Deje pasar el tren

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Al día siguiente volvimos a entrenar al club, y vienen los profes. Me llaman y me dicen:

—Vení, Tanque, queremos hablar con vos.

Por dentro mío corrían miedo y alegría, quería saber qué me iban a decir. Estaban con sus planillas, y mi técnico me presenta.

—Te quiero presentar a Gustavo, el director técnico de la 8va división —me dice.

Le doy la mano y digo:

—Un gusto.

Y me responde:

—No, el gusto es mío. Quería decirte que ayer te estuvimos observando a vos y a dos compañeros tuyos. Quería saber si no te gustaría venir a entrenar y probarte en el club.

Mi reacción fue de emoción y alegría, todo junto a la vez. Lo miro a mi técnico y me dice:

—Es una oportunidad, pensalo y mañana lo hablamos. Andá a entrenar tranquilo.

En ese momento, mientras corría a entrenar con el resto de los chicos, no podía evitar imaginarme las posibilidades. Sabía que el fútbol era lo que más me apasionaba, pero también me daba cuenta de lo grande que era la oportunidad que me ofrecían. Era el comienzo de algo que podía cambiar mi vida. Y eso daba miedo, pero al mismo tiempo, me emocionaba.

Terminaron las dos horas de entrenamiento, y retomé el viaje a casa, micro, tren... Mientras viajaba, no dejaba de pensar en cómo decirles a mis viejos la noticia. Me había preparado un discurso en la cabeza, pero la verdad es que estaba ansioso por ver cómo iban a reaccionar.

Llego, dejo mi bolso, saludo y me voy a duchar. Ellos me esperaban con la comida en la mesa cuando salí. Nos sentamos los cuatro: mamá, papá, mi hermana y yo. Me siento y les digo:

—Tengo que hablar con ustedes.

—¿Qué pasó? —me pregunta mi papá.

—Viejo, me llamaron para hacer una prueba en un club de AFA mañana.

A lo que me responde:

—Te felicito, ¡qué bueno!

Mi hermana me miró y dijo:

—¡Qué bien!

Mi vieja no entendía mucho de fútbol, pero su mirada de emoción era todo para mí. Sabía que estaban orgullosos, aunque por dentro yo también me debatía entre seguir el camino de los estudios o dedicarme de lleno a cumplir este sueño que llevaba conmigo desde siempre. ⚽️❤

Durante la semana, las cosas fueron fluyendo. Empecé a entrenar con gente nueva que no conocía, y se hacía difícil encajar en el grupo que ya estaba armado. Pero cada día le metía ganas porque estaba haciendo lo que más me gustaba y amaba. Llegaba muy tarde a casa, estaba todo el día afuera, cansado, pero a la vez feliz. Ese cansancio era un buen cansancio, porque sabía que estaba persiguiendo mi sueño.

Llegó el jueves, y le digo a mi papá:

—Necesito alguien que me acompañe a hacer los papeles y firmar para empezar a jugar.

A lo que me respondió:

—Yo no puedo ir a la mañana, tengo que trabajar.

Él era el sostén de la familia, y mi mamá se ocupaba de la casa y de mi hermana, que era más chica. Era entendible, se levantaba a las 5 de la mañana y volvía a las 6 de la tarde. Lo entendí, pero no pude evitar sentir una mezcla de tristeza y frustración. Sabía que me estaban apoyando como podían, pero yo no quería dejar pasar esta oportunidad. Me fui a mi pieza a pensar y acostarme, sabiendo que al otro día tenía que ir temprano al colegio.

Llegó el día del comienzo de la Copa Coca-Cola. En el club me seguían esperando para hacer los papeles y ficharme. Me pasaban mil cosas por la cabeza: la emoción de estar más cerca de cumplir mi sueño y la angustia de saber que mi papá no podía estar ahí en ese momento. No quería perder la posibilidad de cumplir ese anhelo que llevaba dentro mío desde que era chico.

Eran las 11 de la mañana del 15 de septiembre de 2004. Con 16 años, era mi primer partido en cancha de 11, con árbitro, líneas y fuera de juego. Se presentaba la escuela 24 contra el colegio Sagrado Corazón de Jesús. Nos invadían los nervios a todos los jugadores. El juez llama a los capitanes, ganamos el sorteo y sacamos.

Arrancaba el primer tiempo. A los 5 minutos, se escapa un jugador del equipo contrario y un compañero le comete foul adentro del área. El juez hace sonar su silbato y cobra penal. Se nos vino el mundo abajo. Penal para ellos. No lo podíamos creer. Era su pateador contra nuestro arquero. Me paro y le grito:

—¡Tranquilo, que lo atajás!

El rival acomoda la pelota, patea y nuestro arquero tapa la pelota. Nuestro defensor, el Pulpo, la saca en la línea, y nos volvió el alma al cuerpo a todos. Seguimos jugando tranquilos, confiados, haciendo lo que sabíamos.

Transcurría el minuto 35 del primer tiempo cuando recibo un lateral en la mitad de la cancha. Me propongo pegarle al arco para no perderla y evitar el contraataque rival. Disparo, y me doy vuelta para defender, pensando que el arquero la iba a agarrar. De repente, escucho:

—¡Gol! ¡Gol!

Me doy vuelta y veo la pelota adentro del arco, con el arquero sacándola del fondo de la red. No sabía lo que había pasado, pero salí a festejarlo con la gente que había venido a vernos. Entre ellos estaban familiares, abuelos y amigos. Todos unidos en un mismo abrazo de gol, todos juntos. Fue hermoso. Esa sensación de marcar es inexplicable. Al finalizar el primer tiempo, ganábamos 1 a 0. Fuimos a escuchar al profe, que estaba contento por el rendimiento que teníamos. Lo importante era que nos estábamos divirtiendo todos juntos.

Arrancó el segundo tiempo. Al inicio, nos pusimos en ventaja con otro gol de pelota parada. Ahí fue el puntapié para sacarnos los nervios y los temores, y hacer lo que sabíamos: jugar bien al fútbol. ❤⚽️

Terminando el partido, tuvimos un córner a favor. El director técnico gritó:

—¡Jugada preparada!

Yo sabía que la pelota iba a caer en el primer palo. Pico, la peino, ¡y se transforma en el tercer gol del partido! Ganamos 3 a 0, ya estaba liquidado. Era todo alegría, y así finalizó el primer encuentro del grupo. EGB 24 (3) Sagrado Corazón (0). Nos retiramos de la cancha entre aplausos y gritos de festejo. Era el inicio del torneo, y habíamos ganado. Era todo felicidad y alegría.

Mis compañeros me felicitaban por los goles que había convertido. Yo estaba contento, quería contarles a mis viejos lo sucedido, porque no habían podido venir a verme. Corrí a un teléfono público para llamarlos. Ingresando una moneda de 25 centavos, marqué el número de casa, y me atendió justo mi papá, que había venido a comer.

Le cuento y me felicita.

—Seguí así, que estoy contento por lo que estás haciendo —me dice.

Mi felicidad era enorme al escucharlo. Le digo:

—Pa, un beso, nos vemos más tarde.

Corté y volví al vestuario a cambiarme. Jugábamos el segundo partido después de dos horas. Había que descansar y juntar fuerzas para el próximo encuentro que se avecinaba.

Sueños FrustradosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora