IX

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Uenar

—Su madre y mi prima hermana, Teris, se enfadó mucho al ver que yo adquiría el doble de fama que su hijo solo por quién era mi padre. Así que ella fue a Luvi, una de las islas externas de Urno, donde habitan las Aelianas de las Albas, unas hadas con un poder magnífico. Ellas son mis ayudantes desde hace mucho tiempo, prácticamente desde que aparecieron en esa isla. Con sus blancas aves me ayudan a enviar mensajes a los humanos. Teris allí les pidió que convirtieran a su joven hijo en un ser inigualable en cuanto a belleza y que la superara incluso a ella, la diosa más bella de todas.

>>Las hadas, que son muy obedientes y disciplinadas, así lo hicieron. Convirtieron al joven Egan en un imán para las diosas más jóvenes de Urno, ¡y para las más mayores también! Enamoraba a todo el que le miraba y a todo el que pasaba por su lado.

>>Padre se enfadó y le pidió que deshiciera el encantamiento, ya que las diosas no podían concentrarse en controlar su don con el muchacho cerca. Teris se negó a ello. Entonces Tecos, hermano de Marzon y padre de la diosa, amenazó a este con una lucha de cuerpo a cuerpo cuando intentó agredir a Teris por desobedecer. Dómara, la mujer de Marzon, fue la que interpuso la paz a todo aquel problema, haciendo que Egan siguiera con su imagen, Teris con la suya y que el Dios Supremo los dejara en paz a todos, así como todos le dejaran en paz a él.

>>Desde ese día, Teris ha hecho todo lo posible para que Egan sea más reconocido e importante que yo, aunque sus intentos han sido fallidos y en vano. A día de hoy, la diosa se comporta perfectamente frente a Marzon, como lo ha hecho esta mañana en la ceremonia. Se tratan como si fueran amigos de toda la vida y como si no hubieran tenido ninguna discusión en los últimos doscientos años, como había propuesto Dómara al dar con la solución.

Al acabar de contarle la historia vi como su boca se abrió en señal de sorpresa y como su expresión quedó petrificada. No sabía si era adecuado que le contara aquello ya que el joven se convertiría en su mentor. Me arrepentí al instante de haberlo hecho. El impulso de que nos conociera más ganó dentro de mí.

Dejé la taza en la mesita y volví a mirarla.

—Tras esto, Elora, no dejes que la historia influya en tu forma de actuar con Egan—le pedí. —En el fondo es un chico bastante majo, solo que arrogante, ya que así lo han educado su madre y su abuelo. Piensa que debe ser el mejor de todos. Sabe que eso no le será posible, que él nunca será mejor que nadie, pero se niega a admitirlo. —Una risa amarga salió del fondo de mi garganta y le hice una señal a mi sobrina, ahora con una expresión más normal y relajada, para que se sentara junto a mí en la cama.

A la vez que ella se sentó yo me levanté, y la acompañé tirando de ella hasta que quedó completamente tumbada. La arropé con sus mantas con mucho cariño y delicadeza, como si de un bebé se tratara. La niña frente a mí era mi sobrina, la que desconocía desde hacía tanto tiempo, pero que también tenía unas inmensas ganas por conocer y pasar tiempo con ella de ahora en adelante.

Sin decir más palabra esperé a que se durmiera a la vez que le cantaba una dulce canción. Ese también era uno de mis dones: con mi voz podía calmar hasta a las bestias más temibles y peligrosas. No fue difícil conseguir mi objetivo, que era que se quedara tranquila. Elora se durmió y yo, sin hacer el más mínimo ruido, salí por la ventana de su habitación.

Ya no llovía.

El cielo despejado dejaba ver una enorme y reluciente esfera preciosa, allí en lo alto, entre unos puntos luminosos que la rodeaban. Me encantaba ver por la noche la luna junto con sus pequeñas hijas, las estrellas. Pocos años después de mi nacimiento, cuando yo ya comenzaba a tener consciencia de mi propia inmortal vida, mi padre me explicaba siempre una historia en la que ellas eran las protagonistas: que las estrellas eran meras hijas de la luna, y que cada año esta tenía más y más que llenaban el oscuro cielo de luz mientras otras, como los humanos, morían y dejaban de brillar.

Era una historia para niños.

Tras muchos años en contacto con los humanos sabía que esa historia, por mucho que de pequeño convenciera a todo el mundo de que era verdad, no lo era. Que era una simple forma de tener entretenido a un niño y llenarlo de sueños.

──── ∗ ⋅◈⋅ ∗ ────

Ya estaba llegando a mi casa cuando en la puerta de esta misma vi una figura que pude distinguir bien gracias a la luz que el cielo desprendía: Egan. Estaba sentado en la piedra que tenía junto a la puerta a modo de banco, con un trozo de madera en una mano y un cuchillo en la otra, el cual utilizaba para raspar la madera con el fin de hacer una figura. Ese era su punto débil. Cuando estaba nervioso hacía eso desde que era pequeño.

Me acerqué hasta estar separados por unos simples pasos.

—¿Qué haces aquí, joven? Deberías estar en la cama. —Intenté que mi voz sonará firme y autoritaria.

—Solo venía a saludar a mi mejor amigo desde la infancia, ¿no es así, Uenar? —Me sonrió de forma irónica, y me dieron ganas de quitársela de la cara de una bofetada.

—Tú y yo nunca hemos sido amigos, mas fue por culpa de tu madre y tu abuelo. Siempre han querido que seas mejor que yo, cuando en realidad estamos al mismo nivel.

Se levantó y se acercó poco a poco hacia mí, de la misma forma en que una hiena a punto de cazar a su presa. No se detuvo hasta que nuestras narices casi se rozaron. No me moví para no mostrar debilidad. Cualquiera que nos hubiera visto en ese momento pensaría que éramos dos simples muchachos teniendo un encuentro por la noche para no ser vistos, pero la cosa no era así. Éramos dos muchachos que teníamos una rivalidad cada día más fuerte y potente. Dos muchachos que se detestaban entre ellos desde hacía mucho tiempo.

Una sonrisa engreída incrementó en sus labios. No apartaba sus ojos de los míos, retándome a que le empujara; él sabía que no podía hacerlo. Si un dios era acusado por otro de haberle herido, éste se sometería a un castigo por toda la eternidad. Y no podía ser que uno de los hijos de Marzon hiciera algo así. Por eso contuve mis impulsos internos de ir contra él. Apreté los puños hasta clavar mis uñas en mi propia piel, y notar cada gota de mi dorada sangre que salía de mis palmas por la presión que hacía sobre ellas.

—No te lo repito, Egan—susurré. —¿Qué haces aquí?

—Solo me pasaba para advertirte, principito. —Su rostro se tornó amenazante. —Una palabra más a Elora en mi contra y serás la dulce merienda de algún Dracoterra. Aunque seguramente te den besitos, ya que su madre es tu propia tía y los debes conocer muy bien. —Rio suave, disfrutando del momento, hasta que su voz volvió a cambiar hasta ser más grave y gutural. —Si le vuelves a decir a esa muchacha algo que tenga que ver conmigo o peor, que me ponga en un mal lugar como lo que has hecho hoy, atente a las consecuencias. Tengo ojos y oídos por todas partes. Recuérdalo.

Dicho eso se marchó sin decir nada más. Dejó caer a mis pies la figurita de madera que estaba tallando, la que yo recogí del suelo una vez desapareció en la primera esquina. De cerca pude observarla mejor: era un cervatillo, su símbolo al ser dios de la caza, de los bosques y de los animales que en él habitan. Seguro que con eso quería que lo tuviera presente siempre. Tiré la figura. No era de mi agrado nada que tuviera que ver con él.

Entré en mi casa y me fui directo a la cama, sin pensar en nada más que en esto último que pasó. Detestaba a ese dios con todo mi ser. No podía verlo más. A su lado, la prepotencia me ganaba.

En ese mismo momento, tras mucho pensar tuve claro que, si le hacía algo a mi sobrina, yo estaría condenado a un castigo por el resto de mi eternidad, pero él acabaría muerto.  

Entre Motas Doradas [PRUEBA PILOTO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora