, deduje que se tiró a su cama como siempre hacia cuando nos llámabamos.
-Mal. Fatal. Me quiero morir. Scheisse, lo siento, lo siento -se lamentó a toda velocidad en cuanto cayó en sus palabras, suspiré con tristeza-. Lo siento Ámbar... ¿tú qué tal estás? ¿Lo llevas bien? ¿Cómo es vivir ahí?
-No te preocupes...
Me levanté para tener más privacidad al hablar con ella. No iba a comentar nada malo, sólo no quería que nadie oyese qué hablaba.
-Lo llevo... bien -fruncí el ceño y me mordí los labios cuando estuve lo suficientemente lejos de los chicos-. Creo. No sé hacer amigos, Angélica. Me pone nerviosa socializar.
No mentía, cada año escolar era un problema para mí ya que mi mejor amiga nunca le tocaba en mi clase. Siempre estaba sola salvo en los recreos que estaba con ella. En el momento que terminaba, volvía a fundirme en mis pensamientos. Sin nadie que me hablase. Sin nadie que me mirase. Sola.
-Lo sé, Ámbar -suspiró tras la línea-. Sólo intenta... ser tú misma ¿vale?
Me quedé callada con la vista clavada al frente mientras me mordía el labio inferior, sopesando su consejo. Ser yo misma...
¿Cómo era ser yo misma? No lo sé.
-Antes me has hablado de tu primo y sus amigos -habló de nuevo, devolviéndome a la realidad-, pues mira ¡ya tienes amigos! Y mira que fácil ha sido ¿eh?
No tenía muy claro si eran amigos o no, pese a eso, sonreí de lado girando mi cuerpo para ver a mis nuevos amigos como Angélica decía. Joss y los otros dos seguían hablando, supuse que seguían conversando de lo mismo. Fútbol. Apolo miraba a su alrededor con el ceño fruncido.
Sus ojos se encontraron con los míos. Tuve la necesidad de apartar la vista, sin embargo, algo en la mirada de Apolo me hizo quedarme más tiempo de lo normal sosteniéndole la mirada.
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Hasta que las estrellas se apaguen (próximamente en físico)
Romance« los ojos siempre le pertenecen a la persona que los hace brillar » Un accidente. Una pérdida. Y un alma rota. Tras aquella horrible noche de lluvia, Ámbar sufrió un accidente junto a su padre. Aquél accidente le dejará una marca permanente en su c...