II

7 4 0
                                    

Elora

<<I wanna grab both your shoulders and shake baby, snap out of it (snap out of it).

I get the feelin' I left it too late, but baby, snap out of it (snap out of it)...>>>

Snap out of it, de Artic Monkeys sonaba en el interior de mis auriculares mientras yo seguía tecleando en mi ordenador. Se me había ocurrido una idea buenísima para una historia y era necesario apuntarla porque si no luego se me olvidaba.

El gusto por la lectura y la escritura al parecer lo adopté de mi madre, quien tenía la casa llena de libros y siempre tenía uno en las manos, disfrutando de la historia que alguien un día reflejó en sus páginas a través de palabras. Me explicó que ella cuando era joven también había escrito alguna historia, solo que nunca la había publicado ni nada por el estilo. Simplemente la guardaba para ella como un recuerdo de lo que un día logró hacer. Cuando me lo dijo me percaté de que yo también quería escribir y compartir con el mundo algunas historias que tenía en mi mente, o con quien quisiera leerlas. Y así lo hice.

Todo iba bien esa vez. La idea fluía y los personajes adoptaban una personalidad en base a sus metas y conflictos. Fue justo cuando iba a empezar a escribir el primer capítulo cuando escuché un extraño ruido proveniente de mi armario. Que yo supiera, no tenía nada ahí metido; solo ropa y algunos libros, nada más.

Dejé los auriculares encima del portátil ya cerrado y me acerqué al mueble lentamente. ¿Qué podría haber ahí? Hasta que no abrí las puertas de éste mis dudas no desaparecieron, sino que incrementaron todavía más en número. Del armario cayó un joven de ojos claros, tez morena y rasgos marcados. Iba vestido con una especie de lona blanca con una cuerda en la cintura y unas sandalias marrones. ¿Se podía saber qué hacía ese joven metido en esa caja? ¿Y por qué? Y lo más importante, ¿cómo había llegado ahí?

Profirió gemidos de dolor al levantarse del suelo, frotando su codo y su cadera, las partes más afectadas tras la caída. Del susto mi cabeza se bloqueó, y lo único que pude hacer fue subirme a la cama y tirarle cojines entre gritos. No paraba de pedirme silencio, y cuando notó que yo me había asustado levantó ambas manos por encima de su cabeza, haciendo que la duda acudiera a mí de nuevo tras ese gesto y me callara de golpe.

—Perfecto, ahora escúchame y deja de gritar, por favor. Los humanos te van a oír. —Sus palabras resonaron por toda mi habitación. Hizo una breve pausa antes de continuar hablando, a lo que yo seguía con una almohada entre mis manos, a modo de escudo. —Elora, no soy ningún peligro. Eso lo primero. Lo seg...

—¿Cómo sabes mi nombre? —Demandé al joven desconocido.

—Es una historia muy larga. —Bajó los brazos y yo alcé la almohada, no fuera posible que me hiciera algo. —¿Podemos sentarnos y hablar con normalidad y paz? No así, tú encima de tu lecho y con una almohada como protección. —Su mirada viajó hasta la mía, que seguramente derrochara alarma y temor. —No vengo a hacerte daño, ¿de acuerdo? Solo soy un simple mensajero al que le han pedido un favor, y vengo a hablar contigo sobre ello.

—¿De dónde vienes y por qué has salido de mi armario? —La pregunta escapó de mis labios sin yo apenas ser consciente de ello. Eso me pasaba siempre que estaba nerviosa o asustada, que decía cosas sin pensar y acababa fastidiando todo siempre.

—Vengo de Urno, supongo que lo habrás oído por los mundanos religiosos de aquí. Y a la segunda parte de la pregunta... No sé porque he acabado dentro de esa caja tan estrecha. Al parecer Medio habrá calculado mal el destino y me ha hecho caer donde no era. Y qué daño me he hecho, ¡por Jurio!

Su explicación no logró calmar la incertidumbre que crecía cada vez más en mi mente. ¿Cómo podía ser que acabara ahí? ¿Era magia? Porque si no era eso, no había ninguna respuesta lógica para ello. Mi cara seguía siendo un cuadro cuando él se sentó en la silla de mi escritorio y se puso cómodo sin mi permiso.

—Si no me interrumpes puede ser que solucione todas tus dudas sobre mí y sobre lo que acaba de pasar. Es normal que estés tan... horrorizada. No es común encontrarse a un chico en tu armario. —Su risa sonaba como miles de cascabeles repiqueteando a la vez, suaves y agudos. Volvió a posar sus ojos sobre mí y parecía que me leía la mente cuando comenzó a explicarse, ya que cada frase respondía a una de mis preguntas. —Verás, yo nací en Urno, el lugar idílico y hogar de los dioses. Soy hijo de Marzon y Temet, dios supremo y diosa de la escritura. Tú, aunque ahora no lo creas, eres hija de Vendor y Kera, dioses de la guerra y del mar. Te preguntarás entonces qué haces viviendo aquí, en la Tierra. Ahora te explico eso. —Me senté en la cama para escucharle atentamente, aunque no solté la almohada por si acaso.

>>Cuando tú naciste estábamos en guerra con los Grifisombra, unos seres que querían arrebatarnos el terreno celestial. Nadie podría cuidarte durante ese tiempo ya que era necesario que todos los dioses poderosos estuvieran en el campo de batalla, como eran tu padre y tu madre. Marzon, tu abuelo y el dios más poderoso, pensó que sería mejor enviarte a la tierra humana, donde alguien sí te pudiera cuidar y atender. Así que eso hizo, te mandó aquí, con tu actual familia. No es que lo hiciera así y nada más, sino que les encantó para que pensaran que ellos mismos te habían engendrado y que así te cuidaran mejor. —Hizo una pequeña pausa y continuó con la historia.

>>Desde tu nacimiento sabían que eras alguien con un poder que nadie más poseía, ya fuera mucho o poco. Eras algo de otro mundo, Elora. Por eso querían protegerte. Y ahora, que ya eres mayor y nos enfrentamos a unas fuerzas sobrenaturales imbatibles, te necesitamos. —Sus ojos irradiaban súplicas silenciosas dirigidas a mí. —Ni siquiera tu mismísimo abuelo, el ser más poderoso es rival para Niros, el dios de la oscuridad, contra quien nos enfrentamos. Nos derrotaría a todos con un simple chasquido. Pero si te tenemos de nuestro bando, seremos más fuertes y podremos con él. Por eso, en nombre de todos los dioses habitantes de Urno, te pido que vengas con nosotros a tu hogar, Elora. Donde naciste y donde están tus raíces. Donde descubrirás quién eres en realidad.

Sus palabras lograron remover dentro de mí algo que no había sentido nunca. Algo que se manifestaba ahora en mi pecho, en mi cabeza, en mi piel. Mi instinto me decía que no le hiciera caso, que esa verdad no llegaba a ninguna parte ya que no tenía sentido alguno. Pero mi corazón me decía que le hiciera caso. Me pedía a gritos que fuera con él, que descubriera de dónde vengo y cuál era mi misión allí si es que todo aquello era cierto. Me rogaba que acompañara a aquel joven, que le hiciera caso.

Que descubriera quien era mi familia de verdad.

Que descubriera mis raíces.

Que descubriera quién era yo.

Fue así como acepté. Accedí a ir a ese lugar idílico llamado Urno, donde supuestamente había nacido. Donde, según Uenar, que así me dijo que se llamaba, habían nacido y habitaban todos los dioses.

Me imaginé que sería un lugar hecho todo de oro, como en los cuentos de hadas antiguos, aunque a juzgar por las pintas que llevaba mi supuesto tío no sería así.

Cuando acepté ir con él me ofreció su mano, la que yo agarré con fuerza tras haber hablado unos minutos con él. En un chasquido nos transportamos hasta una sala con paredes de bronce. Al llegar allí nos quedamos en medio de la sala, mientras yo me recomponía tras el mareo del viaje.

Apareció un señor de ojos blancos con agujas, como si fueran relojes, y un mostacho como el de Salvador Dalí, el artista. Al vernos sonrió y pude apreciar la alineación perfecta y la blancura de sus dientes. Uenar le saludó con un cálido abrazo, supuse que eran familia.

Al momento se giró hacia mí y me sonrió.

—Bienvenida a Urno, Elora, nuestra salvadora. Todos los dioses la están esperando en el salón principal de Palacio. 

Entre Motas Doradas [PRUEBA PILOTO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora