9. Un Vacío Eterno Persiste

10 4 0
                                    


Entre tanto, en medio del caos y la desesperación que reina en Venturia, las tropas de Hannoria se dispersan con la implacable misión de erradicar a los sobrevivientes. Hans y Velázquez, entre el fragor de la batalla, luchan por abrirse paso hacia su destino. Después de despejar las líneas enemigas, llegan exhaustos con el resto de los soldados a un hangar donde esperan abordar un helicóptero que los lleve hacia Mifdak, en busca de seguridad y salvación.

— ¡¿Ese maldito sigue vivo?! — grita Hawkins al divisar a Hans a lo lejos, su voz cargada de sorpresa y disgusto.

— ¡Hans! ¡Qué bueno que estás aquí! Oh, señor Velázquez, que alivio saber que esta con vida. — exclama Sammuelle, mientras la alegría se refleja en su rostro.

— Por supuesto, Sammuelle. Si no fuera por este hombre a mi lado, estaríamos perdidos. — responde Velázquez, reconociendo la valentía de Hans en medio del caos.

— Ya es suficiente, debemos marcharnos de aquí. — ordena Hawkins con brusquedad, su tono denota impaciencia y preocupación.

— Hawkins, Hans, Sammuelle... a las dos en punto. — anuncia Velázquez, al ver enemigos provenientes del flanco derecho.

Mientras conversan, un escuadrón del imperio abre fuego contra ellos, obligándolos a luchar por su supervivencia. Con el escaso equipo que tienen, logran repeler el ataque y, al abordar el helicóptero, deciden poner tierra de por medio y dirigirse hacia Mifdak en busca de seguridad.

— Por fin nos vamos de esta maldita isla... Debemos partir antes de que aparezcan más erradicadores. — señala Hawkins, mientras contempla el horizonte.

— ¿Erradicadores? ¿De qué estás hablando, Hawkins? — pregunta Hans, desconcertado por la nueva amenaza que enfrentan.

— Fue cuando nuestro avión explotó. Quedamos varados en esa isla y de repente, ella... surgió entre el humo. Aunque el suelo estaba sembrado de minas, esa maldita mujer caminaba como si nada. No sé por qué nos dejó con vida, pero si aparece de nuevo, no tendremos la misma suerte. ¡Por eso debemos irnos ya! — explica Hawkins, con angustia.

Al escuchar la historia de Hawkins, a Hans le asalta un pensamiento: aquel sueño que lo atormenta cada noche parece tener un vínculo con esa mujer. Sin duda, sabe que debe enfrentar su destino y regresar a ese lugar.

— Debo irme. Ustedes sigan su camino. Tomaré otro helicóptero y me las arreglaré para huir. — declara Hans, su voz firme y decidida.

— ¡¿Estás loco?! ¡Quedarse aquí es un suicidio! — exclama Velázquez, tratando de hacer entrar en razón a Hans.

— ¡Eso no te importa! ¡Solo lárguense de aquí tan rápido como puedan! — responde Hans con vehemencia, decidido a seguir su propio camino.

Hans abandona el helicóptero y se dirige hacia la isla que tanto lo atormenta, mientras Sammuelle, desesperado, decide seguirlo, incapaz de abandonar a su amigo a su suerte. Sin embargo, ni Hawkins ni Velázquez pueden hacer nada para detenerlos.

Después de varios minutos, llegan a la playa de los cangrejos, donde Hans toma un bote para dirigirse a Solara, la isla que alberga a la misteriosa Erradicadora. Al voltear la mirada, ve a Sammuelle corriendo por la playa hacia él.

— ¿Qué estás haciendo aquí? ¡Te dije que huyeras! — replica Hans, con preocupación y exasperación al ver a su amigo en peligro.

— ¿No es obvio? He venido a ayudarte. — responde Sammuelle, su voz decidida y llena de determinación.

— ¡Eres un estúpido! ¡Solo te estás poniendo en peligro! ¿De qué me servirás? ¡Vete de una vez y no cuestiones mis órdenes! — exclama Hans, intentando proteger a su amigo.

Sammuelle aborda el bote y le propina un empujón a Hans, decidido a seguirlo en su peligrosa misión.

— Sabes que no me iré, así que vamos. — responde Sammuelle con firmeza, sin dejarse amedrentar por la determinación de su amigo.

En silencio, los dos amigos reman hacia Solara, y después de unos minutos, se encuentran en medio del mar, muy cerca de la isla.

— Sammuelle, siento lo de antes. No quise decir que no me sirvieras de nada. — se disculpa Hans, reconociendo la valentía y el sacrificio de su amigo.

— Ella está ahí. — responde Sammuelle, señalando hacia el horizonte con el rostro empalidecido.

Hans voltea hacia donde Sammuelle apunta y queda perplejo al ver el velero que se aproxima, idéntico al que ha visto en sus sueños.

— ¡Sammuelle!

Un estallido ensordecedor interrumpe su conversación, y al volverse hacia su izquierda, Hans ve a su amigo tendido en el bote, herido de gravedad.

— ¡Sammuelle, escúchame! ¡No dejes de respirar! Sobrevivirás. ¡Tranquilo, no dejes de respirar! — exclama Hans desesperadamente, intentando detener el sangrado y mantener a su amigo con vida.

Aunque Hans hace todo lo posible por salvarlo, el disparo certero de la mujer acaba con la vida de Sammuelle, dejando a Hans con el corazón destrozado.

— Hans... Mi padre está... con vida. — murmura Sammuelle, con sus últimas fuerzas, antes de desvanecerse en los brazos de su amigo.

Un zumbido abrumador invade la mente de Hans, mientras observa impotente a la mujer del barco que le apunta con un rifle. La agonía se apodera de él cuando se da cuenta de que su garganta arde como llamas y el zumbido no es más que un grito desesperado de dolor.

HannoriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora