Media hora después volvieron a llamar a la puerta, nos miramos unos a otros y esta vez, fue Joss quién se dirigió primero hacia la puerta.
Al abrirla, la voz de Apolo me llegó a los oídos y suspiré aliviada.
—¿Qué pasa tío? —saludó, dándole un golpecito en alguna parte a Joss y entró sin esperar respuesta. Mi primo emitió un gruñido y le sacó el dedo de enmedio en cuanto estuvo justo detrás de él después de cerrar la puerta.
Llegó al salón saludando de nuevo a sus amigos con una pequeña sonrisa, pero cuando reparó en mí, sonrió aún más y yo sonreí de la misma manera mientras me levantaba. Me acerqué hacia él y le dejé un beso en la mejilla, a mi espalda, mis dos amigos gritaron como cavernícolas. Rodé los ojos.
—Lo siento, cenicienta —se lamentó agarrándome la cara con ambas manos y besándome los labios, al separarse, susurró:—, Enzo ha tenido un problema con el coche y he tenido que ayudarle, lo siento de ver…
Sonreí negando con la cabeza.
—No te preocupes.
Me relamí los labios mientras miraba a Joss de reojo pasar por nuestro lado con un bol de palomitas, él me miró de la misma forma. ¿Le tendría que decir lo que acaba de pasar? No lo sé. No sé cómo reaccionaría. No sé cómo… cómo hacerlo.
Nos despedimos de nuestros amigos y salimos a la calle, giré mi cabeza hacia ambos lados mirando con temor a encontra a un hombre de ojos marrones. No encontré a nadie. Eso me inquietaba todavía más.
Si Apolo se dió cuenta que estaba retorciéndome los dedos de las manos con nerviosismo, mirando hacia todos lados conforme avanzábamos hacia su casa, no dijo nada al respecto. Y lo preferí así.
Enzo no estaba cuando Apolo cerró la puerta a su espalda. Tragué saliva con fuerza.
—¿Qué te pasa? —preguntó un rato después, cuando estábamos en el sofá viendo alguna serie que encontramos por ahí.
Volví a tragar saliva con demasiada fuerza. Apolo seguía mirándome fijamente sin decir nada. ¿Por qué era tan difícil mentir? ¿Mentirle a él?
No quería hacerlo, pero era por el bien de ambos hermanos. No quería que les pasara nada malo. A ninguno de los dos.
Metí una palomita en mi boca intentando encontrar alguna excusa creíble.
—Nada. Estoy bien.
Me quitó el bol del regazo y lo dejó en la mesa con delicadeza, giró su cuerpo hacia mí hasta quedar con una de sus piernas subidas en el sofá. Deslizó la mano izquierda por mi regazo apretándome levemente el muslo, con su otra mano me agarró la cara y la giró hacia él. Bajé la cabeza mientras tomaba una bocanada de aire.
—Ámbar…
Alcé la vista hacia esos bonitos ojos marrones que me miraban… me miraban con miedo. Cerré los ojos con fuerza y de nuevo tomé una larga bocanada de aire.
—Estoy bien, de verdad —mentí otra vez—. Es sólo… sólo que me duele un poco la cabeza. No pasa nada. Estoy bien.
Apolo cerró los ojos soltando el aire de golpe y asintió con lentitud, no parecía muy convencido, pero no dijo nada más. Se levantó del sofá y se dirigió a la cocina, al volver, traía consigo una Coca-cola para él y un batido de vainilla para mí.
Sonreí con tristeza sintiendo esos pensamientos volver de nuevo. Aquellos pensamientos que volvían cada vez que estaba sola en mi habitación, cada vez que veía a cualquier chica en el instituto o alguna fiesta. Agarré el batido entre mis dedos y lo dejé en mi regazo, de pronto me entraron ganas de llorar.
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Hasta que las estrellas se apaguen (próximamente en físico)
Romance« los ojos siempre le pertenecen a la persona que los hace brillar » Un accidente. Una pérdida. Y un alma rota. Tras aquella horrible noche de lluvia, Ámbar sufrió un accidente junto a su padre. Aquél accidente le dejará una marca permanente en su c...