XIII

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Egan

No admití ninguna crítica por parte de nadie sobre lo que había hecho.

Escuchar los rumores que se esparcieron rápidamente por Urno ya me estaba hartando. En boca de cada dios que me encontraba oía mi nombre junto con adjetivos despreciables sobre su versión de lo que había hecho. Según ellos, yo tenía la intención de matar a la salvadora. Sandeces. Eso es lo único que sabían decir. Si hubieran estado presentes en el entrenamiento, serían conscientes de lo que verdaderamente había pasado.

Hice con Elora lo mismo que hicieron conmigo, que era exprimir todas las fuerzas del cuerpo hasta que el don explotara. Pero según me había dicho tantas veces mi madre, que estuvo presente en el momento en el que encontré mi don, no fue tan fuerte mi reacción como la de la joven que había instruido.

O a lo mejor es que tú no tienes tantos poderes como ella.

Aparté esos pensamientos de mi subconsciente; incluso este dudaba de mis capacidades, y eso que era yo su portador.

Cuando entraron los padres de Elora en la enfermería sentí una incomodidad enorme. En realidad, no sabía si era eso o si era rabia al ver como se preocupaban por ella. Mi madre y mi abuelo nunca se habían preocupado tanto por mí, ni aunque estuviera al borde de la muerte. Y de mi padre no podía decir nada, ya que no lo conozco. Así que ante tal sentimiento me fui. Pensé que sería lo mejor. No soportaba más esa sensación de repudia hacia tales actos de amor familiar. Volví a mi casa lentamente, entreteniéndome con cualquier chorrada por el camino: que si chutando una piedra, que si saludando a animalillos...lo que fuera. Volvía sin ganas de estar en ningún sitio, ni siquiera en el que era mi hogar. La mayoría del día intentaba estar ocupado con cosas del exterior para no tener que pasar el día allí metido.

Pero, por mucho que no quisiera estar allí, irremediablemente en algún momento tenía que llegar a ese lugar. Al abrir la puerta me encontré en el salón a quién menos esperaba ver: mi madre y mi abuelo juntos. La duda me invadió, ¿qué hacían en mi salón? ¿Y qué hacían ahí unidos y sin pelearse? Encontrarlos así sí que fue extraño.

—Egan, cariño—sonrió mi madre al verme. —Ven aquí, te estábamos esperando.

Cada uno estaba sentado en uno de los sofás que tenían sitio en mi salón. Me acerqué a ellos con una especie de miedo. No, miedo no; respeto. Eso es. Respeto es lo que sentía hacia las dos personas que estaban ante mí. Pero no el respeto usual que enseñan los padres a sus hijos para tratar a las personas de mayor importancia, cosa que yo no recibí de su parte; sino ese miedo que hace que tus órganos se contraigan, que tu boca y tu garganta se sequen y que no te salgan las palabras por miedo a decir algo mal.

Me senté al lado de mi abuelo Tecos tras una señal de este. Pasó su brazo por encima de mi hombro, y me dio un fuerte apretón.

—¿Cómo ha ido el entrenamiento, hijo? —Inquirió él.

—Bien—respondí sin mucho detalle. Si le decía lo que pasó en realidad, seguramente me darían una de sus charlas de mi superioridad ante cualquier dios y no quería eso. Incluso me felicitarían por explotar a esa chiquilla.

—Hay algo que omites, hijo. —Mi madre me conocía verdaderamente bien. No le podía esconder nada; era como si leyera mis pensamientos y me vigilara en todo momento. Sabía todo sobre mí.

—Elora...está en la enfermería. He sido excesivo con ella. —Irremediablemente tuve que admitirlo ante ellos.

—Nunca es excesivo, hijo mío. Es señal de algo—observó Tecos.

—Casi muere, según sentí. Si no fuera por el mejunje ese de la enfermera, no seguiría viva. —No mentía. Pero me tendría que haber callado eso.

—Recuerda que ella es diosa, Egan. No puede morir. ¿O es que acaso lo has olvidado? —Mi madre se acercó al sofá donde estábamos mi abuelo y yo. Su sonrisa era escalofriante y me daba mala espina. Algo fuerte iba a suceder.

—Lo siento madre. Lo había olvidado por completo. —En ese momento mi abuelo se levantó y se unió a ella, dejándome solo en aquel viejo mueble.

—Es decir, te preocupas por una simple niña que acaba de llegar y a quien no conoces de nada. Sufres por alguien que es más poderoso que tú, ¿no? —Su mano se dirigió hacia el cajón del armario donde guardaba sus cinturones y sus horquillas.

—No madre, yo solo...

—Silencio. —Esa vez fue mi abuelo quien habló. —Ambos hemos notado que te preocupas más de lo que debes por esa muchacha, Egan. No deberías. Tanto ella como su familia y el resto de los descendientes de Marzon son una rivalidad para ti. No puedes dejar que te pisotee ninguno de ellos. Tú debes tener el poder máximo si quieres triunfar en esta sociedad. Y es por eso por lo que te tenemos que enseñar la lección hasta que la aprendas.

—Levántate la camiseta y arrodíllate—ordenó mi madre. —Si no lo entiendes por las buenas, será por las malas, hijo.  

Entre Motas Doradas [PRUEBA PILOTO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora