Prólogo

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Petrificado, como si fuera un conejo acorralado, observaba el paisaje que hace apenas unos días había sido un remanso de verdor y aire fresco, ahora reducido a humo, charcos de sangre y barro

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Petrificado, como si fuera un conejo acorralado, observaba el paisaje que hace apenas unos días había sido un remanso de verdor y aire fresco, ahora reducido a humo, charcos de sangre y barro. En su mano temblorosa sostenía una Bloodfire cargada, lista para enfrentarse al ente de forma humana que había diezmado a sus camaradas. Su rostro palidecía ante el horror que le rodeaba, mientras el monstruo se acercaba con una sonrisa macabra, sus dientes manchados aún con restos de carne y tela. Lo único que quedaba eran los huesos roídos de cinco mil soldados y un penetrante aroma a inmundicia y sangre.

03 de agosto de 1930, Nueva Alberta, Mifdak (Complejo Militar Presidencial: Petrov).

La majestuosa estructura del complejo Petrov albergaba a más de setecientos hombres armados, quienes resguardaban con devoción las instalaciones. Los superiores avanzaron con paso firme hacia el despacho presidencial, sus semblantes reflejaban la tensión del momento. Las puertas se abrieron con un crujido, revelando al Dictador Voznikov, el líder supremo de Mifdak, cuya mirada expresaba la desesperación del momento. Los superiores, con una reverencia, saludaron a su mandatario.

— Siéntense —ordenó Voznikov.

Bajo el silencio que reinaba en la sala, la tensión era palpable. Los oídos estaban atentos a las palabras del Dictador, mientras las miradas se entrecruzaban, cada una expresando una mezcla de miedo, incertidumbre y determinación. El aire estaba cargado de la amenaza inminente de un nuevo conflicto.

— Como sabrán, el imperio ha extendido su influencia por todo el noroeste del continente. Nuestras islas, Venturia y Solara, han caído bajo su control y hemos perdido todo contacto con el capitán Velázquez desde hace dos semanas. Es solo cuestión de tiempo antes de que sus naves y tanques superen nuestras líneas de defensa. Temo que debemos actuar con prontitud, incluso si eso significa enfrentar un genocidio como no se ha visto desde hace diez años atrás.

Las miradas de los presentes hablaban por sí solas: miedo, angustia, desesperanza. Otros murmuraban palabras de ira, venganza y muerte. ¿Quién tomaría la palabra ante esta situación? Voznikov esperaba una respuesta que estuviera a la altura del desafío que enfrentaban, y en ese momento, uno de los superiores decidió hablar.

— Señor, comprendo su preocupación, pero Mifdak no está preparada para una guerra de esta magnitud. Sería imprudente intentar recuperar las islas. El imperio ha cambiado desde la última vez, y usted lo sabe mejor que nadie.

La voz del hombre resonó con prepotencia, y el ego de Voznikov lo instó a reaccionar como siempre lo hacía. Sin vacilar, empuñó su arma y apuntó directamente a la frente del embajador.

— Si van a hablar, que sea para proponer soluciones, no para plantear más problemas.

Antes de que pudiera apretar el gatillo, una tos ronca interrumpió su ira. El coronel Lung, un hombre sabio y tranquilo que conocía bien el temperamento de su Dictador decidió intervenir para calmar las cosas.

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