La Caprichosa

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Todo comenzó cuando tenía 8 años y empecé a descubrir lo que era "la caprichosa" para mí... Fue un 17 de octubre de 1996, era mi cumpleaños, y mi querido padre vino con algo redondo en una bolsa y me dijo:

—Divertite, hijo.

Entre alegría y felicidad, abro la bolsa y la veo a ella. Era ovalada, color blanca, brillaba. Era ella, la caprichosa. Tenía una emoción gigantesca.

Me fui corriendo a la canchita y empecé a patearla, a pisarla, a hacer jueguitos. Eran alrededor de las 5 de la tarde, algunos amigos salían a ese horario de la escuela, me vieron y dejaron sus cosas para acercarse a jugar conmigo. Se armó el picado, corrimos, jugamos, hicimos goles, nos peleamos por quién la pateaba. Así fue como empezó mi amor por la caprichosa, nos unió en cuestión de segundos ⚽️❤. No veía la hora de despertarme para agarrarla y hacer unos jueguitos antes de ir a la escuela. Era hermoso ir al colegio pensando en volver para jugar, divertirme...

En la escuela tenía compañeros que jugaban a la pelota en clubes de barrio o clubes de AFA. Me decían:

—Dejá de jugar en el barrio y vení al club a la prueba, quedás seguro.

Yo no les hacía caso, seguí jugando en la canchita de mi barrio, sabiendo que tenía talento para quedar en los clubes. Me gustaba el fútbol de barrio: pasaba uno, se bajaba de la bici, otro caminando, y ya se armaba el partido... pero a la vez, ¡estaba dejando pasar la oportunidad de mi vida!

Un día llega a la escuela la inscripción a un torneo llamado "La Copa Coca-Cola". La emoción era tremenda, era la primera vez que iba a probar con la escuela para ver si quedaba y así jugar mi primer torneo oficial...

Recuerdo la noche anterior, no podía dormir de los nervios. Estaba ansioso, me ganaban las ganas de jugar para ver si me daban una oportunidad. Llegaron las 4 de la tarde, pararon los equipos y justo el director técnico me conocía. Me dijo:

—Tomá, To —y me dio la pechera con el número 9—. Vos sabés qué hacer, tranquilo, rompela.

Y sonó el silbato. Empezamos. Primera pelota que agarro, abro para la derecha, la pelota, y empiezo a ir hacia el área. Tiran el centro y no llego a impactar, empecé a fastidiarme, no estaba rindiendo lo que pensaba y me molestaba...

Hasta que llegó el momento: tiran un pelotazo alto, bajo la pelota, miro, toco la pelota con un amigo que sabía lo que tenía que hacer y me la tiró por abajo. Me fui cara a cara con el arquero y definí abajo, a la derecha. El ruido en la red fue una satisfacción increíble. Mi sonrisa era de oreja a oreja y el aliento de todos era tremendo. Llegó el pitido final, el resultado fue 2-0 para nosotros. El profe dijo:

—Chicos, hagan una ronda que voy a decir los preseleccionados para el equipo.

Ese momento fue único. Esperaba que dijeran mi apellido. Nos mirábamos a los ojos, todos esperando lo mismo. Empezó a decir los arqueros, defensores, mediocampistas y delanteros. Llegó el momento:

—Aguilar, estás convocado. Bernal, vos también.

Mi alegría fue inmensa, una emoción terrible me invadía. Ese momento, mi sueño se iba cumpliendo día a día, de a poquito, paso a paso.

Al día siguiente, eran los entrenamientos en el club Cambaceres de Ensenada. Varios amigos jugaban ahí y el profe era técnico de una categoría en ese club, y logró que pudiéramos entrenar en su predio. Era hermoso. Fuimos lunes, miércoles y viernes, que era la prueba de fútbol, y jugábamos con chicos que estaban entrenados, que competían todos los fines de semana. Eran muchas cosas, pero sabíamos que teníamos que dar lo mejor de nosotros para mostrarnos.

Llegó el viernes, arrancó el partido. Era muy trabado, hasta que el lateral de mi equipo captó un rebote y se fue hasta el fondo de la cancha. Tiró un centro hermoso. Yo venía luchando con los defensores para llegar e impactar. La caprichosa venía por el aire, logré safarme de la marca y cabecear junto al palo.

—¡Gol, gol, gol! —salí gritando entre abrazos de mis compañeros. ¡Qué sensación hermosa fue ese momento inolvidable! Ganábamos 1 a 0 a un club de AFA, y nosotros, todos chicos de barrio. Algunos jugaban en clubes, otros no. Hablo de clubes de verdad, eh.

Siguió el encuentro. El número 10 nuestro, actual jugador profesional, me dio una asistencia que me dejó mano a mano contra el arquero, y logré puntearla antes de la salida del arquero y del defensor.

—¡Gol, gol! —Otro gol más. Miro al técnico y me dice—: ¡Muy bien, Toty, muy bien!

Y veo que se acerca el técnico rival a charlar con él. Empatamos 3 a 3, nosotros contentos, ellos enojados. No podían creer que una escuela les hubiera metido 3 goles, era una desilusión para ellos, ¡increíble! Nosotros, felices de la vida.

Llegó el momento de la vuelta a casa. Un micro nos sacaba del predio hasta la estación de tren de Tolosa, y de ahí un tren a casa. La cabeza me explotaba de tantas emociones. Mientras miraba por la ventana, veía los postes pasar rápido, pero mi mente se quedaba clavada en esos goles, en el abrazo con mis compañeros, en la voz del técnico diciéndome que lo había hecho bien. Por un momento, me imaginé jugando en un club grande, sintiendo la misma alegría, pero en una cancha llena, con la hinchada gritando mi nombre.

El tren frenó y bajé. Caminé por las calles del barrio con una sonrisa en la cara. Aún sentía el peso de la caprichosa en mis pies, y cada paso era un recordatorio de que mi sueño estaba más cerca. Sabía que era solo el comienzo, pero había algo adentro mío, algo que me decía que podía llegar lejos si seguía así, paso a paso, como esa tarde.

Al otro día, era ir a la escuela temprano, a estudiar o a contar lo sucedido el día anterior. Porque sí, todavía había escuela, pero ahora también había una ilusión: la caprichosa me había mostrado el camino, y yo estaba listo para seguirlo.

Sueños FrustradosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora