Dos caminos separados.

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Eran unos de los momentos más difíciles. Tenía que elegir entre seguir jugando al fútbol o enfocarme en estudiar y trabajar. No podía hacer todo. Tenía que pensar bien qué camino tomar. Por el lado del fútbol, veníamos de un golpe muy duro tras perder la copa, y a la vez, era mi último año de estudio. Las cosas no podían estar más complicadas.

Me encontraba en un momento de incertidumbre total. Por un lado, estaba la caprichosa, mi pasión de toda la vida; por el otro, lo que me decían mis viejos: que debía estudiar y, si podía, laburar. Ellos no sabían que yo veía un futuro enorme jugando a la pelota. Me sentía solo, con una decisión que me pesaba más que cualquier otra cosa. Había dos caminos frente a mí y no tenía idea cuál elegir.

Una noche, después de cenar con mi familia, me fui a mi habitación para tratar de ordenar mis ideas. Miraba la pelota que tenía sobre la mesita de luz y la mochila colgada en la pared. Todo lo que siempre había querido estaba ahí, pero algo se estaba desmoronando. En ese momento, vibró el celular. Era un mensaje del profe de fútbol.

"Hola, Toro. Buenas noches, ¿cómo andás? Te quería avisar que nadie de tu familia se acercó a firmar el fichaje. ¿Qué pasó? Hoy era el último día para fichar, y estábamos esperanzados de contar con vos en este torneo."

Leí el mensaje en silencio, y un nudo se me formó en la garganta. Con los ojos llenos de lágrimas, bloqueé el celular y me tiré en la cama. Al otro día tenía que ir a clases y empezar mi primer día de laburo a la tarde. Ya había tomado una decisión.

A las dos de la tarde me presenté en el trabajo, era mi primer día. Todo era nuevo. En medio de todo eso, sonó el celular: era una llamada de mi compañero.

—Vamos a entrenar al club. Te espero en la estación y vamos juntos.

El corazón me dio un vuelco, pero yo ya había decidido empezar a trabajar y dejar de jugar a la pelota. Fue una decisión muy dura de asumir, pero estaba tomada.

Entré al trabajo. La dueña se presentó, me saludó y me explicó lo que tenía que hacer. Me enfoqué en el laburo, intentando no pensar en lo que había dejado atrás. Las horas pasaron volando y, cuando me di cuenta, ya eran las ocho de la noche. Agarré mi bicicleta y me volví a casa.

Fue en ese momento, cuando el viento fresco me pegaba en la cara, que empecé a entender lo que significaba todo. Si trabajaba, iba a poder tener mis propias cosas, ayudar a mi familia. Eso era lo que más quería, y esa decisión me daba seguridad, pero por dentro, el fútbol todavía me llamaba.

Pasaron los meses, y las cosas iban bien. Me iba bien en el trabajo, el colegio estaba a punto de terminar, y en general, todo parecía acomodarse.

Los fines de semana salía a divertirme, a veces a bailar o a juntarme con mis amigos. En una de esas salidas, conocí a una persona increíble: se llamaba Pilar. Era un amor de persona, dulce, sencilla. Nos cruzamos miradas y sonrisas mientras sonaba la música de fondo. Me acerqué a ella.

—Hola, ¿cómo estás? —le dije.

—Bien, ¿y vos? —respondió ella con una sonrisa que me desarmó.

Sentí la conexión al toque. Mientras bailábamos, me animé a pedirle su número. Ella me miró y me dijo:

—Sí, ¿cómo no?

Sacamos los celulares y nos pasamos los números.

—¿Cómo te agendo? —me preguntó.

—Poneme Toty o Toro, como prefieras. Así me dicen mis amigos —le respondí.

—¡Buenísimo! —dijo, y seguimos bailando.

Al terminar la fiesta, la perdí entre la gente, pero me animé y le mandé un mensaje.

"Hola, ¿dónde estás? Soy Toty, ¿te vas sola o te acompaño?"

A los pocos segundos, me respondió:

"Estoy sentada afuera. No hay remis para volver a casa."

Sin pensarlo, salí afuera para encontrarla.

—Vamos juntos, si querés. Te acompaño... vivimos cerca, así que da lo mismo.

—Bueno —me respondió, con una sonrisa que lo decía todo.

Empezamos a caminar juntos y a charlar. El camino se me hizo corto, como si el tiempo volara. Cuando llegamos a su casa, me detuve.

—Bueno, acá es mi casa. Gracias por acompañarme —dijo, y me dio un abrazo que me sorprendió.

Ese perfume que tenía me dejó atónito. Nos miramos a los ojos por unos segundos que parecieron una eternidad. Cuando iba entrando a su casa, después de soltarme, me dijo:

—Escribime mañana, así seguimos hablando.

Caminé de vuelta a casa con una sonrisa que no me entraba en la cara. La verdad es que había conocido a una chica especial. Tan transparente, tan dulce. Mientras caminaba, sentía esa sensación en el pecho, esa que no se puede explicar con palabras.

Llegué a casa, me acosté en la cama y me quedé mirando el techo. No habían pasado ni diez minutos cuando vibró el celular: eran las seis de la mañana.

"Gracias, Toty, por acompañarme... sos muy tierno. Que duermas bien y mañana espero tu mensaje."

Sonreí entre sueños y me dormí feliz.

Al despertar, lo primero que hice fue revisar el celular. No tenía mensaje de ella, así que le mandé uno yo.

"Buen día, Pili."

Me levanté, puse la pava para tomar unos mates y empecé a preparar las cosas para jugar al fútbol en el barrio, como todos los sábados. Fui buscando la ropa, los botines, las medias y el short, para meter todo en el bolso. A las dos de la tarde salí rumbo a la cancha para encontrarme con los pibes.

Cuando llegué, empezaron a cargarse conmigo.

—¡Eh, Toty! ¿Qué pasó con esa chica? ¿Te fuiste con ella? —decían, riéndose.

Me reí y les contesté:

—La acompañé hasta su casa, nada más...

Nos seguimos riendo mientras nos cambiábamos. Aunque no lo mostrara, estaba pendiente del celular, esperando el mensaje que tanto esperaba.

Sueños FrustradosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora