XXVI

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Elora

Una luz procedente de no sé donde me despertó dándome en toda la cara de pleno.

Me tapé con la manta hasta la cabeza, intentando desviar esa luz que tanto me molestaba. A mi lado algo se movió y me habló.

—Princesita, es hora de despertarse. Venga, que te he preparado el desayuno.

—No me llames princesita—pedí a regañadientes al reconocer la voz de Egan. Me destapé y lo miré con los ojos entrecerrados mientras él se levantaba y corría las telas que tapaban la ventana. Por fin la luz desapareció y me permitió abrir mejor los ojos.

—¿Así mejor? —preguntó al volver junto a mí a la cama.

Asentí mientras me frotaba los ojos para mirarlo mejor. Ya estaba vestido y perfectamente peinado. Sus ojos desprendían un brillo especial, como si estuviera viendo el tesoro más grande del mundo. Y entonces me di cuenta de que me estaba mirando a mí. Su tesoro. ¿Me tendría en estima como tal?

—¿Cómo es que no me has despertado antes? ¿Y por qué ya estás vestido?

—Marzon mandó a llamarme esta mañana. Quería avisarme de que hoy se celebraría una reunión antes de la fiesta por la victoria contra Niros. Me ha pedido que asista, por mucho que el vencido fuera mi padre. —Suspiró antes de añadir algo más—: Y se ve que se ha enterado por uno de los dioses de que estamos juntos. Al parecer alguien nos vio anoche en el lago.

Miles de sensaciones se arremolinaron en mi estómago al oír esas palabras, y no eran precisamente de las buenas. ¿Qué pensaría de lo que tenemos Egan y yo? Aunque bien pensado, tampoco es que llevemos tiempo guardándolo en secreto ni nada parecido, entonces no me tendría que preocupar tanto. Pero, si él se había enterado, ¿mis padres también lo sabrían? ¿Se lo habría dicho él? Montones de preguntas de ese estilo rondaron por mi mente en ese momento. Y Egan pareció darse cuenta, ya que agarró una de mis manos y la besó con sutileza.

—Tranquila, me ha dicho que nadie más se ha enterado todavía. Sé que eso es lo que te preocupa. —Me sonrió antes de continuar tras mirar el sol por la ventana ahora tapada. —Y deberíamos salir ya o llegaremos tarde. Te he dejado a los pies de la cama un regalo. Espero que te lo pongas para hoy.

Sin decir nada más salió de la habitación, dejándome la privacidad necesaria.

En cuanto salió por la puerta me levanté y me acerqué a los pies de la cama para ver qué era lo que me había dejado. Ahí descansaba un precioso vestido de color plata, de tela fina y un poco brillante. Lo levanté para mirarlo bien. Era ajustado hasta la cintura, desde donde caía una larga falda que seguro me llegaba por los pies. Sus tirantes eran preciosos, ni muy anchos ni muy finos. En el escote habían dos telas unidas por una transparente que estaban ajustadas para tapar mi pecho. Al lado de la prenda había unos zapatos de tacón grises, a juego con el vestido, y en ellos se encontraba un broche para el pelo. Ya tenía claro qué hacer con aquello.

Entré al baño y me quité toda la ropa antes de asearme. Cuando acabé me probé el vestido, que era de mi talla justa, y me puse los tacones. Para el pelo no me compliqué y me hice un recogido simple: cogí dos mechones delanteros y los uní detrás con el precioso broche. Intenté ir todo lo deprisa que pude.

Al salir de la habitación me topé de golpe con Egan, que estaba apoyado en la pared que daba de frente con su habitación. Me dio un descarado repaso de arriba a abajo y sus ojos parecían salirse de las órbitas correspondientes. Se acercó a mí y me dio un casto beso en los labios. Aun utilizando tacones él era más alto que yo.

—Estás preciosa—me halagó y sonrió antes de agarrarme del brazo y acompañarme bajando las escaleras. Le devolví el cumplido ya que me percaté de que él también se había cambiado de ropa y ahora lucía un hermoso traje dos piezas negro.

Ambos nos dirigimos fuera de su casa y, en un pestañeo, estábamos en palacio rodeados de una multitud inmensa de dioses. Miré a Egan perpleja, quien me guiñó un ojo.

—Teletransporte, princesita.

Puse los ojos en blanco y me solté de él para alejarme. No me lo impidió. No supe como reaccionar ante eso, pero finalmente lo dejé pasar y me centré en buscar a mis padres y a mi hermano, a quien no tardé tanto en encontrar.

—¡Elora, estás aquí!

La voz de mamá sonó a mi alrededor antes de que me abrazara. A ella se le sumaron mi padre y algunos dioses más. Con quien no compartí mirada fue con Mistos. No estaba allí. También dejé pasar eso, pensando que era mayorcito ya para ser responsable.

—Venga, hay que ir a hablar con tu abuelo, Elora. Tiene algo muy importante que decir—anunció mi padre mientras nos abría paso entre la multitud.

Al llegar junto a Marzon, quien se encontraba en su trono, Vendor se arrodilló ante él y avanzó al recibir un gesto del Dios Supremo, el cual le indicaba que se podía acercar. Le dijo algo al oído antes de bajar por las escaleras hasta llegar de nuevo con nosotras, y al mismo tiempo mi abuelo se levantó. Al alzar las manos, el silencio reinó en la sala. Carraspeó antes de comenzar a hablar.

—Bienvenidos, dioses y diosas de Urno, a esta reunión y fiesta. Hoy nos hemos reunido aquí para celebrar la victoria en la batalla contra el dios Niros, mi bastardo hijo, a quien después de tanto tiempo hemos podido ganar y hacer desaparecer. Esto no hubiera sucedido sin Elora, la humana que llegó hace tan poco a nuestras vidas, pero que en tan poco tiempo se ha adaptado a todo esto. Elora, ¿podrías subir aquí, por favor?

Miré a mi madre, que asentía con la cabeza para darme ánimos. Cogí una gran bocanada de aire antes de subir aquellos escalones que me llevaban a estar cada vez más cerca del ser más poderoso del lugar. El que también era mi abuelo. Al llegar arriba, junto a él, me dio un ligero abrazo antes de girarme hacia la multitud. Entre todos los dioses pude distinguir a Egan, quien me miraba sonriendo y me guiñó un ojo para infundirme ánimos, al igual que mi madre. Me obligué a no sonreír como una tonta frente a tanta gente. No fue una tarea complicada cuando Marzon siguió hablando.

—Esta es la chica que nos ha salvado a todos, que nos ha traído un poco de alegría de esperanza desde su planeta—dijo, antes de que sus ojos se volvieran oscuros y soltara la bomba—, donde volverá pronto. —Me quedé sin aire. ¿Había dicho lo que creía que había dicho? Siguió hablando, sin dejar digerir la sorpresa. —Esta humana nos ha salvado, sí, pero no merece quedarse aquí. No cuando no comparte sangre, al menos no la mía directa, ¿verdad Kera? —Se giró hacia mi madre, quien lo miraba sin poderse creer lo que estaba diciendo. —Porque esta niña no es hija de Vendor, mi hijo, no. —Su risa fue amarga. Nos miró a todos antes de soltar la bomba final, la que hizo que mi cabeza explotara. —Porque, gracias a la traición de Kera, Elora no tiene sangre de los dioses reales. No es mi nieta. Pero sí que es mi sobrina, ¿no, hermano Medio? Porque esta humana es tu hija.

Y en ese instante, en ese palacio, junto a ese hombre, mi corazón se volvió pedazos. 

Entre Motas Doradas [PRUEBA PILOTO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora