"No puedes escapar del pasado, porque el pasado vive en tu alma." — Aleksandr Solzhenitsyn—No seas absurda, Natalie —reprendió Alexander.
—Algún día nos arruinará, será la desdicha de esta familia —se oyó un fuerte golpe sobre la mesa.
—Modera tu tono, es solo una niña. No la culpes por los errores de sus padres.
"Errores" esa palabra había dejado una marca en Mildred a lo largo de su corta vida, como si su pequeña existencia fuera solo eso. Hacía tiempo que su cuerpo había abandonado el umbral de la cocina y se había acercado sigilosamente a la puerta del estudio, solo para escuchar los susurros cada vez más distantes.
—Dejaremos nuestra conversación aquí —se escucharon pasos suaves acercándose a la puerta.
Sin apartarse un instante, Mildred permaneció inmóvil con los puños apretados, lista para enfrentar a quien manchara su nombre con cualquier palabra. Tras el chirrido de la puerta, la voz suave de Alexander llamó su nombre como si lo hubieran atrapado in fraganti.
El estudio detrás de él estaba envuelto en el velo del tiempo. Una pequeña ventana oscurecida dejaba filtrar una tenue luz en la habitación cuyas paredes estaban repletas de estanterías abarrotadas de libros. Algunos libros con páginas amarillentas descansaban abiertos y esparcidos por el escritorio principal, cuyas cubiertas desgarradas revelaban enseñanzas casi olvidadas. Frente a dicho escritorio, en una vieja silla, descansaba el cuerpo de su tía, cuyo rostro la miraba con desaprobación.
Antes de que los labios finos de la niña protestaran con vehemencia y sus ojos enrojecidos derramaran la ira contenida, un fuerte golpe en la puerta principal a unos metros en el pasillo llamó la atención de los tres presentes.
Monsacarus estaba marcada por un rápido crecimiento intelectual y la pequeña extensión de tierra que abarcaba en comparación con otras ciudades. Sus bulliciosas calles llenas de coches tirados por caballos flacos eran el principal medio de transporte para la clase baja, pues, existía una marcada división entre las clases sociales. Las viviendas de la clase alta exhibían una arquitectura elaborada y se encontraban en vecindarios exclusivos, a diferencia de la clase baja ubicada en barrios marginales donde la pobreza desgarraba sus estómagos sin piedad. Los hogares eran pequeños y precarios; con escasez de agua, muchas veces contaminada y causante de enfermedades intestinales. La falta de alcantarillado provocaba una grave contaminación en las calles que facilitaba la aparición de roedores que amenazaban constantemente la salud de los habitantes.
Entre el constante trajín y el olor a pescado como principal actividad económica, la ciudad mostraba una mezcla de opulencia y pobreza como si bailaran contrastando entre sí; con edificios lujosos como un ayuntamiento, un teatro, la gran catedral y la academia más importante.
La academia de Thoptah era un lugar imponente que buscaba preservar las tradiciones y valoraba la educación y la disciplina. Situada al sur de la ciudad, con altas columnas doradas y techos abovedados desde donde se podía contemplar el gran muelle. En su interior se guardaban los conocimientos transmitidos por generaciones y las historias de un mundo que desafiaba las escrituras divinas. Un mundo que alzaba la voz y clamaba por igualdad; aparentemente perfecto pero los recuerdos se tervigesan con la necesidad humana de soñar.
El conocimiento siempre fue poder, por lo que muchos secretos languidecían lentamente en lo más profundo de las bóvedas, ocultos a los ojos del mundo como si no existieran.
Los pasillos de la academia de madera noble iluminados por luz a través de vidrieras decorativas eran testigos del ajetreado andar de los estudiantes. En las paredes, retratos de figuras importantes decoraban junto a estantes llenos de libros y entre los vivos colores, dos individuos caminaban en fila.
—Maestro, ¿qué haremos ahora? —preguntó el frágil estudiante que intentaba seguir el paso desigual de su instructor sin dejar caer los libros en sus brazos bronceados.
—Iré a visitar a un amigo, quédate aquí —ordenó como si fuera una sentencia.
—pero...—sus pasos se detuvieron, pero su boca parecía no haber escuchado su mandato, y antes de que pudiera terminar de protestar, la figura excéntrica de su maestro había desaparecido.
Como si un ave hubiera abandonado a su cría en medio de los pasillos que llevaban a las aulas, su maestro continuó su trayecto. No pasó mucho tiempo antes de que llegara al exterior; el jardín a sus pies era amplio, con una fuente y bancos donde los estudiantes disfrutaban del aire fresco y la belleza natural para sus pinturas. Con un sombrero opalino que ocultaba su cabello oscuro y las leves arrugas en su amplia frente atravesó el jardín ignorando los saludos de sus alumnos o cualquiera que reconociera el renombre que lo acompañaba, fácilmente llegó a las calles de tierra donde con más dificultad logró abordar un coche que lo llevaría al centro de la ciudad. Su destino era la antigua morada de los Gale, una familia descendiente de comerciantes que habían acumulado una fortuna tras la catastrófica situación provocada por el armagedón, o al menos así lo relataban las historias. Lamentablemente, dicha fortuna se había ido perdiendo lentamente de generación en generación hasta quedar solo vestigios, ya que ni siquiera el gran renombre que habían intentado mantener a lo largo de los años los había salvado de la bancarrota, al igual que la mayoría de las familias adineradas. El heredero actual, y su mejor amigo, tampoco mostró interés en los negocios, sino que se dedicó a investigar y llevar una vida modesta.
Con la ansiedad carcomiendo sus huesos, esperó a que el apretado medio de transporte llegara a su destino mientras brincaba con cada bache en el suelo. El vehículo de cuatro ruedas estaba principalmente hecho de madera y metal con líneas curvas. En la parte delantera estaba atado un caballo marrón como la corteza de los árboles; el sonido de los cascos y los latigazos mezclados con los gemidos adoloridos del pobre animal añadían un ritmo constante. Los huesos prominentes sobre la carne herida e infectada y la crin oscurecida por la suciedad recordaban la época pasada de esplendor, cuando corrían con fuerza y valentía; cuando sus cuerpos aun mostraban elegancia y esplendor; ahora no eran mas que esclavos de los hombres.
Después de observar entre los transeúntes adinerados y pobres con ropas andrajosas, en poco tiempo llegó a su destino. Con las piernas entumecidas por la incómoda posición, se acercó sin vacilar al casi derruido hogar de los Gale; con un fuerte golpe en la puerta se dispuso a irrumpir en el lugar.
—Cassis —los labios inexistentes de su mejor amigo le saludaron, y como si no se hubieran visto en mucho tiempo se abrazaron con fuerza. —No sabía que volverías tan pronto —con un pequeño ademán lo invitó a entrar.
—Me temo que no traigo buenas noticias —sus palabras se detuvieron al adentrarse en la oscura residencia; dos figuras en penumbra justo en el centro del pasillo se miraban con creciente ira, como si sus miradas pudieran incendiarse mutuamente.
Tras el chirrido de la puerta cerrándose a sus espaldas, las dos criaturas fijaron sus miradas en él.
—Querido Cassis ¿cómo has estado? —una de las figuras se acercó a la luz revelando una mujer de abultada fisonomía.
—He estado mejor Señora Natalie ¿y usted? —inquirió quitándose el sombrero y exhibiendo el largo pelo negro que caía sobre su pálida tez.
—Bien, estábamos a punto de almorzar ¿por qué no se nos une?
—Lo lamento, pero estoy apresurado...—la mano áspera por el trabajo de Alexander tocó su hombro, aquella mano que se había esforzado por mantener y proteger a su familia de la miseria extrema.
—Acompáñanos y luego charlamos. No te llevará mucho tiempo.
—Supongo que no podré rechazar —su mirada se posó en la otra figura que reposaba en la penumbra, con ojos chispeantes que observaban todo.
—Ah, te presento a la mayor de mis dos hijas —Alexander extendió la mano hacia la joven de 15 años con los cabellos revueltos como una selva. —Mildred, ¿No es la viva imagen de su madre? —la presentó con cariño mientras le preguntaba a su amigo con una brillante sonrisa.
—No podría negarlo, Cassiel Xerxes, un placer —le tendió su larga mano que Mildred estrechó con desconfianza.
Lo que ambos desconocían era que aquel comentario inocente había revuelto el estómago de la niña.
—Pasemos al comedor, no es correcto tener a un invitado mucho tiempo de pie —ordenó su tía agitando a todos.
La mirada ardiente de Mildred se cruzó con la mirada de Alexander, una tristeza lo invadió y antes de dirigirse hacia las escaleras en busca de su otra querida hija, le susurró al oído con voz apesadumbrada.
—Hablemos más tarde.
El comedor estaba decorado de manera sencilla pero cuidadosa con muebles modestos de segunda mano, evidenciando signos de desgaste y reparación. La mesa estaba cubierta por un largo mantel acompañada por sillas simples y tapizadas. En el centro descansaba una lámpara de aceite apagada para las cenas. A su lado, vajilla y cubertería básica pero limpia y pulida con esmero. Las paredes lucían dos modestos cuadros de paisajes pintados por Astrid, reflejando el esfuerzo de la familia por mantener un ambiente acogedor y presentable para los invitados.
Con calma, Cassiel y Mildred se sentaron en la mesa mientras esperaban a su tía desaparecida en el umbral de la cocina. Un incómodo silencio se había instalado en la mesa sin poder evitarlo.
—¿Conocías a Alexia? —Cassiel se cuestionaba si sus palabras sonaban extrañas por llamar a su madre por su nombre o por escuchar su propia voz por primera vez.
—Sí, estudiamos juntos en la misma clase, era muy aplicada. —relató sumergiéndose en recuerdos de juventud cuando aún era estudiante. —Te pareces mucho a ella, aunque hay ligeras diferencias cuando se observa de cerca. Tus ojos no son como los suyos, sino como los de tu padre. —continuó observando detenidamente su rostro juvenil.
—¿Conociste a mi padre? —el tono de sorpresa delató su curiosidad a Cassiel.
—Era un canalla —sus palabras bruscas la sorprendieron y antes de que pudiera pedir una explicación, su querida tía irrumpió en el comedor. Vestía un limpio delantal blanco mientras colocaba los platos sencillos sobre la mesa. Tras ella aparecieron Alexander y Astrid, quien se acercó a Cassiel para darle una cálida bienvenida mientras su tía entraba y salía del comedor con platos en mano. La comida consistía en un guiso acompañado por panes recién horneados y algunas frutas que la familia degustaba una vez todos estaban sentados. Aquello emanaba una atmósfera tranquila y acogedora.
—He escuchado que es un gran maestro Señor Cassiel, a mi sobrina le encanta el arte y ha sido aceptada en la academia Toptah.
—Tía —Astrid le reprochó.
—Estaría encantada si usted fuera su maestro —prosiguió su tía.
—Agradezco la confianza, pero temo no ser profesor de arte, aunque si en algún momento Astrid muestra interés por la política, consideraré tenerla como candidata a alumna.
—Siempre tan exigente —una risa brotó de los labios de Alexander mientras diriguia su mirada a Milded que deboraba un pan en silencio. —¿Como estuvo tu viaje Mildred?
—Seguro se perdió en algun lugar —siguió el comentario hostil de su tía.
—Cuando nos llegó la carta que escribió tu abuela, nos avisaba que llegarias unos dias antes —la mirada de Alexander parecía advertirle a Natalie sobre las palabras que salian de su boca —Estábamos algo preocupados.
—A mitad de camino ocurrieron algunos desastres: el caballo murió y una de las ruedas se desató, todos los pasajeros tuvimos que esperar dos día por la llegada de un nuevo caballo y el arreglo del coche —respondió ignorando a su tía.
—Que desgracia, me siento mal al escuchar cuanto sufren esos animales —susurró Astrid —He visto como los maltratan, algún día espero que puedan ser libres.
—Tiene el corazón de un artista —comentó Cassis —. He escuchado que son personas muy sensibles. Una vez sea famosa señorita Astrid, no se olvide de este pobre maestro.
Todos estallaron en risas mientras la niña sentado al frente poco a poco su piel se volvía azul, las entrañas le quemaban y su cabeza daba vueltas. Con una expresión asustada se levantó de la mesa sin terminar la comida en su plato y susurro con débil voz.
—Lo siento pero estoy algo cansada, me retirare, que tengan un buen almuerzo. -Mildred se retiró con rapidez del lugar mientras el eco de sus pasos poco a poco se desvanecia en el lugar.
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Resilencia entre penumbras.
Fantastik"Fuera de la noche que me cubre, Negra como el pozo de polo a polo, Agradezco a cualquier dios que exista Por mi alma inconquistable. (...) Más allá de este lugar de ira y lágrimas Solo se cierne el horror de la sombra, Y sin embargo, el peligro de...