II: Un judío suicida

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Sus ojos marrones sin vida veían el techo. Yo dejé de patearlo, mis ojos fulminándolo. Agarré el resto del cerebro y lo metí en un bolsillo de mi pantalón.

—¡David!— escuché una voz aguda gritando. Sonaba desconcertado, como intentando buscar a un desaparecido.

—¡¿David dónde estás?!— la voz seguía, yo me alejé del sucio inmigrante que yacía en el suelo. —¡Contesta!—

Intenté concentrarme en mis alrededores, vi que el dueño de esa voz era el mismo chico de las memorias. Luego, mis ojos se dirigieron a un pelinegro de ojos azules que golpeaba a un muerto con su arma, mientras este se cubría con las manos torpemente. Sin embargo, el pelinegro tropezó y cayó al suelo, el zombi aprovechó el descuido y se balanceó sobre el chico.

Disparo.

Kyle le había disparado en la cabeza de imprevisto al muerto. Le dio una mirada de angustia al chico pelinegro, este estaba temblando y sus ojos cristalizados parpadeaban rápido, intentando contener sus lágrimas. Empujó con fuerza el cuerpo del muerto que reposaba encima de sí.

Otro muerto, que corriendo sé acerba a Kyle, recibió un golpe certero dado por su escopeta. Este cayó al suelo, la parte posterior de su cabeza pareció recibir un golpe tan fuerte que un crujido proveniente de su cabeza fue perceptible.

El dorso de mi mano, limpió la sangre de las comisuras de mis labios mientras mis pies me acercaron al chico pelirrojo.

Él me vio. Me vio paralizado mientras yo empezaba a caminar hacia él.

Se agachó rápidamente y de sus botas negras, sacó un puñal filoso y lo lanzó hacia mí. No lo vi venir. Ni sentí el acero perforando la piel de mi estómago. Solo bajé mi mirada, hacia este. Lo desenterré de mi cuerpo, mis ojos volviendo hacia el chico y mis pies acorralándolo.

Tiré el puñal al suelo, y lo aparté con la planta de mi pie. Me acerqué mucho más.

El de ojos esmeralda, me miraba con una expresión alterada. Sus ojos tornándose nerviosos y aterrados. Ya no tenía con qué defenderse; su escopeta carecía de balas, su puñal estaba lejos de él, y su propia sanidad estaba siendo arrebatada al tenerme tan cerca. Al tener la muerte tan cerca.

—No... te me acerques.—imploró en un casi susurro, sus ojos cerrándose con terror. Ya estaba mucho más cerca de él. Él se intentaba alejar más, pero no podía, pues se lo impedía una estantería detrás de él.

Cuando volvió a abrir los ojos, el terror seguía en estos. En un intento por buscar más espacio, se movió lentamente al suelo, sus ojos tornándose llorosos y su mandíbula tensándose.

Me hinqué enfrente de él. Acercado mi cara más hacia él. Pude notar que sus hombros empezaron a temblar, su labio inferior mucho más mientras parecía quedar sin palabras.

—Kyle.— dije al acercarme más. Cuando esto sucedido, pude detectar un olor proveniente de él, más específicamente de su cabello. Olía a un tenue aroma de naranja y canela, pero combinado. Como si ambas hubieran sido combinadas en las ardientes llamas de una fogata, pero sin emanar ningún olor a quemado. El olor era suave, pero la expresión de su rostro era dura y perpleja.

Escuché unos gruñidos a unos metros de nosotros, voltee mi cabeza lentamente y vi al rubio inspeccionando el área, pero sin notar al chico pelirrojo.

Mis ojos volvieron a las esmeraldas que parecían desbordar lágrimas. Fruncí el ceño al notar un pendiente colgando de su cuello, contenía una estrella de David.

—Judío.— dije con aborrecimiento y rodando mis ojos.

Ese judío solo sujetó la estrella de David, su expresión se suavizó al sentir el pendiente. Sus ojos dejaron de verme. Ahora veían el suelo. Parecía haber aceptado su muerte. Parecía como si su mente maquinara un plan tramposo de judíos, pero no caeré en ellos, carajo.

El intangible corazón del chico come cerebros [Cartyle]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora