17. Julien Beaumont

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El banquete desplegado en la mesa del dictador era un festín para los sentidos, donde la elegancia y la exquisitez se entrelazaban en cada detalle. La mesa, engalanada con mantelería de hilo blanco y centros de mesa de plata reluciente, presentaba una selección de platos gourmet que deleitaban el paladar más exigente. Desde entradas de caviar y ostras hasta un plato principal de langosta imperial a la parrilla, cada bocado era una explosión de sabores exóticos y refinados. Acompañando, una variedad de licores premium se ofrecían en decantadores de cristal, desde whiskies de malta envejecidos hasta brandis añejos y coñacs de cosecha. El aroma a madera y especias llenaba el aire, los capitanes se sentían conmovidos por tan buen trato después de las atrocidades que habían vivido en los últimos días.

Al sentarse a comer, los capitanes no perciben la autoridad temible de Beaumont. Su tez pálida y sus facciones perfectas lo hacían ver como un joven amable. Sus ojos de color café brillante y su cabello rubio lo dotaban de una apariencia encantadora. Beaumont parecía una persona bastante pacífica a los ojos de Margot, Hawkins y Velázquez; esa es la primera impresión que ellos tienen.

— Mi gran amigo Hans, ¿a qué se debe tu grata visita? — pregunta Beaumont soltando una bocanada de humo de cigarro, mientras su voz resonaba suavemente en la sala.

Hans le da un sorbo a su copa de vino, el sonido de la cristalería resuena en el aire tranquilo del comedor.

— Bueno, estamos huyendo de la CSG. Debes estar al tanto de la Tragedia Nuclear de Venturia. – Comentó Hans, con voz grave y serena llenando el espacio con autoridad.

— ¿Huyendo de la CSG? Quiero decir, estoy informado sobre lo que ha ocurrido en Venturia... Pero eso no explica por qué la CSG está persiguiéndolos. – Cuestiona Beaumont, sus palabras parecen estar teñidas de curiosidad mientras estudia a los presentes con una mirada aguda.

— Hemos sido acusados injustamente de traición, señor Beaumont. – Responde Wong, con firmeza, desafiando cualquier duda sobre su integridad.

Beaumont suelta una pequeña risa, su voz llena de ironía flotando en el aire como una brisa fresca.

— Supongo que ese viejo loco habrá cometido otro error, y quiso sacrificarlos a ustedes... ¿Estoy en lo cierto? — Su tono sugería complicidad, como si estuviera compartiendo un secreto con viejos amigos.

— Señor, con todo respeto, no creo que deba referirse así a nuestro mandatario... — interviene Velázquez, reflejando su nerviosismo ante la presencia del poderoso líder.

Hans pisotea a Velázquez para evitar que siga hablando, un gesto sutil pero efectivo para mantener la armonía en la conversación. Beaumont voltea a mirar a Velázquez y le sonríe con indulgencia.

—¿En serio? ¿Cómo debería referirme entonces? — Responde Beaumont con evidente descontento, desafiando cualquier intento de cuestionar su autoridad. — Por cierto, Hans. No me has presentado a los invitados.

Wong se levantó de su silla con elegancia y se presentó con gracia, su voz suave y melodiosa llenando el espacio con una serenidad encantadora.

— Margot Wong, ex capitana del ejército de Mifdak, para servirle, señor Beaumont. — Su presentación era impecable, su postura erguida y su mirada firme, demostrando una confianza inquebrantable ante el poderoso líder.

La atmósfera en el comedor era tensa, impregnada de la autoridad imponente de Beaumont. Las paredes, decoradas con tapices de ricos colores que retrataban escenas de batallas y conquistas, parecían susurrar historias de poder y ambición. El brillo de los candelabros de oro creaba destellos de luz sobre la opulenta mesa de comedor, mientras que el aroma de los manjares exquisitos llenaba el aire, tentando los sentidos y añadiendo un toque de indulgencia al ambiente.

Velázquez y Hawkins hicieron lo mismo, y Beaumont no demoró en hablar con una voz que resonaba con autoridad en la habitación.

— Me alegra escuchar eso: "excapitán". Bien, pues ahora que son prófugos de la CSG no les queda de otra que ocupar sus anteriores cargos, ¡pero ahora en mi ejército!

Los capitanes quedaron en completo silencio, sus mentes girando mientras procesaban la propuesta aparentemente absurda de Beaumont. El tono y la seriedad con los que hablaba el dictador los hicieron dudar sobre qué responder.

— Bueno, ¿no van a decir nada? — Agregó Beaumont, su voz resonando con impaciencia.

— Por supuesto que nos encantaría estar en su ejército, señor Beaumont. Será un honor para nosotros. — Respondió Margot haciendo una reverencia, su voz firme pero respetuosa en medio del silencio abrumador.

Hawkins y Velázquez asintieron con el mismo gesto, pero no dijeron ninguna palabra, su decisión evidente en su silencio.

— Perfecto... aunque antes de eso debo ver de qué están hechos. Mañana los presentaré ante el ejército. Esperaré que ocurra algo que me llame la atención y tomaré una decisión. ¿Les parece?

Velázquez tomó aliento para responder, su voz temblorosa en medio de la expectativa.

— Estoy de acuerdo con usted, señor Beaumont.

— No siendo más, los invito a degustarse con este banquete. Cuando terminen de comer mis sirvientes los llevarán a la habitación que preparé para ustedes. Por cierto, me alegra que estés en casa, Hans. – Comentó Beaumont con una sonrisa retorcida y una mirada desafiante mientras abandonaba la sala.

Cuando Beaumont abandonó el comedor, la calma regresó a los cuerpos de los capitanes, liberando un suspiro colectivo de alivio.

— Dios... Ni siquiera los jerarcas son tan imponentes como él. — Dijo Velázquez, con admiración y temor mientras observaba la puerta cerrarse tras el dictador.

Hans sonrió, tratando de aligerar el ambiente.

— No estuvo tan mal, y eso que está de muy buen humor. Creo que iré a dormir también. – Comentó Hans, con su voz relajada pero con un toque de cansancio.

Margot tomó el brazo de Hans, deteniéndolo antes de que pudiera salir.

— ¿No tienes hambre? Llevamos una semana sin comer bien, ¡deberías aprovechar!

— Como quieras... De todas formas, es seguro que mañana pasarán hambre. – Respondió Hans, con un tono resignado pero con una sonrisa juguetona.

— ¿De qué estás hablando? Me llevaré estos postres al cuarto si es necesario. – Comentó Hawkins con una risa, tratando de levantar el ánimo de todos.

Todos rieron, compartiendo un momento de camaradería en medio de la incertidumbre. Conversaron, bromearon y disfrutaron de la comida y la compañía, dejando de lado por un momento la terrible realidad que los rodeaba, sumergiéndose en un pequeño momento de calma en un mundo marcado por la violencia y la desesperación.

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