No volvimos a la fiesta, pero tampoco a casa, en su lugar dimos una vuelta por las calles vacías y silenciosas de Downtown Seattle, entre charlas de todo tipo.
Era agradable pasar tiempo con él, a medida que lo hacías, descubrías que no todo en él era malo, como te hacía creer su actitud en un principio.
Me contó muchas cosas, que crecieron con sus padres, pero viajaron a Londres hace cuatro años, ambos querían empezar de cero, no fue hasta hace tres años que descubrieron Seattle y se quedaron a vivir en este hermoso lugar y en el que Enzo abrió su pequeña pero preciosa librería.
Yo también le conté algunas cosas, como que solo crecí con mi padre o que sólo me quedaba Angélica, él no estuvo de acuerdo, por eso negó con la cabeza repetidas veces y contestó un:
-También tienes a Joss y a su madre... -tras unos segundos en silencio, susurró:- y a nosotros, claro.
Yo le sonreí, porque quizá, en el fondo tenía razón, había ganado más personas de las que perdí, pero ninguna se compara a él, eso sí.
Ninguna persona podía compararse al amor que me daba mi padre, al cariño, a sus abrazos, a sus sonrisas. Ninguna persona, jamás, podría mirarme como lo hacía mi padre.
Y eso era lo peor, el saber que no disfruté más esos besos en la frente, esas mañanas desayunando junto a él o esas tardes que salíamos a visitar una librería.
Sólo me quedaban todas esas fotografías que tomaba cada vez que tenía la oportunidad, en todas y cada una de ellas, él tenía dibujada una sonrisa enorme, con sus ojos azules achinados y, a veces, su brazo descansando sobre mis hombros con delicadeza, otras, atrayéndome hacia él con fuerza.
Nos sentamos en un parque que quedaba cerca del instituto cuando Apolo volvió a hablar.
-¿Qué crees que hubiera pasado si no hubiesen muerto? -lo miré, él tenía el ceño fruncido y miraba hacia el cielo lleno de estrellas.
Me tragué el nudo en la garganta y contesté con voz rota:
-Que no estaríamos juntos, justo aquí, Apolo. Quizá nunca nos hubiéramos conocido -me encogí de hombros, aunque sabía que él no estaba mirándome-, quién sabe...
Respiró hondo mientras bajaba la cabeza para mirarme, sonrió de lado y tragó saliva mientras volvía a alzar la vista.
-Tienes razón, pequeña cenicienta.
Oculté una sonrisa, negué con la cabeza mientras enarcaba una ceja y me cruzaba de brazos.
-¿Ahora es pequeña cenicienta?
Sin dejar de mirar las estrellas, asintió con una sonrisa de boca cerrada. Mi móvil sonó de pronto, lo saqué del bolso.
-Es mi mejor amiga -le indiqué a Apolo, él asintió, se levantó y caminó con las manos metidas en los bolsillos.
Me gustaba eso. Que me dejase mi privacidad.
Recordé la llamada y descolgué llevándome el teléfono a la oreja. Sonreí de lado.
-Hola, Angie.
-¡Buenos días! -gritó mientras el colchón rechinaba tras la línea-. ¿Qué tal va la fiesta?
Me mordí el labio inferior con nerviosismo y jugueteé con un mechón de cabello.
-Bien, más o menos... -le conté lo que había pasado en la fiesta, también le conté que estaba con Apolo. A solas.
Angélica pegó un grito agudo tan fuerte que tuve que apartar el móvil de mi oreja con una mueca divertida.
-¿Se está portando bien contigo? -quiso saber-. Porque si no, sabes que soy capaz de ir hacia allí y pegarle una patada en todas sus part...
-Se está portando bien conmigo, tranquilízate Rocky.
Ambas nos reímos. Angélica emitió un sonido de aprobación, sabía perfectamente que estaba asintiendo con la cabeza. La conocía tan bien.
-¿Segura? -volvió a preguntar cuando se recompuso-. No quiero que pase lo mismo que... ya sabes.
Tomé una bocanada de aire.
-Lo sé, yo tampoco quiero, Angie -miré a Apolo, él estaba apoyado en la pared de enfrente, con su móvil en la mano-- Pero Apolo parece... distinto. O a lo mejor no, pero a mí me da esa impresión, parece una buena persona.
Angélica soltó el aire que sostenía en sus pulmones con lentitud y al fin cedió, no pareció muy convencida, pero contestó en un susurro casi inaudible un:
-Está bien, Amby.
Después de charlar unos minutos más, ambas colgamos y Apolo volvió a sentarse en su lugar con las manos escondidas en sus bolsillos.
-¿Todo bien? _preguntó.
Asentí girando mi cuerpo hacia él.
-Sí, quería saber si estaba bien.
Apolo tragó saliva con fuerza y me miró.
-¿Y estás bien?
Lo pensé un momento. No sabía cuál era la definición de estar bien, a lo mejor sería esta. A lo mejor estar bien es estar con una persona que sabes que te escucha, que sabes que tienes a personas que apuestan por ti, que sabes que, aunque tu otra mitad está a cientos de kilómetros, sientes que está a tu lado, que sabes que esa estrella que más brilla es él, que es mi padre viéndome, siguiéndome y queriéndome desde otra vida.
Quizá estar bien es justo esto. Estar tan a gusto con alguien que sea capaz de hacer que olvides tus problemas con tan solo unas cuantas palabras.
-¿Ámbar? -movió de un lado a otro su mano a centímetros de mi cara, parpadeé volviendo a la realidad, me sonreí-. ¿Sigues ahí o te has ido a otra galaxia?
Solté una risita baja y negué con la cabeza lentamente.
-Sigo aquí.
Apolo se levantó de golpe y me tendió su mano.
-Genial, porque necesito estirar las piernas ¿damos una vuelta?
Oculté una sonrisa mientras estrechaba su mano y haciendo fuerza me ayudaba a levantarme. Caminamos de nuevo por las calles vacías y silenciosas el uno al lado del otro.
-Tú conoces más que yo todo esto, me fío de ti, no lo suficiente porque no te conozco tanto como me gustaría -dije mientras me cruzaba de brazos para dejar de tener un poco de frío-, así que, si me llevas a un callejón, no dudes en que voy a dejarte sin desdencencia, que te quede claro, eh.
Miré a Apolo de reojo, él intentaba no reírse, sin embargo, las ganas fueron más que su autocontrol y soltó una carcajada bastante ruidosa, con la mano en su estómago, después de dos minutos riéndose, se recompuso y por fin me miró. Levantó las manos en señal de rendición.
-Puedes estar tranquila, mejor te llevaré a un descampado -susurró, tan tranquilo-, que ahí nunca va nadie.
Abrí los ojos como platos y me paré de golpe cruzándome de brazos. No lo decía en serio ¿verdad?
Al ver mi cara de pura angustia y pánico, se acercó a mí con lentitud, di un paso hacia atrás por instinto.
-Eh, que era broma, cenicienta. -acortó las distancias que nos separaban y paró frente a mí, me agarró los hombros con delicadeza, con su otra mano me obligó a mirarlo levantándome el rostro hacia él-. No hablaba en serio. Nunca te haría nada malo, Ámbar... o nada que tú no quieras hacer.
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Hasta que las estrellas se apaguen (próximamente en físico)
Romance« los ojos siempre le pertenecen a la persona que los hace brillar » Un accidente. Una pérdida. Y un alma rota. Tras aquella horrible noche de lluvia, Ámbar sufrió un accidente junto a su padre. Aquél accidente le dejará una marca permanente en su c...