20. ¿Cara o sello?

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El 22 de agosto de 1930 quedó marcado como el trágico epílogo de una batalla que reverberaría eternamente en la memoria colectiva de la humanidad. La Operación Ausrottung llegaba a su desenlace, dejando un siniestro saldo de 1.562 bajas entre las fuerzas aliadas. Sin embargo, el precio pagado palidecía ante la abrumadora victoria obtenida sobre el enemigo, que contabilizaba un desolador estimado de 2.500.000 bajas, incluyendo civiles indefensos.

En el desolado campo de batalla, yacía Chloe Bismarck, una soldado imperial cuya tenacidad y determinación se revelaban como invaluables activos. A pesar de su semblante imperturbable, sus cabellos dorados y sus ojos de lapislázuli escondían la fragilidad de su interior, una paz que luchaba por mantener en medio del caos circundante.

Hannoria, Nosmoth. 24 de agosto.

Habiendo cumplido su misión, Chloe arribó a la ciudad de Nosmoth el 24 de agosto y se encaminó hacia el hangar militar Profanus V, donde la aguardaba Luca Graziani, un teniente de importancia dentro del imperio.

— Señorita Chloe, es un placer verla —saludó Graziani con cortesía. —Quisiera saber en qué ha concluido su misión. Su padre estará encantado con su llegada, pero aún más contento de que haya traído consigo el tercer cáliz.

Chloe extrajo del bolso un maletín cubierto de hexodanio y lo depositó sobre la mesa. Con destreza, ingresó un código en la pantalla holográfica del dispositivo, desencadenando la apertura lenta del maletín, liberando un gas de hidrógeno. Con meticulosidad, Chloe extrajo el cáliz, un cristal en forma de copa que irradiaba una luz celeste deslumbrante desde su núcleo. Con gesto preciso, lo introdujo en una robusta caja blindada, activando cuatro escudos de energía que la envolvieron por completo.

— Señorita Bismarck, no quisiera retenerla más. Puede confiar en que llevaré personalmente el cáliz y lo presentaré ante su padre —aseguró Graziani con una sonrisa nerviosa.

— Como prefieras —replicó la soldado Erradicador con firmeza.

— Entonces, el alma de mi esposa reside en este cáliz, ¿verdad? —bromeó Graziani de manera mordaz. —Qué fácil resultó deshacerme de ella, ¿no te parece?

Chloe permaneció en silencio, pero el teniente percibió una alteración en su semblante.

— Bismarck... ¡Estás herida! —exclamó sorprendido. —¿Cómo es posible que estés sangrando?

Sin pronunciar una palabra, Chloe se retiró sin mirar atrás.

Después de subir a su vehículo, Chloe se dirigió hacia las afueras de la ciudad. Una vez lejos del bullicio urbano, detuvo el automóvil y se sentó a la sombra de un árbol. Con paciencia y determinación, se despojó de la camisa y procedió a limpiar sus heridas, extrayendo las dos balas que se habían incrustado en su piel.

Sosteniendo un fragmento de una de las balas, Chloe lo observó detenidamente, reflexionando sobre cómo algo aparentemente insignificante había logrado causarle tanto daño. El enfrentamiento con aquel individuo también le pesaba en la mente; sus golpes habían sido formidables, recordándole las palizas que solo su padre había sido capaz de infligirle. Momentáneamente, lamentó haber acabado con el otro sujeto, quien, irónicamente, había sido testigo en la isla momentos antes de la activación de las bombas.

— ¿Cómo es posible que mis heridas no se hayan curado? —se preguntó en voz alta.

Mientras el sol se desvanecía en el horizonte, Chloe se sumergió en sus pensamientos, reviviendo el fatídico día en que su lealtad al imperio había sido puesta a prueba. Recordaba vívidamente el momento en que había cumplido la orden de su padre de eliminar a Diane.

— Chloe, por favor, escúchame. ¿Realmente quieres matarme? —suplicaba Diane, luchando por liberarse del firme agarre de Chloe mientras la arrastraba hacia el centro de la cúpula.

— No es personal —respondió Chloe con frialdad—. Solo estoy siguiendo las órdenes de mi padre.

— Pero ¿cómo puedes continuar así? ¿No ves lo que está sucediendo? ¿No comprendes el poder de los cálices? Tu padre solo busca destruir todo. ¿Acaso eso tiene algún sentido para ti? —insistió Diane, tratando desesperadamente de abrirle los ojos a la verdad.

— No entiendes lo que mi padre quiere. Por eso no puedes entender la importancia de tu muerte. Y aunque quisiera perdonarte, tu traición solo nos da más motivos para sacrificarte —respondió Chloe con una voz hueca, desprovista de emoción.

Finalmente, Chloe ató a Diane a la estatua de ojos carmesí en el centro de la cúpula y comenzó el ritual para revelar el cáliz oculto en aquel santuario. Recitando los antiguos pergaminos del leviatán, los ojos de la estatua se encendieron y una aguja delgada se clavó en la nuca de Diane. Aunque Diane intentó desesperadamente salvarse, activando un campo de fuerza para librarse por un momento de la transformación, Chloe ya había concluido el ritual. Desde las profundidades de la tierra, un abismo surgió bajo la estatua. El cáliz celestial emergió de la boca de la estatua, absorbiendo la conciencia de Diane y dejando su cuerpo sin vida en un oscuro rincón de la cúpula. Chloe observó su entorno con una mezcla de vacío y arrepentimiento, preguntándose si algún día podría perdonarse por lo que había hecho.

Entre tanto, dirigiéndose a la ciudadela mayor, Luca Graziani avanzó por los largos pasillos que conducían a la base militar de Athenas. Las sombras se arrastraban por las paredes a medida que se acercaba a su destino, las puertas y los filtros de seguridad se multiplicaban.

Después del recorrido, emergió en una gran sala, donde una puerta colosal de cinco metros de grosor se alzaba ante él. Los guardias abrieron aquella gran puerta. En lo más recóndito del cuartel del emperador, donde la oscuridad era tan densa que parecía palpable, se encontraba la Sala de la Máquina, un santuario de la tecnología. Al ingresar, se encontró rodeado por una penumbra opresiva, apenas disipada por el resplandor azulado que emanaba de las numerosas consolas y dispositivos que adornaban las paredes.

En el centro de la sala, una imponente máquina se alzaba como una colosal deidad mecánica, su presencia opacaba cada rincón del espacio. Inspirada por la geometría sagrada, su forma se asemejaba a una estrella de siete puntas.

Cada una de las siete puntas de la estrella sostenía una hendidura circular. Estas ranuras, dispuestas en un patrón simétrico que recordaba a las constelaciones en un cielo nocturno, emanaban un resplandor azulado que iluminaba la estancia con una luz hipnótica.

Dos cálices, joyas de la tecnología avanzada, descansaban en sus respectivas ranuras con una elegancia majestuosa. Tallados con símbolos arcanos y patrones de luz que oscilaban en una danza etérea, emitían un fulgor hipnotizante que parecía resonar en armonía con el universo mismo. 

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