XV

5 2 0
                                    

Elora

Había escuchado hablar de la mayoría de los dioses de Urno menos de Buso.

Todos los presentes en aquella reunión estaban exaltados. ¿Qué mal tendría aquella persona para ser repudiado por todos? Porque lo que escuchaba en aquel momento no eran palabras bonitas precisamente. Al parecer todos le odiaban. Llegué a escuchar insultos y freses ofensivas de todo tipo.

—¿Quién es Buso?

Todos se callaron ante mi pregunta y me miraron. Todos los ojos estaban sobre mí. Cada uno se sentó en su silla en silencio, y Marzon habló:

—Buso es el hermano de tu madre, Elora. Es dios de las profundidades de los mares y de los océanos. Tras la batalla contra los Grifisombra nos abandonó y se fue a su hábitat con los suyos ya que se sintió utilizado y ofendido por parte del dios Jurio.

—¿Y qué problema hay? ¿No podemos ir a pedirle que nos ayude? —Inquirí.

—No nos hará caso. —Puso de excusa mi abuelo. —Puede llegar a ser muy testarudo, y si le pedimos cualquier favor se negará solo porque somos nosotros.

—No te preocupes, abuelo. —Sonreí hacia él. —Convenceré a madre para que vaya a hablar con su hermano y que lo traiga. Si es a él a quien necesitamos, hemos de lograr que venga sea como sea.

Él resopló. Al parecer no le gustaba la idea de que eso pasara, pero accedió porque sabía que yo iba a seguir insistiendo.

—Si lo logras, perfecto. Si no, ya buscaremos otra solución. —Se giró hacia los demás asistentes. —Se levanta la sesión señores, aquí hemos acabado. Haremos lo que Guior ha dicho ya que nadie añade nada más. Espero que tengan un maravilloso fin de día. Buenas tardes.

Tras eso, todo el mundo se levantó y se fue. Uenar me sacó de aquel laberinto de pasillos y escaleras hasta que llegamos al salón principal, donde no había nadie.

—Estoy muy orgulloso de ti, Elora. Has dado la cara como una verdadera diosa. —Me sonrió y me condujo fuera de Palacio. Nos despedimos y cada uno se fue para su casa, ya que el día siguiente iba a ser un día muy largo.

──── ∗ ⋅◈⋅ ∗ ────

Egan y yo volvíamos a estar en las pistas de entrenamiento. Llevábamos media hora durante la que no me hizo entrenar como el primer día, sino que nos estábamos centrando más en mis poderes y en la meditación. Ambos estábamos sentados uno frente al otro con las piernas cruzadas, y yo notaba como se quejaba silenciosamente, como si estuviera incómodo al sentarse en esa posición.

—¿Te pasa algo? —Pregunté con un poco de desdén.

—Nada—respondió él de manera seca. No insistí, pensé que no valía la pena y continué centrándome en mi respiración y en la energía que corría por mis venas, como él me había indicado que hiciera.

Seguimos así ambos durante unos minutos, hasta que él se levantó y me indicó que yo hiciera lo mismo.

—Harás unos ejercicios mentales para que tengas tu primer contacto con cada uno de tus dones. Siento que ya estás preparada para ello. Viendo como reaccionaste el otro día en el que causas un enorme desastre, no acepto un no por respuesta. Tus poderes ya están a flor de piel y debes aprovechar eso.

Se colocó delante mío y extendió mis brazos. Él hizo lo mismo con los suyos y agarró mis manos. No las soltó. Intenté zafarme de su agarre, pero nada de lo que hiciera valía.

—No te voy a hacer nada. Tranquilízate princesita, que si estás tensa tu energía no saldrá—dijo mientras en su cara aparecía esa sonrisa engreída, la que detestaba tanto.

—No me llames princesita. —Arrastré cada palabra, dando énfasis a cada sílaba.

Él me ignoró —como siempre hacía cuando me quejaba de algo— y siguió explicándome lo que tenía que hacer.

