Elora
Cuando me desperté, Uenar ya no estaba a mi lado.
Me levanté y me aseguré de que no se había quedado dormido por ningún rincón de la habitación. Lo hice con la mínima esperanza de que siguiera ahí, pero no había ni rastro de él. Efectivamente, se había ido. Y al parecer no había hecho ningún ruido, porque sino me hubiera enterado. ¿Dónde habría ido? ¿Por qué no se quedó conmigo esa noche?
Decidí no comenzar el día con preocupaciones. Dejé de pensar en mi tío, que ya era mayorcito para saberse cuidar por sí mismo, y me vestí y aseé antes de bajar a la cocina, donde estaba mi madre cocinando y mi hermano, a su lado, comía una manzana. Al entrar, ambos me miraron y me sonrieron.
—Buenos días, hija. ¿Cómo has dormido? —Recibí un abrazo de mi madre a la vez que cogía una manzana del cesto de fruta y le daba un bocado.
—Bastante bien, aunque he de acostumbrarme a mi nueva cama—mentí. Mal mamá, me quiero ir; quiero volver a mi vida normal, es lo que quise responder en realidad.
Ella volvió a su labor tras sonreírme y yo me senté en la mesa, al lado de mi hermano, quien se había acabado la fruta y devoraba un plato de lo que parecían cereales. Miré el mío, igual al suyo, y comencé a comer con tranquilidad. Estaba verdaderamente bueno. Si lo había hecho Kera, que era lo más seguro, significaba que era una excelente cocinera. Emití leves sonidos de placer al comerlo, y mi madre reía al escucharme.
—Oí ayer al tío Uenar en tu habitación—me dijo en un susurro Mistos. Mis ojos por poco se salieron de sus órbitas y casi escupí la comida que tenía en mi boca. ¿Cómo podía habernos oído? Si todo lo que dijimos lo hicimos susurrando. —Tranquila, que no voy a decir nada a nuestros padres.
—¿Cómo...? —Comencé, pero me interrumpió sin dejarme hablar.
—Soy dios del susurro y de los vientos que los llevan, Elora. Puedo escuchar todo dónde sea y cuando sea. —Cayó en algo cuando en mi cara se formó un interrogante enorme. —¿No te había dicho ya mi don?
—No—negué ante su pregunta.
—Bueno, pues ahora lo sabes. Madre es diosa de las aguas y de los océanos y padre es de la guerra. Aunque eso ya te lo habrá repetido todo el mundo miles de veces junto a elogios de lo increíbles que son ambos—susurró eso último.
—Poseidón y Ares de la mitología griega—pensé en voz alta al mismo tiempo que él acababa su frase.
—¿Quiénes son los dos que acabas de nombrar? —¿No conocían aquí a los dioses griegos? Normal, viven aislados de todo. Bueno, todos salvo mi tío Uenar.
Me ahorré el tener que contarle todo sobre la religión de los antiguos griegos levantándome, dejando el plato en el fregadero y subiendo a mi habitación. Necesitaba paz.
Lo pensé, pero no lo obtuve, ya que cuando llegué a mi cuarto estaba Egan sentado en mi cama. Espera, ¿Egan? ¿Qué hacía este aquí?
Me apresuré hasta estar frente a él.
—¿¡Se puede saber qué haces aquí y cómo diantres has entrado!? —Me parece que mis gritos se escucharon hasta en el Palacio de Urno, que estaba respectivamente lejos de aquí.
—Si no chillas todo será mejor. —Se fregó las orejas, como si le hubiera reventado el tímpano o algo propio de su interior.
—Responde—ordené.
—Simplemente venía a avisarte de que hoy es nuestra primera clase. Es más...—miró a través de mi ventana, supongo que para mirar la hora con el sol, ya que aquí no tenían ninguna clase de relojes o nada parecido. —La clase comenzará en veinte minutos. Así que ya puedes recoger todo lo que necesites, vestirte cómoda y prepararte para lo que te espera. ¡Ah!, y recógete el pelo, sino te molestará durante el entreno.
—¿Lo dices por experiencia? —Crucé mis brazos sobre mi pecho y le miré desafiante mientras él se levantaba.
—Sí. No me gusta nada entrenar con mujeres que llevan el pelo suelto, es muy incómodo. Y tú lo tienes bastante largo—dijo mientas pasaba un mechón de mi pelo entre sus dedos. —Mejor que me hagas caso y te lo recojas, princesita.
—No me llames princesita—demandé con voz fuerte.
—Pues tú hazme caso. —Se volvió a sentar en mi cama, como si estuviera esperando algo.
—¿Qué sigues haciendo aquí? ¿Vas a quedarte ahí mirando cómo me cambio o qué? —Pregunté, medio en burla.
—Si hace falta es lo que haré. Puedes estar tranquila, que no soy un mirón.
—Y, ¿por qué no te vas y ya está? —Aclaré.
—Porque, aparte que desde este momento no te puedo dejar sola hasta que el sol se ponga por petición de Marzon, tu abuelo, no sabrías ir al campo de entrenamiento dependiendo únicamente de ti. Es mejor que te lleve un servidor que perderte por ahí, ¿no? —Volvió a aparecer en su rostro esa sonrisa tan engreída que él poseía.
—Creído—susurré, a lo que él resopló.
Acabé por coger la ropa de tela especial que tenía encima de mi cama cuando llegué, y la que mi madre me dijo que era mi equipamiento para entrenar. Si el objetivo era desarrollar mis poderes, ¿qué tenía que ver el entrenamiento en todo esto? Me puse el conjunto negro con broches de tonos grises y plateados y me até el pelo en una trenza, la cual enrollé alrededor de mi cabeza para que acabara por ser un buen recogido, sin dejar que ningún pelo se saliera de su sitio.
—¿Te falta mucho? —Escuché preguntar a Egan justo cuando me estaba poniendo la última horquilla. Sin responderle, salí del baño y dejé la ropa que llevaba antes encima de la cómoda que tenía al otro lado de la habitación. Lo encaré, colocando mis manos en mis caderas en forma de jarra.
—Vámonos—pedí, saliendo por la puerta sin esperar a que me siguiera.
──── ∗ ⋅◈⋅ ∗ ────
Tras una larga caminata llegamos a un enorme descampado, repartido en varios rectángulos de tierra, y éstos estaban delimitados por piedras. En uno de ellos logré reconocer la cabellera rubia y rizada de mi padre, que entrenaba con una lanza contra una chica. Ella era un poco más mayor que él, o al menos así lo aparentaba; sus ojos eran de diferente color: uno era azul cielo y el otro verde naturaleza; en el ojo izquierdo tenía una larga cicatriz que iba desde la cima de su ceja hasta la mitad del mentón; su pelo era negro y tenía un corte irregular y corto, haciendo contraste con su blanca piel y con sus rosados labios. Era preciosa, y sus movimientos hacían que su belleza se alzara todavía más. Mi padre se movía rápido e imparable, asestando golpes de lanza por doquier, los cuales la joven paraba con precisión y sin dudar. Algunos incluso los lograba esquivar rápida y ágilmente. La danza que hacían ellos dos durante el combate era hermosa de observar.
A los minutos se detuvieron para descansar, y fue cuando mi progenitor nos vio.
—¡Elora! Que sorpresa verte por aquí. —Vino corriendo hacia mí y me dio un fuerte abrazo. Era sorprendente que después de haberse movido de esa forma en la arena no tuviera ni una gota de sudor en su cuerpo. Al separarse de mí se giró hacia la mujer contra la que combatía. —Verás, esta es mi tía, Meira. La mejor guerrera y entrenadora de toda la historia de Urno. —Sonrió a la mujer de su lado y ésta hizo reverencia con la cabeza. —¿Vais a entrenar, Egan? —Esa vez se dirigió a mi mentor.
—Sí, señor. El Dios Supremo pidió que hoy mismo se comenzara con los entrenamientos de su hija, y así he obedecido. —Me di cuenta de que cuando se dirigía a mi padre, al igual que le pasaba con mi abuelo, ponía recta su espalda y se formalizaba más. Tal vez por respeto. O por miedo del don de este. No tenía ni idea.
Mi padre estuvo de acuerdo con todo y, tras unas breves palabras, los dos adultos se retiraron y nos dejaron entrenar solos.
En ese momento no sabía lo que se me venía encima.
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Entre Motas Doradas [PRUEBA PILOTO]
FantasyElora, una chica normal y corriente que habita en la Tierra. Uenar, un chico que aparece de repente en su armario. Egan, su nuevo tutor y el que sería el peor de sus enemigos sin ella saberlo. ¿Enemigos? ¿Estaban acaso seguros de ello? La joven des...