XVI

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Egan

Tras días y días de preparación, Elora ya casi manipulaba su poder a su antojo.

Marzon estableció que la batalla tendría lugar en dos días. Nos quedaban setenta y ocho horas para completar su entrenamiento y su plenitud como diosa. En esta última semana llegó a mis oídos que Elora había convencido a Kera para que ésta fuera a buscar a su hermano a las profundidades del mar. Y así lo hizo. Éste subió al terreno de los dioses y comenzó a vivir con la familia de mi alumna.

En ese momento entre nosotros se encontraba el peor de los dioses. Buso. Un dios poderoso, sí, pero idiota a la vez. Y egocéntrico, sobre todo eso. Antiguamente lo único que hacía en Palacio era estorbar y no ayudaba en nada. Era un mueble más.

Esa vez no iba a ser la excepción, seguramente. Según me dijo mi abuelo, Marzon estaba esperando a que actúe para darnos la victoria, como bien predijo Medio, pero en cuanto eso pasara lo devolverían a las profundidades donde habitaba.

Elora estaba entrenando frente a mí cómo convocar sus poderes en una cúpula que nos creó expresamente Jurio, nuestro bisabuelo y dios de la protección, para que en el momento en el que la joven conjurara sus dones no hiriera a nadie. Ya había empezado a controlar e invocarlos con los ojos abiertos, siendo consciente de todo lo que pasaba y sin sumirse en un pensamiento como el del principio de sus entrenamientos.

Yo observaba como Elora intentaba llamar a los rayos, cosa que aún le costaba. A pesar de ser la más poderosa de todo Urno, no conseguía acabar de dominar su don. Sin eso ella no era nada. Y sería mi culpa si no lo conseguía.

Me aproximé a ella para intentar ayudarla de alguna manera. Me posicioné a su lado mirando sus manos vacías.

—Debes esforzarte más si quieres dominar tus dones a la perfección. Es lo que quiere Marzon, princesita; ansía tus poderes para ganar la guerra—le espeté de golpe. Necesitaba recibir esa rudeza si quería aprender a manejarlos rápido.

—Si tuviera la ayuda de mi mentor en lugar de la pesadez de un insoportable, a lo mejor podría concentrarme más y tal vez, solo tal vez, lograría que los rayos llegaran a mí cuando los requiero.

Sus palabras resonaron en mi interior. Esa chica era insoportable. No sabía cómo la haberla aguantado desde que la nombraron mi pupila. Aunque esa semana sí que había sido una ruina. Desde que descubrió la energía que tenía en su interior, se creía la mejor y la que tenía el poder. Cuya cosa obviamente era mentira. Aprovecha que puedes y destruye todos los planes, me dijo mi madre. Pero no pude. Si su abuelo se enteraba de que había destruido su única forma de vencer a Niros, el que tanto tiempo había tenido en su contra, yo no saldría de esa y no volvería a ver la luz del sol.

—Mira, princesita. Si me han puesto como tu mentor es por algo, y hago lo que creo que es necesario para que consigas tus poderes. Yo no puedo hacer nada, mas ya lo hice al principio cuando te introduje sobre lo que podías hacer para conjurar tus poderes. No puedo hacer más. Y si piensas que no sirvo de nada, vas a tu abuelo y se lo dices para que él te cambie de tutor—declaré con toda la rabia almacenada en mi interior. —No pienso seguir soportando tu comportamiento de esta semana. Desde que descubriste como conjurar tu don no has parado de creer que lo sabes todo y no es así. Aun te queda mucho por aprender.

Se me acercó lentamente. Desconcentró toda su atención de sus manos para pasarla a mí. Notaba la rabia que había provocado en ella. Sus ojos irradiaban odio y repudia. Y entonces, con el tono de voz como si fuera un pito, comenzó a hablar:

—Mira, Egan. Si crees que eres el mejor estás muy equivocado, ¿sabías? No eres nadie, ¿me oyes? Nadie para hablarme así, o siquiera para hablar a nadie tal como lo estás haciendo conmigo. Solo eres un crío malcriado y maleducado que creció sin un padre, con un abuelo y una madre que pretenden que seas el mejor cuando no vales nada, y con un ego enorme. Eso es lo que eres. Nada, no eres nada.

Al terminar de insultarme, se quedó paralizada. Sin que ella se percatara había convocado centenares de rayos dentro de la cúpula, los cuales volaban a nuestro alrededor. Le ofrecí una sonrisa amarga, y comencé a alejarme de ella.

—Yo... ¡Egan! —Me llamó, a lo que yo me giré.

—Ya lo tienes, Elora. Ya eres una diosa. No me necesitas; ni a mí ni a nadie. —Metí las manos en los bolsillos y me alejé lentamente. —Ya estás preparada para la batalla.

Y me fui de allí lo más rápido que pude. Ya me había dejado claro lo que pensaba de mí, y no me quedaban ganas ni tenía intención de intentar cambiar eso.  

Entre Motas Doradas [PRUEBA PILOTO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora