XVII

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Vendor

Ver a mi hija frente a mí al borde de las lágrimas me destrozaba.

Estábamos a unas simples horas de ir al campo de batalla a combatir por orden de mi padre. Todos estábamos horrorizados por lo que pasaría, pero dispuestos a pelear por lo que nos pertenecía.

Mi esposa, mi hijo, Elora y yo nos habíamos reunido en el salón por deseo de esta última. El motivo de tal agrupación en ese mismo momento era que nos quería decir algo importante. Ya me olía el qué. Miró a cada uno de nosotros y sonrió con las lágrimas asomándose en sus ojos.

—No sabéis lo contenta que estoy de haberos conocido al fin y de saber quiénes son mi verdadera familia. Estoy super agradecida de lo que habéis hecho por mí durante el tiempo que he estado aquí, en Urno, y que me hayáis acogido de tan buena forma en tan poco tiempo. —Hizo una pequeña pausa en la que cogió aire para no dejar que esas lágrimas traicioneras salieran. Ninguno de nosotros tenía la mínima idea de lo que podría pasar en aquel campo que poco a poco y con el tiempo se llenaría de sangre y magia. No podía asegurar nada. Nadie podía. Lo que sí que podía afirmar era que me daba pena el momento que estábamos viviendo y la incertidumbre por lo que pasaría en el futuro, ya que Marzon se había precipitado demasiado al tomar la decisión de la guerra. Y otra cosa que podía asegurar era que no quería perder a nadie de mi alrededor. Elora siguió con su discurso: —No sé qué nos depara la monstruosidad que ocurrirá en unas simples horas, la verdad. Y sí, tengo miedo de ello. Pero sé que con vosotros no pasará nada y que tenemos la victoria asegurada. Bueno, con vosotros y con el resto de los dioses. —Sonrió. —Eso era todo. Solo quería que supierais lo agradecida que estoy, y que, pase lo que pase, os quiero mucho, aunque os conozca desde hace relativamente poco.

Esta última frase hizo que Kera rompiera en lágrimas. Fue corriendo a darle un enorme abrazo que derrochaba sentimiento. Se susurraron palabras bonitas y de ánimo. Mistos y yo nos quedamos en nuestros respectivos sitios, admirando el bonito momento entre madre e hija. Ambas iguales físicamente, equipadas y preparadas para cuando llegara el momento del reclutamiento. Mi corazón se rompió en ese instante, aunque logre guardar ese sentimiento y no mostrárselo a los demás. Eso te hace débil, Vendor.

Me levanté y me aproximé a las dos mujeres de mi vida, las cuales estaban sumidas en una tristeza detonante. Acaricié las espaldas de ambas, dándoles ánimos.

—No quiero morir, mamá. —Escuché a Elora decir en apenas un susurro.

—No lo harás, hija—la tranquilizó Kera—. Recuerda que eres inmortal. Nada te pasará.

No pude soportar más la situación y salí de la habitación con la cabeza gacha e ignorando el llamado de mi hijo. No paré de caminar hasta que llegué frente a la puerta que tantas veces había admirado desde pequeño: una mujer joven rodeada de unos seres míticos y charcos de sangre en el suelo, ella con cortes en brazos y cuello. Entré en la casa sin pedir permiso. La dueña me conocía demasiado bien, no era necesario avisar mi llegada. En el salón no había nadie, así que me dirigí a la cocina. Allí pude encontrar a quien estaba buscando. Llevaba como siempre su melena oscura como la noche suelta, sin nada que la contuviera y su ropa negra y ajustada de entrenamiento puesta, decorada con varios objetos afilados y puntiagudos. Al sentir mi presencia giró instantáneamente su cabeza hacia mí.

—¿Todo bien, Vendor?

Esas palabras fueron necesarias para que yo me rompiera en ese momento. Las lágrimas salieron de mis ojos sin yo poder impedírselo y corrí hasta llegar a ella y abrazarla. Lloré en su hombro desconsoladamente, como tantas veces había hecho en secreto y alejado del resto de los habitantes de Urno. No me podían tomar por débil. Nadie nunca me había visto de este modo, salvo ella, mi tía Meira, que es quien me apoyaba siempre en esos casos.

Entre Motas Doradas [PRUEBA PILOTO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora