6. La Erradicadora

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Mientras tanto, en otra parte de la isla, Jonatán y Sammuelle permanecían inmovilizados por el terror ante la presencia de la erradicadora. La tensión en el aire era casi palpable, el miedo se aferraba a ellos como una sombra amenazante.

La mujer se acercó a ellos con una gracia casi etérea, y a pesar de la situación, su voz era suave y calmada.

— Les recomiendo marcharse cuanto antes. — pronunció con una voz serena, sus palabras resonando en el aire cargado de tensión.

La mujer continuó su camino, desapareciendo entre las sombras mientras Hawkins, Sammuelle y los demás soldados permanecían paralizados por el miedo y la incredulidad.

— Nunca en mi vida había sentido tanto miedo. ¿Así es como se siente estar al lado de un erradicador? — murmuró Sammuelle para sí mismo, sus palabras cargadas de incredulidad y temor.

Con precaución, los soldados abordaron el barco, pero pronto se vieron sumidos en una escena macabra. Un olor pútrido llenaba el aire, y al acercarse a los cuerpos de la tripulación, descubrieron horrorizados que habían sido asesinados de manera brutal, con sus cuellos doblados en ángulos antinaturales. La escena era impactante, y el barco, a pesar de la violencia, permanecía intacto, como un testigo silencioso de la tragedia que había ocurrido a bordo.

— Ella mató a sus hombres, ¿pero por qué habría de hacer tal cosa? — preguntó Sammuelle con la voz temblorosa por la incredulidad y el horror de la escena.

— ¡No los toques! ¡Quién sabe qué razón tuvo para cometer tal atrocidad! — respondió Hawkins con voz grave y sombría, sus palabras cargadas de advertencia y desconfianza.

Mientras tanto, en medio de la devastación y el caos, Hans se encontraba en una situación desesperada. Había logrado infiltrarse en una base enemiga, pero su presencia no había pasado desapercibida. Un disparo resonó en el aire, y Hans cayó al suelo, herido de gravedad.

Los soldados se acercaron a él, pero antes de que pudieran reaccionar, Hans se levantó, su cuerpo se regeneró ante sus ojos atónitos. Con una determinación feroz, se lanzó al ataque, dejando a su paso un rastro de destrucción y caos mientras luchaba por sobrevivir en medio del fuego enemigo.

Los soldados atacaron con renovado vigor, pero no contaban con que Hans había tomado cuatro detonadores de las bombas que llevaban incrustadas en sus cuerpos. Con un movimiento rápido y preciso, activó las bombas, desatando una explosión que consumió por completo la base enemiga y a sus enemigos.

Sin un rumbo claro, se adentró en un pueblo llamado Yuruparí, donde fue recibido por hombres que reconocieron su uniforme militar de Mifdak.

— ¡Capitán Meyer! Es un alivio verlo llegar. — exclamó uno de los hombres con evidente alegría y su voz llena de gratitud y alivio.

— Que bueno que ha llegado, capitán. Creímos que nunca vendrían a rescatarnos. — añadió otro, con un tono de esperanza y admiración.

Hans mostró su sincera preocupación por el destino del capitán Velázquez, cuya vida pendía de un hilo tras una emboscada que los había dejado sin medicinas ni esperanza.

El soldado lo llevó a una pequeña cabaña de madera donde encontraron al capitán Velázquez herido y desfallecido.

— ¿Hans? ¡Qué desdicha! Nunca pensé que serías tú quien me salvara. — dijo Velázquez con sarcasmo, su voz cargada de incredulidad y sorpresa.

— También me alegra verte, Velázquez.

La interacción entre ambos mostraba una camaradería y una complicidad forjada en el calor de la batalla, su vínculo de compañerismo y lealtad se podía notar.

— ¿Y tu batallón? — preguntó Velázquez confundido, con la voz cargada de preocupación por sus hombres.

— Velázquez, tú sabes cómo trabajo.

La respuesta de Hans era un recordatorio de su determinación y su compromiso con la misión, recaía en él cada vida perdida en la batalla. Después de atender a los soldados heridos, Hans y Velázquez partieron hacia el sureste de la isla, con la esperanza de encontrar a sus aliados y continuar la lucha contra las fuerzas enemigas.

Hawkins y Sammuelle emergieron de las aguas turbulentas y se encontraron con una vista que desafiaba toda lógica. La playa de los cangrejos, antes un lugar tranquilo y sereno, ahora estaba envuelta en el caos de la guerra. El paisaje estaba marcado por los restos destrozados de barcos y el estrépito distante de los disparos llenaba el aire.

— Jonatan... ¿ves eso allí? — preguntó Sammuelle, su voz cargada de asombro mientras señalaba hacia la costa con gesto agitado.

— ¡Hemos llegado a tiempo! — exclamó Hawkins con ojos fijos en el gigantesco ejercito aliado que se veía a lo lejos.

Con el recibimiento de Lung, el abuelo de Hawkins hacia él, la tensión se reflejó en sus semblantes. Sus palabras reflejaban el alivio de encontrar a su nieto con vida, pero también la amargura por las pérdidas sufridas.

— Debes mejorar tu liderazgo, muchos de nuestros hombres murieron por causa tuya. — reprochó Lung con decepción en su voz, señalando las consecuencias de las decisiones de Hawkins en el campo de batalla.

— ¡No me interesan tus reclamos, maldito anciano! — respondió Hawkins, su voz llena de rabia y frustración, revelando la tensión subyacente entre ambos.

La calma momentánea se perdió cuando las tropasenemigas avanzaron desde los edificios hacia la playa de los cangrejos, la escena se convirtió en un campo de batalla en toda regla. 

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