—Si quieres acceder a tus dones, has de implicar todas tus fuerzas en ello. Tienes varios, entonces tendrás que saber controlarlos perfectamente cada uno. Comenzarás por los básicos. Cierra los ojos. —Hice lo que me dijo. —Ahora imagina un campo totalmente verde, con montañas, hierba y nada más.

—¿Puede haber un árbol?

—Céntrate. —Exigió y me da un pequeño tirón en los brazos. —Imagínate lo que quieras en ese campo, pero visualízalo en tu mente. —Se quedó en silencio unos segundos y después siguió con las instrucciones: —Si ya lo tienes, que espero que sí, imagina que a ese campo llega un gran vendaval, que hay mucho viento.

A la vez que lo decía, en ese campo comenzó a soplar mucho viento. Yo me imaginé ahí, sintiendo cómo esa fuerza mecía mi pelo y cómo hacía moverse a las ramas de los árboles y la hierba. Lo sentía como si estuviera en ese mismo terreno, como si me hubiera transportado allí en cuestión de segundos.

—Vale, vale. Para el viento. Vuelve al campo tranquilo. Ya.

Sus palabras se escucharon sofocadas y torpes pero rudas, como si él también estuviera luchando contra el mismo viento que yo me estaba imaginando en aquel campo imaginario. Sin poder evitarlo abrí los ojos. Egan tenía el pelo totalmente revuelto y la cara blanca. Enrojeció de la ira al ver que mis ojos estaban abiertos.

—¿¡Por qué abres los ojos!? Ahora vas a tener que empezar desde el principio—resopló.

—¿He creado el viento aquí? —Mi voz sonó suave, casi como un susurro.

—Sí—admitió, mirándome fijamente—. Eso es lo que estoy buscando, princesita: que puedas controlarlos en tu mente, con paz, y que así los traslades al mundo externo sin darte casi ni cuenta. Es como lo hago yo, y funciona bastante bien. —Se quedó callado unos segundos. —Pruébalo de nuevo. Esta vez cambiarás de elemento al que yo te diga. Cierra los ojos y céntrate en el mismo campo.

Así lo hice. Sin perder la posición del inicio me centré de nuevo en aquella explanada verde con el mismo árbol. Volví a sentir que me transportaba a aquel lugar, que era casi tan idílico como Urno. Era precioso.

—Ahora—la voz de Egan me sacó de mis pensamientos—, piensa en agua. Delante tuyo tienes un lago donde nadan peces de distintos colores y tamaños. ¿Lo tienes?

Asentí sin decir nada, imaginando que él tenía los ojos abiertos y vería mi gesto.

—Pues ahora imagina que simplemente con mirar el agua, puedes moverla. Haces que una cantidad de ese elemento flote en el aire con la forma que tú quieras. Lo puedes controlar a tu antojo.

Esa parte fue divertida. Primero imaginé que era una simple esfera, y después se transformó en diferentes cosas: primero fue un patito de goma, que fue seguido por la cara de mi hermano Mistos —aunque pareciera una locura—, y después se transformó en muchos más entes diferentes. Tras esas transformaciones, esa cantidad de agua volvió a ser una esfera y vino hacia mí. Paró en mis pies, donde sentí que el agua empapaba mis zapatos y mis calcetines. Era una sensación horrorosa y desagradable. Finos hilos de agua recorrían los dedos de mis manos y mis brazos, como si fueran mis propias venas por las que navegaba ese líquido transparente.

El agua se congeló de repente y abrí los ojos ante la sensación. Observé a mi mentor, que se mantenía con el rostro impasible e inexpresivo. No podía percibir qué sentía o qué pensaba, ya que sus ojos tampoco expresaban nada de nada.

A nuestros pies observé el charco de agua que había quedado como resto.

—Pronto controlarás todos tus dones si sigues así de aplicada y concentrada—dijo Egan. —Siguiente elemento. Cierra los ojos.

Y así estuvimos lo que restaba de tarde, hasta que, como dijo él, logré apoderarme de mi propia energía. 

Entre Motas Doradas [PRUEBA PILOTO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora